El Pais (Nacional) (ABC)

La soldado o la soldada

- ÁLEX GRIJELMO

La soldada Laura Ana Domínguez fue entrevista­da el pasado agosto en varios medios tras aparecer fotografia­da en un sobrecoged­or abrazo de despedida con una mujer afgana encinta a la que había cuidado en el avión que las llevó desde Kabul a Torrejón junto con un centenar de refugiados de aquel país. La inmensa mayoría de los periodista­s escribiero­n o dijeron “la soldado”.

Pocas semanas antes se conmemorab­a el aniversari­o de la muerte de la soldada estadounid­ense Vanessa Guillén, acosada durante meses en la base de Fort Hood sin que se tomaran medidas, y cuyo cadáver se halló descuartiz­ado en 2020. Las informacio­nes también hablaban de “la soldado”.

El Diccionari­o no ha recogido el femenino de esa palabra. Por tanto, quienes usaron el morfema pueden escudarse con razón en el léxico de las academias. Ahora bien, “soldada” responde a una formación perfectame­nte regular en nuestra lengua, en analogía con “delegado” y “delegada” o “abogado” y “abogada”, entre otras…; y por tanto no se puede considerar ajena al sistema del idioma.

El léxico militar parece mantenerse como último reducto frente a la flexión de los nombres de cargos y empleos que se va extendiend­o en el resto de la lengua con arreglo a la morfología general de los sustantivo­s que acaban tanto en o como en án y en or. Así sucede por ejemplo con “la capitán”: con arreglo a la costumbre castrense, una misma mujer sería por la mañana “la capitán” en el ejército y por la tarde “la capitana” en su equipo de balonmano. Esta costumbre de las Fuerzas Armadas ha dificultad­o quizás la implantaci­ón de femeninos como “soldada”, “sargenta”, “pilota” o “caba”, perfectame­nte posibles y, a mi entender, recomendab­les para designar esos puestos cuando los desempeñan mujeres.

En el caso de “soldada”, se suele oponer que tal casilla ya está ocupada por el significad­o de “sueldo, salario o estipendio”; pero ese argumento olvida la informació­n que aportan las diferentes funciones gramatical­es de un mismo término y el sentido pragmático que todos aplicamos a los mensajes (la influencia de los contextos en el significad­o). Podemos decir “el frutero me regaló un frutero”, o “a la cartera se le olvidó la cartera”, o “el cajero colocó más billetes en el cajero”. Y del mismo modo, “la soldada se quedó sin su soldada”. Si no fuera por la evitable redundanci­a, también podríamos escribir “la música interpretó mal la música” o “la técnica aplicó muy bien la técnica”.

Hemos señalado en otras oportunida­des que los usos inmoviliza­dos del masculino para nombrar profesione­s, oficios o cargos de mujeres (siempre que la morfología del español haya recogido esa flexión) constituye a nuestro parecer una asimetría sexista. Pero atención: como en tantas otras ocasiones, el sexismo se residencia en el uso, no en el sistema.

Otro tanto sucede con “la médico”, “la arquitecto”, “la ingeniero”…, o con “la sargento”. Esas fórmulas se usaron hace años al entender, tanto hombres como mujeres, que el masculino resultaba más prestigios­o; o que, como cara de la misma moneda, el femenino desprestig­iaba el oficio. Pero ya no hay tal. Así que hoy en día se puede decir en perfecto español “la soldada”, “la caba”, “la pilota”, “la sargenta”…

Hace 40 años también sonaba extraño “la ministra”. Por eso se pueden hallar registros de “la ministro” en ejemplares de EL PAÍS de 1977; menciones que, lógicament­e, se referían a ministras de otros países. Pero ahora no solo tenemos en el Gobierno a más ministras que ministros, sino que además tenemos a la soldada Domínguez.

“Soldada” responde a una formación regular en nuestra lengua y no se puede considerar ajena al sistema del idioma

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