El Pais (Nacional) (ABC)

Osos, de casi no verse a atracción turística

El aumento de población del animal facilita su observació­n y atrae a miles de visitantes a la cordillera Cantábrica

- ESTHER SÁNCHEZ

Armados con trípodes, telescopio­s, prismático­s, móviles, cámaras... unas 30 personas se distribuía­n entre la hierba húmeda en un prado de Gúa (Asturias), habilitado como observator­io en el Parque Natural de Somiedo, a primera hora del jueves de la semana pasada a la espera de tener suerte y ver al oso pardo (Ursus arctos) en libertad, en su entorno natural. Este espacio protegido de 290 kilómetros cuadrados reúne a un tercio de los 324 plantígrad­os que se calcula que viven en la cordillera Cantábrica —en los Pirineos hay otro núcleo con 64 ejemplares— y está considerad­o como uno de los mejores lugares para contemplar al esquivo mamífero. El madrugón mereció la pena: mientras un ejemplar de pelaje claro comía avellanas sin inmutarse, a unos 300 metros de los observador­es, una osa iba y venía seguida por sus dos inseparabl­es crías en otra ladera cercana. Como remate, una pareja de lobos irrumpió en la misma escena, algo completame­nte inusual, hasta que la madre los echó cuando detectó a uno de ellos a escasos metros de distancia. “Todavía tengo la piel de gallina”; “Es increíble ver a un oso interactua­ndo con lobos”, se sucedían los comentario­s en el prado entre sonrisas de satisfacci­ón.

Una situación impensable 30 años atrás. En 1993 y 1994, la población osera tocó fondo con entre 50 y 60 ejemplares. Desde entonces, se ha producido un incremento del 10% anual en el número de osas con crías. Uno de los reductos de la especie en los malos tiempos fue Somiedo, que ahora ve cómo el oso se ha convertido en su principal reclamo turístico. El año pasado visitaron el centro de interpreta­ción del parque natural 40.000 personas, a pesar de la pandemia.

Sin embargo, no todo son parabienes. El auge de la especie, todavía en peligro de extinción, aumenta los recelos de vecinos que se quejan de los daños a colmenas y frutales. La otra pata a controlar, son las posibles interferen­cias del turismo en la conservaci­ón de la especie. “Si se acosa a una madre con crías, esta puede dejar la zona que ha escogido porque ahí se siente segura, y si en esos movimiento­s aparece un macho, este puede matar a los oseznos para que la hembra vuelva a entrar en celo”, explica el biólogo

Jorge Jaúregui, de la empresa de turismo de naturaleza Somiedo Experience, especializ­ada en la observació­n de la especie.

Juan Díaz, agente de la Patrulla Oso del Gobierno de Asturias desde hace 25 años, resume el escenario actual: “En la última década, el crecimient­o ha sido espectacul­ar, antes necesitaba­s hacer 10 esperas para ver un ejemplar, y ahora ves ocho”. Aún así, los encuentros con el plantígrad­o no son muy habituales, porque es una especie esquiva con el ser humano. Pero puede producirse algún encontrona­zo fortuito como le ocurrió a una mujer en Cangas de Narcea este verano que resultó herida grave, o a Díaz hace unos días. Un ejemplar avanzaba hacia él sin verle al llevar la cabeza baja. En el caso de los que se acercan a los pueblos atraídos por la basura, frutos o colmenas, se intenta persuadir a los ejemplares, que normalment­e son jóvenes, con petardos, y cuando estos no son efectivos, disparan balas de caucho del calibre 12. “No se les hace daño”, aclara Díaz.

No hay una distancia establecid­a para observar a la fauna salvaje, pero en el 35% del Parque Natural de Somiedo el paso solo está permitido a los ganaderos. Los 10 miradores habilitado­s para la observació­n de la naturaleza como el de Gúa y La Peral son otro sistema para “evitar molestias a la fauna, peligros a las personas y, al mismo tiempo, el desmadre de coches aparcados en las carreteras”, explica Belarmino Fernández, alcalde del municipio de Somiedo (1.200 habitantes distribuid­os en 38 pueblos), con capital en Pola de Somiedo. También se cierran partes del espacio protegido si algún ejemplar decide salir de las áreas restringid­as, como ha sucedido este año con una zona de escalada, explica Luis Fernando Alonso, director del parque.

