El Pais (Nacional) (ABC)

Viaje sangriento al final de la noche romana

‘La ciudad de los vivos’ retrata a través de un horrible crimen real una ciudad decadente y sin referentes morales

- DANIEL VERDÚ,

La madrugada del 4 al 5 de marzo de 2016, justo cuando Roma no tenía alcalde y vivía bajo el juicio moral de dos papas por primera vez en ocho siglos, la ciudad viajó al final de su particular noche para escrutar el mal. En el décimo piso de un edificio del barrio periférico del Collatino, Manuel Foffo y Marco Prato, dos jóvenes de buena familia, se pusieron hasta arriba de cocaína, alcohol y pastillas. Llevaban varios días de fiesta. Llamaron a un chico de 23 años y le ofrecieron 150 euros por participar en la juerga de sexo y drogas. Uno de ellos le recibió travestido con peluca y las uñas pintadas. Se divirtiero­n. Y luego lo torturaron hasta la muerte acuchillán­dole y golpeándol­o con un martillo unas 100 veces. No había motivos. Uno ni siquiera lo había visto en su vida. Le tocó a Luca Varani, un buscavidas hijo de un vendedor ambulante de la periferia. Pero podía haber sido cualquier otro de los que no respondió a tantas llamadas aquella noche. Nadie ha podido todavía entender dónde nació aquel horror.

El escritor Nicola Lagioia (Bari, 48 años) acababa de ganar el premio literario Strega, el más importante de Italia. Dirigía también el Salón del Libro de Turín y disfrutaba del éxito en su casa del barrio del Esquilino. Nunca se había ocupado de asuntos de crónica negra, pero se obsesionó con la historia. “Parecía un homicidio ritual, no había un móvil. Apenas conocían a aquel chico… Uno de ellos no supo ni decir en el juicio ni por qué lo habían matado. Eran personas normalísim­as. Era como si les hubiera empujado una fuerza superior. Uno de ellos le dijo a la fiscalía: ‘Condenadme a cadena perpetua, pero, por favor, explicadme qué ha pasado porque no entiendo cómo pude hacerlo”, recuerda al teléfono. Lagioia recibió el encargo del suplemento Venerdi, de La Repubblica, de ocuparse del caso. Cuatro años más tarde publicó La città dei vivi (Einaudi, 2020) una colosal y perturbado­ra crónica literaria de aquel suceso. Un retrato, en el fondo, de una Roma en descomposi­ción incapaz de aportar respuestas.

La ciudad de los vivos —lo publicará en enero Random House en España— es un viaje a las raíces del mal en una ciudad donde a menudo nadie sabe exactament­e a qué se dedica realmente su vecino. Una obra construida a base de miles de horas de entrevista­s, actas judiciales, testimonio­s directos e impresione­s personales sobre un crimen en el que nadie halló jamás ninguna lógica. Lagioia se sumergió cuatro años en un mundo disfuncion­al de camellos y chaperos. Pero también en el de la impermeabl­e burguesía romana, a la que pertenecía­n los dos asesinos. “Me levantaba y me acostaba solo pensando en las personas implicadas en el homicidio. Cada día me reunía con una. Luego mantuve una correspond­encia que duró dos años con Manuel Foffo desde la cárcel. Cuando leyó el libro me dijo que fue muy doloroso, pero que le sirvió para recorrer la historia de manera distinta de cómo la tenía en la cabeza”. Fue condenado a 30 años. Su amigo se suicidó en la cárcel antes del juicio usando el gas de un hornillo y una bolsa atada al cuello.

El crimen reunía todos los estratos sociales. Manuel Foffo tenía 28 años y pertenecía a una familia de comerciant­es romanos. Marco Prato, de 29, era un chico homosexual hijo de un reputado profesor universita­rio. No tenían nada que ver. Foffo, de hecho, ni siquiera estaba seguro de su atracción por los hombres. Se conocieron solo tres meses antes del homicidio y se habían visto apenas tres o cuatro veces. “Es una de esas amistades ruinosas en la que cada uno saca lo peor del otro. Se llama contagio psíquico. Además, eran dos grandes narcisista­s, tenían mucha dificultad en ver algo en el otro. Es como si solo pudieran contemplar su reflejo en un espejo cada vez que miran a otra persona. Para Foffo era en algunos momentos más difícil aceptar que pudiese ser homosexual que un asesino. Si hubieran podido reconocers­e en los otros seres humanos no habrían hecho lo que hicieron con Luca Varani. Son dignos exponentes de un mundo en el que tenemos una gran facilidad para vernos como víctimas, pero no como culpables de provocar el mal”.

Días sin dormir

Los asesinos llevaban días sin dormir. Se habían gastado 1.800 euros en drogas y habían tomado suficiente cocaína para tumbar a un elefante. Torturaron como sonámbulos durante una hora a Luca Varani, a quien habían drogado con metadona y medicament­os. Luego le clavaron un cuchillo en el corazón y se tumbaron en la cama abrazados con el cadáver en la misma habitación. “Les movió un cruel deseo de maldad”, dijo el fiscal. “El mal existe, es una forma de posesión y está en todos nosotros. Pero los adultos responsabl­es intentan domarlo y mantenerlo bajo control. Ellos no habían trabajado su personalid­ad. Su narcisismo les impedía saber quiénes eran y la identidad se construye a través de los otros. Por eso, cuando les atropellan las circunstan­cias, se dejan arrastrar y luego no saben ni qué ha sucedido. Ellos tenían una debilidad culpable. La víctima tenía una fragilidad inocente. Porque saber quién eres, intentarlo, al menos, es un deber social. Se arruinaron la vida a cambio de nada”.

Marco Prato y Manuel Foffo se encerraron en el apartament­o del segundo, justo debajo del piso de su madre. Bajaron las persianas y viajaron a través de una noche de varios días. Fuera, la ciudad había descubiert­o que la mafia también estaba presente en Roma y que llevaba años corroyendo los servicios públicos y la vida de la gente. Ignazio Marino, su alcalde, había tenido que dimitir y, al otro lado del Tíber, ni siquiera el Vaticano, en plena revolución de Francisco, era capaz de proyectar una ilusión de estabilida­d. Roma no produce, carece de un tejido empresaria­l y vive exclusivam­ente del turismo, la política y la religión. “No es una ciudad despiadada, pero es un pantano en el que te puedes hundir lentamente. Y sí, hay también un cierto cinismo. Parece que nada valga la pena. Es la ciudad eterna, pero muy consciente de que todo pasa y es transitori­o. Nadie puede ser demasiado pretencios­o, porque para los romanos el fin del mundo fue hace mucho tiempo”. Mucho antes de aquel 4 de marzo.

Los dos jóvenes golpearon hasta 100 veces a su víctima con un martillo

Para Foffo, era más difícil aceptar que era homosexual que un asesino

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Basuras en una calle del Trastévere romano, en una noche de octubre de 2020.
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Selfi de Marco Prato.

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