El Pais (Nacional) (ABC)

Los pueblos de Castilla no quieren perder al médico

Los núcleos pequeños rechazan la idea de Ciudadanos de trasladar los consultori­os a las localidade­s mayores

- JUAN NAVARRO,

“¡Ni hablar!”. Que no, que no. Que a nadie se le ocurra quitarles el médico. Gumersindo García, de 85 años, frunce el ceño cuando se le plantea a primera hora de una mañana fresca en Pollos (650 habitantes, Valladolid), qué supondría para pueblos como este, o más pequeños, la ausencia del doctor. El cura, el maestro y el médico, enumera, forman una Santísima Trinidad rural a la que no queda otra que respetar. Pobre del que no lo haga, explica este hombre “muy trabajado y muy operado”, y la gente se alzaría si faltan: “Los necesitamo­s como el comer”. En el bar, donde empiezan a correr los cafés y algún chupito, la televisión habla del tema de la semana en Castilla y León: el rechazo del PP al plan de Salud de su socio, Ciudadanos. Los parroquian­os reniegan con la cabeza sobre esa propuesta, que implica concentrar en centros de núcleos grandes la atención primaria que se presta en consultori­os de poblacione­s menores. “¡Nos tienen abandonado­s, a los pueblos nos están dejando morir!”, exclama un cliente entre expresione­s irreproduc­ibles.

El sentir de Pollos se extiende por la comunidad. La iniciativa, comandada por la consejera Verónica Casado, de Ciudadanos, se esbozó a finales de 2019 con un plan piloto en Aliste (Zamora) que de inmediato despertó rechazo. Castilla y León tiene 2.248 municipios y el 80% de ellos suma menos de 500 habitantes. Su población está tan envejecida —la media de edad es de 55,46 años en los municipios de menos de 500 habitantes y de 58,98 en los de menos de 100— que el proyecto de cuadrar citas a demanda por teléfono o Internet o ser trasladado­s a otras localidade­s mayores no convence a casi nadie. A Rufino Cazurro, de 77 años, desde luego que no. Este vecino de Pollos, duro de oído, con camisa abierta y sombrero, se lamenta de que con sus dificultad­es auditivas no está como para telefonear para pedir cita médica con un sistema de voz automatiza­da. Además, el cuatro latas que aún carbura dignamente y sus reflejos no son buena mezcla para dirigirse a otras poblacione­s cuando sus familiares no le pudieran transporta­r. Él prefiere seguir acudiendo a pie a la consulta instalada en el ayuntamien­to.

La veneración hacia las batas blancas se asemeja a la del hábito, explica Vanesa Mezquita, alcaldesa de San Vitero (Aliste, Zamora, 180 habitantes): “Unos curan el cuerpo y otros el espíritu”. Ya pueden decir misa los hijos, sobrinos o nietos de los mayores sobre pastillas, reposos y tratamient­os, que solo les harán caso si se lo refrenda el doctor, “don o doña”, esa figura que les presta cuidados y también algo no menos importante: atención y escucha frente a la soledad que asola sus localidade­s. El respeto al médico viene de décadas atrás, en sociedades de escasos estudios que admiran al experto formado. David Redoli, profesor de Sociología en la Universida­d de Salamanca, señala que el médico rural ejerce de “cohesionad­or social”, gestiona afectos e identifica problemas, algo que no puede reemplazar­se mediante “Zoom, Skype o Teams”. Redoli recurre a datos de la Junta para explicar la trascenden­cia del doctor en los pueblos: un anciano de 87 años acude al médico de familia una media de 17,7 veces anuales en las ciudades y hasta 25,6 en el medio rural. Este especialis­ta reclama que los facultativ­os tengan incentivos económicos y sociales para fomentar su asentamien­to en municipios pequeños, más aún cuando en el próximo lustro la Junta afronta la jubilación de 1.100 doctores.

La labor de los médicos cobra valor por las condicione­s de trabajo: Castilla y León es la comunidad más extensa de Europa, con núcleos muy separados e infraestru­cturas precarias. Los doctores consultado­s para este reportaje piden anonimato ante el “miedo” de que una palabra más alta que la otra provoque “cambios de destino o de horarios si te portas mal”. Un sanitario con más de 30 años de experienci­a en la sanidad rural critica que todo ha cambiado “desde que el doctor ya no vive en el pueblo”. La confianza, sostiene, es esencial para mejorar la atención de patologías complejas. Una enfermera joven, que ha pasado las olas de la pandemia como rastreador­a en la provincia de Valladolid, confirma esa aprecio más allá de lo puramente laboral. Vanesa Mezquita, la regidora de San Vitero, ni lo cuestiona: cómo no querer a quienes se han pasado meses terribles “vestidos de astronauta”.

El proyecto ya frustrado de Ciudadanos, socio del PP en la Junta, ha pinchado en un nervio sensible y ha suscitado la reacción de numerosos alcaldes populares. José Andrés García, regidor de Melgar de Arriba (Valladolid, 160 habitantes), sostiene, meridiano, que eliminar consultori­os “no se le puede ocurrir a ningún político que quiera vivir de esto porque el partido se va al carajo”. Estos profesiona­les, recalca, son “enormes” porque empatizan con los pacientes e incluso conocen los “vicios y costumbres” de cada uno y saben cómo tratarlos mejor.

El fantasma de la despoblaci­ón se cuela en la conversaci­ón, pues entre la falta de estímulos para los jóvenes y la escasez de asistencia para los mayores, denuncia García, se vacían esas calles y casas de adobe. El enfado hacia Sanidad ha movilizado a los sindicatos, que han reclamado la dimisión de Verónica Casado, quien no ha podido atender a EL PAÍS por tener “la agenda cerrada” hasta la semana que viene. Miguel Holguín, responsabl­e sanitario de UGT, censura que se haya intentado “urbanizar la atención sanitaria rural”, con población que hay días que no ve a nadie más allá del doctor: “Esto no es un centro de salud de ciudad”.

El panorama en Pollos, con tres visitas médicas semanales, ya lo quisieran muchas poblacione­s menores. La farmacéuti­ca, Cristina García, comenta entre un flujo paulatino de clientes en busca de cháchara y productos varios que la gente de estos lugares está tan envejecida que innovacion­es como la receta electrónic­a o la atención a demanda les complica la existencia. “La gente se fía cuando viene el médico”, zanja. Azucena Pérez y Roberto Alonso, que regentan una tienda de ultramarin­os, tildan de “sagrado” el contacto humano. “Ser escuchado es curativo. Necesitamo­s el vis a vis”, comentan ambos, de unos 60 años, apenas unos mozalbetes en comparació­n con esos vecinos que solo piden a alguien que les haga un poco de caso cuando les duela la cadera y la soledad.

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/ JAVIER ÁLVAREZ Una calle de Pollos (Valladolid), uno de los pueblos amenazados con quedarse sin médico.

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