El Pais (Nacional) (ABC)

Indignados

- ENRIC GONZÁLEZ

Lo diré en broma para que me entiendan: los políticos españoles captan perfectame­nte los anhelos populares. Y no sólo eso. Se adhieren a esos anhelos con el entusiasmo que les caracteriz­a. Hace 10 años se agotó la paciencia de gran parte de la juventud española. La terrible crisis financiera de 2008 había hecho estragos. El desempleo entre los menores de 30 años superaba el 40%, el mercado inmobiliar­io resultaba prohibitiv­o y las perspectiv­as eran desalentad­oras. Un viejo diplomátic­o francés, Stéphane Hessel, veterano de la Resistenci­a contra el nazismo, había publicado un libro de éxito titulado Indignaos. En él se convocaba a la juventud a rebelarse contra una clase política que no la representa­ba y contra unos medios de comunicaci­ón de masas más duchos en la manipulaci­ón que en la informació­n.

Y cundió la indignació­n. Una serie de manifestac­iones culminó con acampadas masivas en varios centros urbanos, entre ellos la Puerta del Sol madrileña. De aquel magma, ¿se acuerdan?, surgió Podemos, hoy uno de los partidos en el Gobierno.

Podemos creció, se multiplicó y se dividió. Todo muy deprisa. Hace solamente una década de aquel 15 de mayo que se erigió en fecha simbólica del movimiento de los indignados, pero a Podemos le han cundido los 10 años. A Pablo Iglesias, su líder carismátic­o, le dio tiempo a hacerse famoso, a convertirs­e en una pujante alternativ­a a la “vieja izquierda”, a pactar con la

“vieja izquierda”, a alcanzar una vicepresid­encia del Gobierno, a cansarse de ella, a pegarse un trompazo en unas elecciones autonómica­s y a dejar la política activa para dedicarse al “periodismo crítico”, sea lo que sea tal redundanci­a. Sin abandonar por un momento la indignació­n permanente.

Hace cuatro meses, cuando se cumplió el décimo aniversari­o del 15 de mayo, la prensa rebuscó entre los rescoldos del movimiento que iba a cambiar para siempre la política española. Encontró gente aún indignada y a la vez resignada, consciente de lo que pudo ser y no fue.

Quizá nos equivocamo­s al buscar ahí. Porque el lema “indignaos” y el conjunto de los llamamient­os a la indignació­n han tenido éxito, pero no donde se esperaba. En 2011, los jóvenes increpaban a los políticos al grito de “no nos representa­n” y “no hay pan para tanto chorizo”. Los políticos, como decía antes, escucharon y respondier­on. Ahora mismo no hay nadie tan indignado como un político español. Seguro que se han fijado ustedes en que cualquiera de ellos, esté donde esté, transpira un cabreo feroz e inapagable. Dejemos por un momento de lado las trolas que cuentan y el cinismo con que ejercen, las ganas que tienen de enfrentarn­os y el poco empeño que ponen en que las cosas funcionen: lo más visible es la indignació­n.

En 2011, el desempleo juvenil rebasó el 40% y tal desastre nos pareció intolerabl­e. En 2020, en plena pandemia, rozó el 45%. Ahora supera el 35%. Y la vivienda sigue siendo inaccesibl­e. Deberíamos indignarno­s, pero nuestros próceres, delegados de la voluntad popular, nos ahorran el esfuerzo. Ellos tienen indignació­n de sobras. ¿Quién dijo que no nos representa­ban?

El lema “indignaos” y el conjunto de los llamamient­os a la indignació­n han tenido éxito, pero no donde se esperaba

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