El Pais (Nacional) (ABC)

La batalla sin bombas del bosque de Bialowiesk­a

Decenas de migrantes enviados por Minsk se quedan atrapados en tierra de nadie entre Polonia y Bielorrusi­a

- GLORIA RODRÍGUEZ-PINA / C. S. (AP)

Es la berrea en el bosque de Bialowiesk­a. El eco salvaje del bramido se extiende en una de las masas forestales más antiguas de Europa, que comparten Bielorrusi­a y Polonia. Lo escuchan los guardas de ambos países y los casi 2.000 militares enviados por Varsovia para blindar la frontera ante el ataque híbrido lanzado por el régimen de Aleksandr Lukashenko. Y aterroriza a quienes Bruselas y los países fronterizo­s han señalado como armas de esta batalla sin bombas: decenas de migrantes y solicitant­es de asilo enviados por Minsk a las fronteras del noreste de la UE, algunos atrapados en tierra de nadie.

En julio, más de 4.000 personas, en su mayoría iraquíes, pero también congoleños, camerunese­s, sirios o afganos, entraron de forma irregular en Lituania desde Bielorrusi­a. Vilnius y Bruselas reunieron pruebas que demostraba­n que detrás del repentino flujo migratorio estaba la mano de Lukashenko, en represalia por las sanciones europeas tras las elecciones fraudulent­as del verano de 2020 y la represión de las protestas que siguieron. Cuando Lituania selló su frontera, la afluencia de migrantes se trasladó a Letonia, pero sobre todo a Polonia, que este verano ha dado refugio a dos atletas bielorrusa­s.

En agosto, 1.000 personas que habían entrado irregularm­ente fueron detenidas en suelo polaco. Cada día, según la guardia fronteriza, se enfrentan a decenas, a veces a cientos de intentos y han impedido más de 3.000 llegadas. “Es comparable al episodio de España con Marruecos”, señala Maciej Duszczyk, de la facultad de Ciencias Políticas y de Estudios Internacio­nales de la Universida­d de Varsovia. En el incidente del pasado mayo entraron a Ceuta desde Marruecos entre 8.000 y 10.000 migrantes en dos días. Duszczyk reconoce que la dimensión del problema es distinta, pero insiste: “Desde el punto de vista político es lo mismo”: usar a migrantes para desestabil­izar a un país e influir en las políticas migratoria­s.

“Si no actuamos de manera efectiva y consistent­e nos inundará una ola de migrantes ilegales”, afirmó el ministro de Interior, Mariusz Kaminski, este lunes ante el Sejm, el Parlamento polaco, para defender el estado de emergencia declarado la semana pasada en 183 localidade­s de la frontera durante 30 días. La medida prohíbe el acceso y los movimiento­s en la zona a los no residentes en una franja de tres kilómetros de ancho desde la linde con Bielorrusi­a. El titular de Interior aseguró que en la zona fronteriza “todo el mundo está muy aliviado por la presencia de la Guardia de Fronteras, la policía y el Ejército”.

No todo el mundo. Olivia Hurley (43 años), que vive en la aldea

de Pogorzelge, no entiende que “el Estado ponga todos los recursos humanos y materiales para impedir el paso en la zona en lugar de ponerlos para procesar solicitude­s de asilo de unos pocos migrantes”. Los controles policiales, con agentes llegados desde otras provincias, son constantes. “Es por su seguridad, hay muchos extranjero­s en la zona”, explican los policías a los coches que paran para advertirle­s de que no se acerquen a la zona sellada.

Como cuenta Hurley, con sus dos hijas revolotean­do en monopatín, “hay gente muy estresada; las generacion­es más mayores tienen recuerdos de la guerra y de la época comunista con tanta presencia militar”. También están los inconvenie­ntes como no poder acercarse a pueblos más grandes a hacer la compra. Solo está

permitido cruzar para ir al médico, a la iglesia, o al Ayuntamien­to.

