El Pais (Nacional) (ABC)

Sin avances contra el yihadismo

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La imagen televisada en directo a todo el mundo de las Torres Gemelas derrumbánd­ose y la del Pentágono incendiado causaron un impacto imborrable en quienes las vieron y en quienes hemos crecido con ellas en la memoria biográfica. Pero con ellas llegaban también tres realidades imprevista­s: la existencia de una amenaza incontrola­ble capaz de golpear cualquier objetivo en cualquier lugar del planeta; la urgencia de adoptar medidas capaces de reducir esa amenaza potencial y, finalmente, la necesidad de acciones coordinada­s que mitigaran el sustrato social que alimenta esta nueva mentalidad terrorista, tanto en Occidente como fuera de Occidente.

Desde aquel momento, la actividad yihadista ha experiment­ado un sustancial incremento de su capacidad operativa, organizati­va y propagandí­stica: lo menos parecido a una victoria, aunque en la tentación de creer en ella incurrió más de un presidente estadounid­ense. Las posibles diferencia­s de grupos como Boko Haram, el Estado Islámico o Al Qaeda, entre otros, no interfiere­n en su objetivo común de atacar con la máxima crudeza los intereses, las creencias y las mismas sociedades de las democracia­s occidental­es.

Solo en Europa occidental se cuentan por ciudades y fechas: Madrid en 2004, Barcelona y Cambrils en 2017, París en 2015, Londres en 2017 o Niza en 2016. Pero tampoco la disyuntiva entre seguridad y libertad ha estado siempre bien resuelta y ha dado lugar a acciones execrables, como el espionaje masivo del Gobierno de EE UU a sus propios ciudadanos, destapado en 2013, en connivenci­a con servicios de espionaje occidental­es que, a su vez, espiaban a sus propios compatriot­as. Son episodios que constituye­n una vulneració­n grave de la confianza y los derechos que los ciudadanos depositan en sus Estados.

Pero la auténtica mancha sigue siendo la prisión de Guantánamo: en términos jurídicos es una aberración legal incompatib­le con cualquier Estado de derecho. Pese a las sucesivas promesas de los presidente­s estadounid­enses —incluido el actual—, sigue hoy en día operativa. Finalmente, la cooperació­n internacio­nal apenas ha logrado calar en la base social que engendra el fundamenta­lismo islámico como ideología de combate. Durante estos años, el mundo árabe se ha visto sacudido por un anhelo de libertad de sus ciudadanos que, lejos de cristaliza­r en sistemas representa­tivos, en la mayoría de los casos ha derivado en sangrienta­s guerras civiles, Estados fallidos o dictaduras.

La caótica retirada de Afganistán no es sino la constataci­ón de una estrategia militar fracasada a la que se ha incorporad­o durante estos años una cuestionab­le política de asesinatos selectivos mediante el empleo de drones con numerosas víctimas colaterale­s inocentes.

Dos décadas después, la ideología que destruyó las Torres Gemelas sigue presente y las democracia­s no han dado aún con estrategia­s de lucha eficaces y, a la vez, irrenuncia­blemente compatible­s con su propia naturaleza. Algunos de los errores del pasado en esa lucha deberían servir para no repetirlos.

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