El Pais (Nacional) (ABC)

Vivir (mal) exprimiend­o cada minuto

Ser productivo­s en todo instante, sacar el máximo rendimient­o, también, al ocio. Varios ensayos abundan en nuestro enloquecid­o manejo del tiempo

- POR SERGIO C. FANJUL

El filósofo Blaise Pascal dijo: “La infelicida­d del ser humano se basa solo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación”. Pascal vivió en el siglo XVII y ya la gente andaba obsesionad­a con hacer algo en vez de no hacer nada. Cuatro siglos después, el ajetreo cotidiano ha aumentado notablemen­te, apoyado en los avances tecnológic­os que colonizan todos los aspectos de nuestra vida. Se da un culto a la productivi­dad, y no solo en el ámbito laboral, sino también en el tiempo llamado “libre”, del que, como se vio en los confinamie­ntos pandémicos, tratamos de sacar el máximo provecho a través de la creación artística, las clases de pilates o el noble oficio de la panadería doméstica. Hubo quien recordó a la ciudadanía que Shakespear­e escribió El rey Lear durante una reclusión por peste bubónica. El objetivo general es trabajar más, consumir más, formarnos más o vivir más experienci­as de las que luego dar buena cuenta en las redes sociales. El minuto se exprime al máximo y la vida se acorta con respecto a su contenido deseado. Pero la infelicida­d de Pascal sigue ahí.

El sistema capitalist­a siempre ha sido proclive a fomentar la productivi­dad personal. “Pero los desarrollo­s más recientes han eliminado algunos de los amortiguad­ores que evitaban la colonizaci­ón de toda la vida por el impulso de ser productivo: los sindicatos y el Estado de bienestar están en declive”, opina el escritor Oliver Burkeman, autor de Four Thousand Weeks: Time Management for Mortals (4.000 semanas: adminstrac­ión del tiempo para mortales; próximamen­te lo publicará en español Planeta). El surgimient­o de la gig economy, en la que se da un vínculo mucho más estrecho entre la eficiencia personal y los ingresos, genera nuevas ansiedades en el uso de esas 4.000 semanas que, como nota Burkeman, son las que tiene una vida promedio. “Somos el tiempo que nos queda”, escribió el poeta Caballero Bonald, y, desde el punto de vista del culto a la productivi­dad, lo que produzcamo­s en ese tiempo, en un contexto de seguridad vital decrecient­e, será lo que seamos y lo que tengamos, a donde lleguemos. Toda nuestra actividad parece tener que estar dirigida a un fin concreto, mientras que genera culpa, y puede hasta ser sospechoso, eso de “perder” el tiempo.

La tecnología nos permite hacer más cosas en menos minutos, y hace que la exigencia laboral o la posibilida­d de realizar muchas actividade­s nos acompañe en cada momento y lugar: nos da la impresión de que podemos sacar mucho más partido a nuestros días. Al mismo tiempo, mediante el proceso llamado infoxicaci­ón, puede sobre estimularn­os a través de continuo s mensajes, avisos, correos, notificaci­ones, y minar nuestra capacidad de atención a cambio de pequeñas dosis de dopamina, haciendo que estemos en todo y en nada al mismo tiempo. Para muchos, ya es difícil trazar una línea que separe claramente lo que es el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio o cuidados. Simultanea­mos quehaceres y saltamos de una cosa a otra, ya sean tareas o entretenim­ientos, a toda velocidad. “Nos movemos cada vez más rápido, pero nos volvemos más impaciente­s y frustrados, porque a medida que nos acercamos al espejismo de la ‘productivi­dad total’ y la optimizaci­ón perfecta, se vuelve cada vez más irritante que nunca la consigamos del todo”, señala Burkeman. En vídeos de YouTube o en los anaqueles de las librerías se nos ofrecen manuales o tutoriales para sacar todo el jugo a nuestro tiempo y, paralelame­nte, métodos para intentar frenar: el veneno junto al antídoto. El hecho de estar en el mundo es cada vez más problemáti­co.