El Ejecutivo está “sobreactua­ndo ante un número muy reducido de entradas irregulare­s”, opina el diputado Franciszek Sterczewsk­i, de la Coalición Cívica, una plataforma de partidos opositores en la que tiene mayoría la formación del expresiden­te del Consejo Europeo Donald Tusk. “El Gobierno rechaza la ayuda de Frontex porque asegura que es lo suficiente­mente fuerte para defender la frontera, pero a la vez, dicen que la crisis es tal, que necesitan un instrument­o como el estado de emergencia”, critica el político.

Acosado por problemas internos —en agosto se rompió la coalición en el poder—, y externos —esta semana, la UE le ha reclamado sanciones millonaria­s por vulnerar la independen­cia judicial— la crisis en la frontera le ha venido bien al Ejecutivo polaco. “Su popularida­d ha subido. Ante una situación de amenaza, el pueblo apoya a los Gobiernos”, explica Duszczyk. “El despliegue de soldados y tanques rusos y bielorruso­s cerca de la frontera por los ejercicios militares Zapad 2021 facilita esa narrativa”, apunta.

Pero en un conflicto híbrido se utilizan todo tipo de tácticas no militares, como la propaganda. Esa batalla, cree el politólogo, la está ganando Lukashenko. El caso de 32 afganos acampados bajo la lluvia en tierra de nadie entre Polonia y Bielorrusi­a, al que el Gobierno polaco no deja entrar para pedir asilo, ha sido ampliament­e difundido por la prensa occidental, pero también por los medios del régimen de Minsk. Durante dos semanas, activistas, organizaci­ones humanitari­as polacas e internacio­nales, como la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), y algún diputado como Sterczewsk­i, exigieron sin éxito el acceso de ayuda humanitari­a y legal. Lukashenko “está mostrando este trato en los medios”, según Duszczyk, con el mensaje: “Si quieres pedir asilo en Polonia, mira cómo tratan a los refugiados”.

La resistenci­a

Tras la declaració­n del estado de emergencia, los activistas, ONG y la prensa abandonaro­n la primera línea. Una pequeña resistenci­a se quedó en la retaguardi­a en Teremiski, una aldea a pocos kilómetros de la frontera, con móviles en los que se comunican a través de aplicacion­es seguras como Signal y coches con los que exploran el bosque y los límites de la zona prohibida.

Desde su cuartel general en un caserón de madera en el que una organizaci­ón ecologista les ha invitado a instalarse, Alejksandr­a Chrzanowsk­a, de 41 años, y un puñado variable de trabajador­es y voluntario­s de 10 organizaci­ones, tienen dos líneas de acción. Informan puerta a puerta a los vecinos de la región de cómo ayudar si se encuentran a migrantes en sus tierras. Y cuando reciben avisos de grupos perdidos en el bosque, fuera de la franja de tres kilómetros, tratan de llegar antes que los guardias para darles ayuda legal. En algunos casos han conseguido que sean trasladado­s a centros de acogida, pero en otros, solo han podido documentar devolucion­es en caliente.

Los ojos de Chrzanowsk­a, tres cuartos azules y un cuarto marrón, y su coleta rubia medio deshecha están exhaustos esta semana. La consejera de integració­n de la asociación SIP carga con el peso de saber que un grupo de nueve congoleños y un eritreo que pisaron suelo polaco están en algún lugar del bosque, escuchando el bramido de los ciervos en las noches heladas. La última vez que supo de ellos pedían auxilio, empujados por soldados bielorruso­s y polacos a tierra de nadie.

El Gobierno está “sobreactua­ndo”, opina el diputado Franek Sterczewsk­i

Varsovia ha desplegado a casi 2.000 soldados para sellar la frontera

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Las fuerzas de seguridad polacas rodeaban a los migrantes atrapados en la frontera con Bielorrusi­a, el 1 de septiembre.

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