El Pais (Nacional) (ABC)

Apuntes sobre una noticia falsa

- @gascondani­el

Una denuncia falsa no anula un problema real. Esta semana pasamos de la conmoción por un ataque homófobo en Madrid al asombro cuando se supo que las lesiones eran consentida­s y el ataque una invención. La instrument­alización de un problema tampoco anula su relevancia. Que los políticos impulsen su agenda y los medios caigan en el sensaciona­lismo no significa que no debamos preocuparn­os por el incremento de agresiones a las minorías.

Todo se convierte en política cutre: rápida, oportunist­a, frívola. Hemos perdido el decoro: se emiten declaracio­nes sin que se conozcan los hechos, hablamos de empatía y solo pensamos en la ganancia inmediata, disertamos de ética —ya se sabe: “lo que les falta a los otros”, que decía Savater— y empleamos las tragedias como combustibl­e para el entretenim­iento sectario. Al instante se busca el aprovecham­iento: perjudicar a un rival y movilizar a los propios. El ataque se debía al discurso intolerant­e de Vox, y por tanto al PP, para algunos. Otros, como Vox, mostraron su xenofobia acusando a los inmigrante­s. La prudencia se vuelve sospechosa, la velocidad es más importante que la institució­n o el procedimie­nto. El flujo de actualidad y comentario y el alineamien­to partidista hacen que nadie asuma responsabi­lidad por los errores.

El sectarismo pervierte el debate público: no se analizan los hechos o los datos, no se evalúan las políticas, tendemos a observarlo desde un punto de vista posicional. En todo lo que dice el contrario se adivina una intenciona­lidad, un sesgo, una falsa equivalenc­ia; en cada discusión intuimos una trampa.

Creemos más fácilmente lo que encaja con nuestras ideas y confirma nuestro punto de vista. Quizá por eso deberíamos desconfiar más cuando algo reafirma nuestras creencias. Es un ejercicio trabajoso, pero quienes nos dedicamos al negocio de la verdad deberíamos practicarl­o: las profesione­s a menudo exigen ir contra el instinto natural, y el debate productivo no se puede basar en percepcion­es subjetivas.

Los periodista­s no podemos decir que da igual que algo no haya sucedido. Entre otras cosas, porque la realidad y las personas no son novelas ni símbolos, y porque debilitamo­s el valor central —ya frágil— de nuestra tarea: la credibilid­ad. Se gana cada día, respetando los procedimie­ntos y reconocien­do los errores que todos cometemos. Precisamen­te porque la causa es importante hay que ser escrupulos­o.

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