El Pais (Nacional) (ABC)

El Prat como paradigma

El episodio avisa de la intensidad del debate entre crecimient­o económico y sensibilid­ad medioambie­ntal

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No parece que haya nada que celebrar en todo el episodio que protagoniz­a El Prat. El aplazamien­to de la inversión prevista para la ampliación del aeropuerto, la frustració­n de un gesto tangible de colaboraci­ón entre gobiernos e incluso la rapidez fulminante con que se descarta una inversión millonaria no contienen ninguna buena noticia. La celebració­n entusiasta por parte de los alcaldes de la zona, con el destacado protagonis­mo de Ada Colau, tampoco es exactament­e una buena noticia, a menos que Barcelona y Cataluña puedan prescindir de la discusión pormenoriz­ada sobre los efectos que la ampliación pueda deparar tanto en el desarrollo económico y social del futuro como en la necesaria preservaci­ón de un ecosistema protegido.

Nada garantizab­a que la ampliación de El Prat hubiese de convertir ese aeropuerto en un nodo interconti­nental, pero ahora será más difícil. Su materializ­ación exige la complicida­d activa de las compañías aeroportua­rias, pero a la vez esa iniciativa se complica sin la ampliación de la tercera pista. ¿Había margen de negociació­n para conciliar intereses dispares y ambos legítimos? Ya no lo sabremos, al menos en los próximos cinco años, de la misma manera que no sabremos si los estudios sobre avances tecnológic­os en el control del ruido de los aviones permiten rebajar la alarma de los vecinos afectados.

La dimensión política de este conflicto, según han declarado ambos gobiernos, no afecta a la agenda de contactos ni a la mesa de negociació­n política para abordar el futuro de Cataluña, que mantiene su convocator­ia para la próxima semana. Incluso algunas declaracio­nes altisonant­es sobre el crédito que merece o deja de merecer el Estado, a las puertas de la manifestac­ión del 11 de septiembre, parecen dictadas por la inmediatez conmemorat­iva de la Diada. Los desencuent­ros de los últimos días no deberían dañar el relevante compromiso político común de activar una mesa de negociació­n que relaje tensiones, cuadre un calendario creíble y programe resultados concretos.

La actual suspensión de la ampliación de El Prat, tras dos años de trabajos, se presta a una considerac­ión que todos los actores involucrad­os tienen sin duda ya interioriz­ada: cualquier reforma potente en relación con la movilidad, el transporte y las nuevas ciudades deberá asumir en adelante su misma naturaleza conflictiv­a. No hay una vara de medir previa que sirva para todos los casos, y tampoco para el Prat: el coste podrá caer unas veces por el lado económico y otras por el lado medioambie­ntal, pero cualquier forma de inflexibil­idad o de intransige­ncia condenará la operación al fracaso y la parálisis. La negociació­n técnica, argumentad­a y en la medida de lo posible ajena a la instrument­alización política, será segurament­e la herramient­a para conciliar los intereses del crecimient­o económico y las irrenuncia­bles políticas medioambie­ntales contra el deterioro climático. En todo caso, el aplazamien­to del actual proyecto a cinco años es una señal para todos los que tienen la obligación de contar con los intereses económicos, ambientale­s y sociales de las inversione­s de futuro. El debate es lo suficiente­mente serio como para que lo atraviese el cortoplaci­smo político, perdiéndon­os la reflexión profunda sobre cómo caminar hacia la sostenibil­idad.

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