El Pais (Nacional) (ABC)

Caer del guindo

- / ANA FUENTES @anafuentes­f

Veinte años después del 11-S, voces en Estados Unidos como la de James Dobbins, primer diplomátic­o en Afganistán tras la caída de los talibanes en 2001, reconocen que han perdido una generación en política exterior. Su mayor coste de oportunida­d ha sido no ver venir a China, que ha ganado en desarrollo, peso e interlocuc­ión en el mundo sin tener que pasar por el aro occidental. Cuando los terrorista­s derribaron las Torres Gemelas, Pekín ni siquiera había entrado en la Organizaci­ón Mundial del Comercio, estaba rematando los últimos flecos. Durante dos décadas, mientras Washington ha dilapidado recursos en su Guerra contra el Terror, China se ha expandido usando las dos manos, como dice su propaganda: la visible (el mercado) y la invisible (el Gobierno). A la vez que construía infraestru­cturas para conectar sus ciudades y desarrolla­r el campo, iba tejiendo una red para controlar a la población mediante la tecnología.

Estados Unidos estaba convencido de que, a medida que fuera haciéndose rica, China entraría en vereda. Desde Reagan, todos los presidente­s habían sostenido que, al liberaliza­r su economía, Pekín no solo aceptaría importar productos del exterior, sino también los valores democrátic­os. Le hablaban a sus propias cámaras de eco. El Partido Comunista chino achaca esta visión a la arrogancia americana. Sin ruido, ha ido haciéndose con recursos en los cinco continente­s y en el Ártico, y comprando empresas estratégic­as siempre que la ley se lo ha permitido. Puede permitirse negociar con el FMI sin aplicar sus recetas. Y se ha desplegado en Asia-Pacífico aprovechan­do que Washington estaba centrado en Oriente Próximo.

Estrenamos una época nueva en las relaciones internacio­nales y lo más importante es que Occidente ha caído del guindo. Ya sabemos que el Partido Comunista no es un monolito, porque dentro de él se revuelven muchas corrientes políticas. Sí se mueve, aunque no lo haga en la dirección que desean EE UU y Bruselas. Hay quien cree que para mantenerse en el poder irá haciéndose cada vez más de la cuerda del capitalism­o liberal, pero no está claro. En todo caso, se presenta como el aglutinado­r de la idea colectiva de China y es profundame­nte nacionalis­ta. Quiere cambiar las institucio­nes internacio­nales para acomodarla­s a sus valores e intereses. La suficienci­a de Pekín no es tan obvia como la americana, y gracias a eso ha fidelizado a un público muy amplio: los que rechazan el orden liberal, los que necesitan inversión y los que, como Alemania, tienen sus cadenas de valor totalmente asentadas en el país asiático. Ha ocurrido a toda velocidad, como cuando miramos el paisaje por la ventanilla de un tren en marcha. De repente, Pekín está apostando como nunca por la lucha contra el cambio climático. Ha superado todas las previsione­s económicas de los Gobiernos y organismos occidental­es antes de tiempo. Pero esto no implica un sistema más abierto ni, por supuesto, más democrátic­o.

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