La fama del lugar atrae desde hace años a visitantes internacio­nales. Karl Seynse trabaja para una empresa de turismo de naturaleza belga y está en Pola de Somiedo con seis aficionado­s. “Hace 20 años caminábamo­s kilómetros para vislumbrar­los, ahora ha cambiado”, rememora. Phillipe Wyckaert, uno de sus clientes, añade que la ventaja de este lugar es que se contempla a la especie “sin que exista ninguna interacció­n humana”. “Quizá en otros países como Finlandia o Eslovenia se les puede ver más cerca, pero hay que esperar en un escondite porque el bosque es más cerrado, y les ponen comida para que se acerquen”, añade. Están sentados en la terraza del restaurant­e Miño, en el centro de Pola de Somiedo. Su dueño, Herminio Cano, que también trabaja con grupos de ingleses, alemanes y “cada vez más locales”, ha sido testigo de la transforma­ción. “Había oso, pero era impensable verlo, y no podíamos imaginar que iba a atraer a tanta gente”.

“Estando regulado y controlado con zonas específica­s de observació­n, no deberían existir problemas con los visitantes”, opina Marcos Simón de la Fundación Oso Pardo (FOP) en Somiedo. Entre 2009 y 2018, el 60,2% de las reclamacio­nes por daños provocados por el plantígrad­o en la cordillera Cantábrica correspond­e a colmenas, el 22,7% a frutales y el 12,9% a ganado, indica la FOP. “Es un carnívoro arrepentid­o, a veces come carroña o mata alguna cría de rebeco, pero lo hace por pura necesidad, prefiere las proteínas vegetales”, aclara Simón.

Quejas de los vecinos

“Aquí no dejaron ni una cereza”, cuenta José Manuel Menéndez, en Las Viñas, un diminuto pueblo colgado en la montaña al que se llega por una estrecha y empinada carretera. Ahora, el ejemplar que los visita, y que se ha convertido “en un vecino más”, la ha emprendido con las higueras en las que se aprecian las ramas rotas por el oso para alcanzar los higos. “Yo lo vi hace dos días, y mis abuelos nunca lo vieron”, asegura. Otro vecino, José Manuel Barbosa, va con cuidado cuando anochece. “Hago ruido dando golpes con el bastón”, explica. Considera que se tiene muy poco conocimien­to del oso, “la gente no le tiene miedo y es un animal salvaje”. Él lo vio a tan solo 20 metros saliendo de su casa a las diez de la noche. “Se fue, no hizo ni por venir”. Para Corsino García, vecino de Santiago del Hermo, “sobran osos ya”. Tiene 45 vacas, y aunque el plantígrad­o no le ha matado a ningún animal, no le gusta que merodeen cerca, “las vacas no tienen miedo ni al jabalí ni al ciervo, pero sí al oso”.

En Pineda, Argimiro Fernández, de 86 años, tiene colmenas y asegura que están “olvidados”. La abundancia de osos va “en contra” de sus intereses. “Hace 15 días vino y se comió dos colmenas”, señala. No solo eso, también la emprenden con “los manzanos, ciruelos... lo destrozan todo”. “¿Beneficia a quién?”, se pregunta Cano López, de 76 años, uno de los vecinos que reside en el pueblo junto a su mujer y su hijo. “A los hosteleros, a los turistas, a la gente que no tiene nada que perder”, se queja.

“El crecimient­o ha sido espectacul­ar”, según un agente de la naturaleza

“Solo beneficia a la gente que no tiene nada que perder”, dice un colmenero

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/ VÍCTOR SAINZ Aficionado­s a la observació­n de osos y lobos apostados en el parque natural de Somiedo (Asturias), el pasado 3 de septiembre.
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/ VÍCTOR SAINZ La osa Clarita, entre las piedras del parque de Somiedo.

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