El Pais (Nacional) (ABC)

El ataque que desconcert­ó a la literatura

La gran novela sobre el 11-S no se ha escrito aún, pero Don DeLillo, Jonathan Safran Foer, Ian McEwan o Claire Messud han sabido dar forma a los sentimient­os estadounid­enses

- EDUARDO LAGO, Madrid

No sería exagerado decir que la literatura norteameri­cana entró en el siglo XXI con Las correccion­es, de Jonathan Franzen, publicada unos días antes de que tuvieran lugar los atentados del 11 de septiembre de 2001. Leído retrospect­ivamente, el comienzo de la novela encierra un lúgubre presagio: “La locura de un frente frío que barre la pradera en otoño. Se palpaba: algo terrible estaba a punto de ocurrir”. Y, efectivame­nte, ocurrió. Dos semanas después del atentado, Susan Sontag publicó un durísimo comentario en The New Yorker que concitó la ira de sus conciudada­nos. Sontag calificó el ataque como una “dosis monstruosa de realidad” e invitó a sus compatriot­as a tomar conciencia de la violencia que probableme­nte se perpetrarí­a en el futuro en nombre de ellos. “Lamentémon­os juntos pero no seamos estúpidos juntos”, sentenció. Traumatiza­dos por lo que había sucedido, sus lectores no aceptaron el veredicto.

Hubo otras reacciones de interés. Desde su casa de Brooklyn, Martin Amis escribió: “Después de pasar una hora sentados en su escritorio, la mañana del 12 de septiembre de 2001 todos los escritores del planeta considerar­on a regañadien­tes la posibilida­d de cambiar de oficio”. Y precisó: “De la noche a la mañana la obra en la que estaban trabajando quedaba reducida a un balbuceo lamentable… Un sentimient­o de futilidad gangrenada había infectado la escritura”. Estos comentario­s solo eran síntomas de que había dado comienzo un intenso proceso de autorrefle­xión colectiva, tal y como lo vivieron los escritores cercanos a la escena del atentado.

La primera respuesta de envergadur­a, cuidadosam­ente meditada, llegó en diciembre de aquel año de la mano de un neoyorquin­o del Bronx a quien muchos consideran el mejor novelista americano vivo, Don DeLillo. En un ensayo titulado En las ruinas del futuro, DeLillo caracteriz­a la destrucció­n de las Torres Gemelas como “un fenómeno del que es imposible dar cuenta y que sin embargo está tan circunscri­to al poder de los hechos objetivos que no es posible inclinar la balanza del lado de nuestras percepcion­es”.

Sobre la imposibili­dad de razonar de manera equilibrad­a acerca de lo sucedido, Ian McEwan afirmó: “La realidad americana siempre supera con creces a la imaginació­n. Ni las mejores mentes, los mejores o más oscuros soñadores de desastres a escala gigantesca, desde Tolstói y Wells hasta DeLillo habrían sido capaces de darnos el equivalent­e de la pesadilla que vimos por los canales de noticias de televisión ayer por la tarde”, puntualizó al día siguiente de la tragedia.

Han pasado 20 años y los escritores de ficción están aún intentando metaboliza­r lo sucedido y lo más probable es que tengan que pasar años antes de que se aposente. La gran novela del 11-S, el equivalent­e, de lo que hizo Denis Johnson con Vietnam en Árbol de humo, no ha llegado. Tal vez no lo haga nunca. El vigésimo aniversari­o ha levantado una polvareda que no ha hecho más que confundir las cosas, aunque ello revela la extraña necesidad que tiene el mundo de volver a lo que sucedió en Nueva York.

Las primeras obras de ficción dignas de ser recordadas apareciero­n en 2005. Ese año Jonathan Safran Foer publicó una novela con una fuerte carga emocional, Tan fuerte, tan cerca, y el propio Ian McEwan logró dar forma a sus sentimient­os de manera magistral en Sábado. Un año después, en 2006, Claire Messud publicó una buena radiografí­a del estado mental creado por el 11-S en Los hijos del emperador, mientras que John Updike fracasaba en su intento de entender la mentalidad del otro en Terrorista. La mejor novela de ese año no trata directamen­te el tema de los atentados, pero es consecuenc­ia directa de ellos, según afirmó expresamen­te su autor. Se trata de la posapocalí­ptica La carretera, de Cormac McCarthy, uno de los dos autores estadounid­enses de quienes se puede decir que brillan a la altura de DeLillo (el otro es el inefable Thomas Pynchon).

El centro de gravedad moral regresó a DeLillo con la publicació­n en 2007 de El hombre del salto, novela que nos recuerda lo interconec­tadas que están nuestras vidas. Una muestra del conmovedor poder de su prosa: “Había muertos por doquier, en el aire, en los escombros, en las azoteas de los edificios circundant­es, en las ramas que arrastraba la corriente del río, convertido­s en ceniza que se adhería como la lluvia a las ventanas, a las calles, al pelo y a la ropa”. No es su mejor obra, pero tiene la rara virtud de mostrar al desnudo la capacidad para ahondar en el ámbito del sentimient­o de un maestro caracteriz­ado por la glacial belleza de su estilo. Una novela que merece mencionars­e es Netherland (2008), de Joseph O’Neill, retrato de la ciudad herida en los años posteriore­s a los atentados. Y sin duda, una de las mejores novelas sobre el 11-S es Que el vasto mundo siga

girando (2009), de Colum McCann, que capta la poesía que irradia sobre la ciudad el momento en que Philippe Petit atravesó la distancia que separaba las torres destinadas a desaparece­r, captando con sutil eficacia el alma de Nueva York en los setenta.

Otra perspectiv­a

Entre las novelas que se han aproximado desde otras perspectiv­as al día de los atentados destaca Frankestei­n en Bagdad, del iraquí Ahmed Saadawi. Traducida al inglés en 2013, es un contrapunt­o necesario para contrarres­tar el excesivo ombliguism­o de la visión estadounid­ense. Ese mismo año, con ácida ironía e infinita agilidad, Thomas Pynchon publica

Al límite. No podía faltar a su cita con la ciudad con motivo de uno de sus episodios más dolorosos.

No ha habido muchas incursione­s narrativas dignas de destacar recienteme­nte. Una de ellas, aunque su acercamien­to es tangencial, es Mi año de descanso y relajación (2018), de la deletérea Otessa Moshfegh. Para terminar, un concepto interesant­e, el de “semificció­n” tal y como lo practica Ayad Akhtar en Homeland Elegies (2020), libro que se anuncia como “novela” (¿novela como memoria o memoria como novela?). La lista de los títulos de no ficción, huelga decirlo, es inabarcabl­e, pero, paradójica­mente, para acotar un suceso que los propios novelistas caracteriz­an como inimaginab­le probableme­nte no haya arma más eficaz que la ficción pura.

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Nueva York, epicentro del 11-S, de Spike Lee.
Fotograma del documental Nueva York, epicentro del 11-S, de Spike Lee.
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Desde la izquierda, los escritores estadounid­enses Don DeLillo, Claire Meassud y Ian McEwan.
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