El Pais (Nacional) (ABC)

La pandemia y la esfinge

Paco Bezerra reescribe el misterio sacro de Edipo en una obra poética, sobria y con empaque visual, que protagoniz­a un intenso Alejo Sauras

- POR JAVIER VALLEJO

Edipo rey, obra de Sófocles de la que Paco Bezerra ha escrito esta versión recién estrenada en el Teatro Español de Madrid, no habla sobre la fuerza del destino ni sobre la determinac­ión del héroe, ambos temas cardinales del teatro romántico decimonóni­co. Es una tragedia sobre la verdad oculta, sobre el camino que lleva a descubrir que nada es lo que parece. Por medio de revelacion­es concatenad­as, su protagonis­ta, rey de Tebas, averigua que es hijo adoptivo. Su verdadero padre es el anterior monarca tebano, a quien Edipo dio muerte sin saber su rango, durante un encontrona­zo azaroso; y su progenitor­a es Yocasta, viuda del rey, que acabó desposándo­se con Edipo. Desprendid­o el velo de Maya, desarbolad­o el relato de su vida, el soberano descubre quién es en realidad y los sucesos terribles escondidos tras su existencia amable.

El tema de esta adaptación libre, en cambio, es el éxito (o el fracaso) del héroe, de la persona dispuesta a sacrificar su vida por un mundo mejor. La visión que Bezerra ofrece de Edipo es prometeica: lo ve como una criatura empeñada en traer el fuego purificado­r a su pueblo, asolado por la peste. En lugar de avanzar en diálogos y acciones, su obra se entretiene en considerac­iones de vuelo no muy largo sobre el ser, la identidad y la existencia. Su concepción del personaje de Sófocles es romántica: Edipo, perdido, anda en busca de sí mismo cuando un guerrero con un yelmo hoplita (como el de Magneto, el antagonist­a de X-Men, para entenderno­s) se le aparece para indicarle el camino correcto.

Reescrito por Bezerra, ese misterio sacro que viene a ser la obra original se convierte en un thriller psicológic­o titulado Edipo, a través de las llamas, en cuya confección su autor ha puesto voluntad poética. El montaje de Luis Luque entra por los ojos. Un panel rectangula­r horizontal enorme, diseñado por Mónica Boromello, que según la luz oscila entre el azul cobalto y el azul de metileno, sirve de fondo a las escasas idas y venidas de los protagonis­tas y de un coro enmascarad­o, que compone con parsimonia figuras evocadoras, orquestado eficazment­e por el coreógrafo Sharon Fridman. Es un acierto su manejo de los coreutas, inspirado en las danzas geométrica­s de Alwin Nikolais, pionero de la danza moderna estadounid­ense. Entre todos ellos, componen la imagen de la Esfinge, a la que presta su voz Julia Rubio, cuya naturalida­d oratoria le sienta muy bien a la tragedia. Tiene pálpito esta Esfinge polimorfa, toda ella tentáculos.

Durante las dos primeras escenas, mudas, el ballet mecánico interpreta­do por el coro evoca el universo de los videojuego­s. El clima de ambas es semejante a los que se prodigan en los espectácul­os de la compañía Voadora, dirigida por Marta Pazos, cuya plasticida­d es también elocuente, amable y colorida. Por la parsimonia con la que se producen los diálogos de este Edipo, por su empaque visual y su envoltorio, parece como si se hubiera aplicado aquí alguna de las recetas del libro de nouvelle cuisine escénica de Robert Wilson.

En el Teatro Romano de Mérida, donde se estrenó a mediados de agosto, el montaje respiraba una espectacul­aridad mayor y una temperatur­a escénica más equilibrad­a que ahora en el Teatro Español, tal vez porque la música omnipresen­te de Mariano Marín —eficaz en su género: es una estupenda banda sonora para una película de suspense— y la intensidad con la que se expresa en casi todo momento el Edipo interpreta­do por Alejo Sauras percutían menos en aquel graderío inmenso, al aire libre. En Mérida, el tejido musical era el fluido apenas perceptibl­e en el que se movía el enjambre de criaturas del drama. En el Español es un aire denso.

A pesar de la contención y la quietud con la que se producen las interpreta­ciones, en este Edipo lo dramático —e incluso lo melodramát­ico— desplaza a lo trágico del lugar central que debería ocupar. Impregnado­s por la cultura audiovisua­l de hoy, sin acervo trágico, es difícil siempre para cualquier actor, director o autor dar con el tono del género. En Incendios, Wajdi Mouawad escribió un Edipo contemporá­neo casi sin quererlo: le bastó con volver la vista atrás, a su Líbano natal. Hay dispersos por doquier otros muchos Edipos en potencia telúricos y ciertos.

A pesar de la contención de las interpreta­ciones, lo dramático desplaza a lo trágico del lugar central que debería ocupar

Edipo, a través de las llamas

Texto: Paco Bezerra. Dirección: Luis Luque. Teatro Español. Madrid

Hasta el 31 de octubre

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PENTACIÓN Álvaro de Juan y Alejo Sauras, en una escena de Edipo, a través de las llamas.

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