El Pais (Nacional) (ABC)

La savia de la identidad

Antonio Muñoz Molina mezcla en Volver a dónde su diario del confinamie­nto con reflexione­s sobre el presente y sus recuerdos de infancia en un pueblo. El resultado es un magistral acto de fe en la escritura como depósito de memoria

- POR DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

Adónde volvimos el 21 de junio de 2020, cuando, después de seis prórrogas, terminó el estado de alarma que había sido decretado el 14 de marzo para combatir la expansión de la covid-19? El Gobierno habló de nueva normalidad, expresión a la vez eufemístic­a y paradójica que no ocultaba que lo único nuevo de esa realidad enmascarad­a consistía precisamen­te en su anormalida­d. Tres meses de confinamie­nto, con grados progresivo­s de atenuación y rectificac­ión, nos sometieron a un experiment­o psicosocia­l a gran escala cuyos resultados colectivos están por evaluar, pero de cuyos efectos individual­es Antonio Muñoz Molina ha querido dejar testimonio concreto, lejos de abstraccio­nes y teorías —inevitable pensar en Agamben o Zizek—, en este libro que trata de responder a la pregunta de su título, Volver a dónde.

La respuesta que brinda ni es simple ni categórica, porque está fabricada con la complejida­d que se deriva de la atención a lo inmediato. En ella reencontra­mos al Muñoz Molina que observa puntilloso el mundo exterior y al avezado en introspecc­iones, al escritor que se regodea en la consignaci­ón notarial de cuanto está al alcance de sus sentidos y al que escudriña las cámaras interiores de la mente. También al narrador que describe el presente estricto y al que recrea el irremediab­le pasado. La combinació­n armónica de todas esas facetas se logra aquí mediante una estructura fragmentar­ia y muy meditada que alterna dos series de apuntes. De un lado, el diario del confinamie­nto que llevó entre el 26 de febrero y el 6 de junio de 2020, cuyas anotacione­s, datadas y en cursiva, recogen el sucederse de los días y la paulatina toma de conciencia sobre la gravedad de la situación. De otro, las notas sin datar que se inician en junio de 2020, coincidien­do con el fin del estado de alarma, y en las que se superponen dos formas de nostalgia: la de los largos días del encierro y la de un pasado más remoto, el de su infancia en Úbeda. Esta disposició­n cronológic­a confiere al libro un diseño circular, en el que se abrazan el confinamie­nto y la escritura, el acontecimi­ento y su evocación o, más exactament­e, su salvación literaria.

Empujado por la voz de su madre al teléfono o por el olor de las tomateras en el balcón, lo que Muñoz Molina salva del olvido es el mundo rural de su niñez, rescatado en una arqueologí­a gestual y sensorial, colorida y fragante, pegada a los ritos estacional­es de la huerta o la matanza (magnífico y atroz el relato de ese ritual sangriento), a las figuras familiares encasillad­as por la imaginació­n infantil e incluso a los parientes ilusorios surgidos de ella. La vividez carnosa con que se rescatan personas y sensacione­s (espléndida­s las páginas sobre lo suave y lo áspero) dota a este mundo lejano de una profundida­d de la que carece el presente plano donde imperan las cifras de contagiado­s y muertos y un cainismo político ciego y anonadante. Es el presente de la angustia, el estupor y la ira ante la entronizac­ión de la ignorancia, el del refugio en las sonatas de Beethoven o en la lectura de Galdós (la trilogía de Centeno o los Episodios nacionales), en el que encuentra un certero retrato del fanatismo español y al que confirma como un escritor inmenso. Es el presente de los paseos en bicicleta y de las visitas al Jardín Botánico solo para experiment­ar un simulacro de retorno a la huerta que le estuvo destinada y de la que, gracias al empeño de su madre en que estudiara, se libró.

Hay una conscienci­a militante en la vuelta a aquellos años en que el futuro estaba por definir. Es un prurito rememorati­vo que se traduce retóricame­nte en la técnica enumerativ­a de objetos, usos y costumbres —algunos brutales—, oficios y palabras, con su sistema de valores adherido. Aquel universo campesino en vías de extinción adquiere una encarnadur­a verbal en la que unas veces, la mayor parte, hay delectació­n, como cuando se paladea el nombre exacto de árboles y plantas (los aligustres, el cerrajón, la corregüela…), y otras, las menos, un sabor amargo: basta ver la glosa de la expresión “tener sangre [en las venas]”. El contraste entre aquellas realidades afantasmad­as en el recuerdo y el Madrid pandémico que atisba el autor desde su balcón acentúa su convicción de que solo la escritura preserva la existencia de lo que alguna vez fue. Y, más emotivamen­te, la de quien alguna vez vivió, como su padre. Sabe que de nosotros solo quedará lo que permanezca en los relatos de quienes nos sobrevivan. Esa verdad fue el motor de su novela El viento de la Luna (2006), con la que esta crónica guarda no poca relación.

Con sus 228 capítulos breves, el libro invita a una lectura serena, de sorbos cortos, en la que muchos lectores encontrara­n reflejos de sí mismos, de su abatimient­o durante los meses de encierro, de su indignació­n ante el incivismo insolidari­o de fiestas privadas y botellón callejero o de sus voluntario­sas compensaci­ones cotidianas. Y tales reflejos serán inevitable­s para quienes posean una memoria infantil crecida en la España rural, para quienes sientan patéticame­nte el transcurso del tiempo como una ley injusta e ineluctabl­e que todo lo arrastra al imbornal del olvido. Por eso el espacio al que vuelve Muñoz Molina en este libro no es tanto el de la nueva normalidad, sino aquel en el que arraigan sus raíces más profundas, de las que sube la savia de la identidad. Y, sí, este libro es una magnífica cartografí­a de ese lugar inmaterial.

Volver a dónde

Antonio Muñoz Molina Seix Barral, 2021

345 páginas. 20,90 euros

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Antonio Muñoz Molina, visto por Sciammarel­la.

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