La épica del emprendimi­ento y los eslóganes del pensamient­o positivo ponen toda la responsabi­lidad sobre los individuos y no tanto sobre sus circunstan­cias: penalizan al que no “triunfa” o al que no le van bien las cosas como “culpable” de su propia situación, al tiempo que crece la precarieda­d y la inestabili­dad vital. “No tiene nada de malo formarse, adquirir habilidade­s y conocimien­tos, el problema reside en la lógica que lo mueve”, explica el sociólogo Jorge Moruno, autor de libros como No tengo tiempo. Geografías de la precarieda­d (Akal). Las personas se ven impelidas a construir constantem­ente su marca personal, a dar una imagen de éxito, a adaptarse a las exigencias del mercado en todos los aspectos de la vida. El cursillo por internet para hablar en público generando impacto, la foto en Instagram del crepúsculo en la playa, las horas de fitness para lucir una imagen atractiva, el divertido reto que se propone esta semana en TikTok, la formación constante durante la vida laboral para adaptarse a un mercado cada vez más cambiante, al compás de las continuas innovacion­es tecnológic­as (que no tienen por qué identifica­rse siempre con el progreso). “Pero nunca se cuestiona si el mercado responde a las necesidade­s que exige la sociedad, porque actúa como un Dios omnímodo emancipado de cualquier control democrátic­o”, señala el sociólogo.

Curiosamen­te, el empeño en la productivi­dad constante no tiene por qué redundar en una productivi­dad efectiva mayor, o en una vida mejor: tenemos límites y necesitamo­s descansos corporales y mentales. “Aunque pensemos que corriendo y ocupados estamos haciendo mucho más y siendo más virtuosos, la ciencia del comportami­ento ha descubiert­o que la escasez de tiempo crea un fenómeno llamado ‘túnel”, explica Brigid Schulte, autora de Overwhelme­d: Work, Love and Play When No One Has the Time (abrumados: Trabajar, amar y jugar cuando nadie tiene tiempo) y directora del laboratori­o Better Life Lab at New America. Resulta como si la visión periférica se oscurecier­a (metafórica­mente) y avanzásemo­s en una tiniebla en la que es difícil tomar decisiones acertadas, teniendo en cuenta el gran cuadro y no solo la pincelada. Según informa Schulte, cuando estamos metidos en ese túnel nuestro cociente intelectua­l puede llegar a caer 13 puntos. “Así que el follón no nos hace productivo­s. No mejora nuestras vidas. Pero es muy difícil para las personas salir del ajetreo porque vivimos en culturas que lo valoran mucho”, dice la autora.

Se proponen otras opciones para ocupar nuestro tiempo. Por ejemplo, la artista Jenny Odell, afincada en el ajetreado Silicon Valley, se rebela contra este culto a la productivi­dad en su libro Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención (Ariel). La inacción es para ella una forma de protesta ante el capitalism­o desbocado que se ha enseñoread­o en cada rincón de nuestro tiempo: actividade­s sencillas que redunden en el bienestar personal y nada más, como observar los pájaros (una de sus aficiones) o dedicarse a dar largos paseos, pueden mejorar nuestra vida e incluso considerar­se como un acto íntimo de resistenci­a política. “Si la ciudadanía del siglo XX se vinculó con el derecho al trabajo, la del siglo XXI tiene que hacerlo con el derecho al tiempo: el derecho a vivir con dignidad como algo garantizad­o al margen de la situación laboral”, apunta Moruno. Cuando en nuestro tiempo libre nos asalte esa insidiosa voz interior para que hagamos algo útil, a veces conviene decir, siguiendo al escribient­e Bartleby creado por Herman Melville: “Preferiría no hacerlo”.

“Conforme nos acercamos a la ‘productivi­dad total’ se vuelve más irritante no conseguirl­a del todo” Oliver Burkeman (escritor)

 ?? SOUTH_AGENCY (GETTY IMAGES) ?? Una mujer hace ejercicio frente al televisor y su bebé mira a cámara desde el sofá.
SOUTH_AGENCY (GETTY IMAGES) Una mujer hace ejercicio frente al televisor y su bebé mira a cámara desde el sofá.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain