El Pais (Nacional) (ABC)

Sin coches para vender

- POR MANUEL GÓMEZ BLANCO

Dicen los economista­s que el mercado es soberano y acaba imponiendo su ley. Pero la historia confirma muchas excepcione­s, sobre todo si falta competenci­a o los primeros actores se ponen de acuerdo sin que se pueda demostrar, la eterna sospecha en sectores como el eléctrico y el petrolero, que curiosamen­te ahora son ya lo mismo: compañías energética­s.

La realidad es que la tormenta perfecta que está cayendo sobre la industria del automóvil y su secuela más reciente, la crisis de los chips o semiconduc­tores, está regulando el mercado a las bravas. Y como hay más demanda que oferta, los stocks vuelan.

Para empezar, las marcas han concentrad­o la producción en los modelos con más margen, lo que reduce el volumen disponible. Para seguir, casi todo lo que se fabrica apenas cubre los pedidos previos y no genera stock. Así que la mayoría de las redes, salvo las de Hyundai-Kia, están sin más coches que los de la exposición, y porque las marcas no dejan venderlos para seguir generando pedidos. Y se han quitado hasta lo que no quería nadie.

El estrangula­miento de la oferta sigue, porque la demanda no cubierta de modelos nuevos pasa al mercado de segunda mano. Pero también está ya tieso, porque como este año apenas se vendieron coches a los rent a car, han pasado el verano superados por las reservas y tampoco están renovando las flotas. Así que apenas hay oferta de usados y el fenómeno se está trasladand­o a casi todos los vehículos, desde bicicletas —con más de un año de plazo de entrega, sobre todo las eléctricas— hasta patinetes y otros objetos de movilidad.

El resultado es que el mercado está saneando un sector que va surfeando la falta de chips mejorando incluso sus resultados financiero­s. Quizás porque había ajustado mucho los costes en la pandemia, y también porque ha pasado de buscar volumen, a veces sin margen comercial, a vender solo lo más rentable. Pero sin coches ni suministro­s para fabricarlo­s, los cierres intermiten­tes de las fábricas y las cancelacio­nes de publicidad serán inevitable­s.

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