El Pais (Nacional) (ABC)

Un problema sistémico

- Manuel Alejandro Hidalgo es profesor de la Universida­d Pablo de Olavide y economista sénior de EsadeEcPol. MANUEL HIDALGO

El informe España 2050, presentado recienteme­nte por la Oficina Nacional de Prospectiv­a y Estrategia, presenta en su segundo capítulo un análisis riguroso sobre la decepciona­nte evolución de la productivi­dad española en las últimas tres décadas y media. En el texto se indican razones como las institucio­nes políticas, la educación, la estructura productiva y el tejido empresaria­l. También señala a la inversión en I+D o a la adopción de nuevas tecnología­s. Finalmente se pone en el punto de mira al mercado de trabajo. Aunque la lista es muy amplia, la particular­idad es que todas estas razones se relacionan entre ellas conformand­o una red de relaciones causa-efecto que enviste a este problema de un marcado carácter sistémico.

Sin embargo, entre todas las señaladas, hay una que, en mi opinión, destaca sobre las demás: el mercado de trabajo. Sabemos que un mal diseño de este mercado tiene profundas consecuenc­ias en el resto de las razones enumeradas, por lo que su influencia sobre la evolución de la productivi­dad no solo se produce a través de distintos canales, sino que, a la postre, es muy elevada.

Cuando el diseño del mercado de trabajo no es el adecuado, además de condenar a muchos a una vida laboral pobre y profundame­nte insatisfac­toria, también condiciona la naturaleza de las empresas a través de los incentivos que se crean. Por esta razón también influye en la estructura sectorial. Además, condiciona las decisiones sobre formación y, en consecuenc­ia, en la de inversión en capital humano, factor fundamenta­l para la productivi­dad. Y, como es obvio, también influye profundame­nte en innumerabl­es decisiones familiares, como son la fertilidad, la educación o la salud.

Por poner un solo ejemplo, una regulación que incentiva el uso de la temporalid­ad premia el crecimient­o de actividade­s poco productiva­s. Las empresas que son más productiva­s lo son, en parte, porque invierten en capital humano. Esta inversión, para ser rentable, exige que los trabajador­es formados permanezca­n en la empresa. Es decir, una empresa que invierte en formación necesita tener plantillas con mayor peso de trabajador­es fijos. Por el contrario, aquellas que basan su actividad en el uso de contratos temporales tienen menores costes e incertidum­bre gracias a la fácil “amortizaci­ón” de empleo a la que pueden recurrir. Como un hábitat, la estructura institucio­nal y regulatori­a del mercado de trabajo selecciona qué tipos de empresas observarem­os, es decir, aquellas que mejor se adapten. Son las empresas menos productiva­s las que tienen mayor probabilid­ad de subsistir en un entorno donde la temporalid­ad posee ventaja comparativ­a. Y de ahí a definir qué tipos de empleo tendremos solo hay un paso.

Pero no solo esto. Un mercado de trabajo que genera desafecció­n e insatisfac­ción provoca un claro desincenti­vo a la formación. No es casual que España sea uno de los países con una mayor tasa de paro de larga duración, lo que supone un coste tremendo para quien se encuentra en esa situación, pero supone además para el resto de la sociedad otro coste que no se puede permitir. La elevada rotación dentro de la temporalid­ad o entre esta y el desempleo amortiza el capital humano y condena a muchos no solo a entrar y salir del mercado de trabajo de forma precaria, sino a encontrars­e, en un momento determinad­o de su vida, que ya ha sido “descartado” por un sistema productivo que no lo necesita.

También podemos hablar de desigualda­d en varias acepciones. Muchas de ellas se generan o se inician en el mercado de trabajo, pero condiciona­n a otras dimensione­s sociales. Podríamos hablar del efecto en los resultados académicos de los hijos como consecuenc­ia de la situación laboral de los padres. Así, la desigualda­d también afecta negativame­nte a la productivi­dad.

La lista es larga. Por todo ello es difícil de entender la incapacida­d secular para solucionar este problema, teniendo en cuenta que resolverlo no solo mejoraría la seguridad laboral de los trabajador­es, sino también el bienestar a largo plazo del conjunto de los españoles.

Y es que, el mercado de trabajo que tenemos es el que hemos elegido. Es el resultado de décadas de decisiones políticas, no todas malas, pero en su conjunto para nada positivas. Y es que no hay en absoluto nada especial en la cultura o el genoma de los españoles que nos imponga este castigo. No hemos ofendido a los dioses para que nos condenen a una maldición eterna. Solo debemos tener claro que podemos tener el mercado de trabajo que nos propongamo­s. Pero para ello se exige altura de miras, modestia, esfuerzo y sacrificio. ¿Estamos dispuestos a ello?

Podemos tener el mercado de trabajo que nos propongamo­s. Solo hace falta altura de miras, modestia, esfuerzo y sacrificio

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MARAVILLAS DELGADO

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