El Pais (Nacional) (ABC)

El terrorismo nunca ha sido nuestra mayor amenaza

- Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips. PAUL KRUGMAN

Puede parecer terrible, pero bastante gente —en especial en los medios de comunicaci­ón— siente nostalgia por los meses que siguieron al 11-S. Algunos expertos añoran abiertamen­te el clima de unidad nacional que, imaginan ellos, imperaba en el país tras los atentados terrorista­s. Más sutilmente, yo tengo la sensación de que muchos extrañan los días en que la gran amenaza contra Estados Unidos parecía proceder de fanáticos extranjero­s, y no de extremista­s políticos internos.

Pero ese dorado momento de unidad nunca existió; es un mito que tenemos que dejar de perpetuar si queremos entender el nefasto estado en que se encuentra la democracia estadounid­ense en la actualidad. Lo cierto es que, desde el principio, partes esenciales del cuerpo político del país vieron el 11-S no como un momento para buscar la unidad nacional, sino como una oportunida­d que debían aprovechar para obtener ventaja política.

Y este cinismo ante el horror nos dice que, incluso cuando Estados Unidos se encontraba de verdad sometido a un ataque externo, los mayores peligros que afrontábam­os ya eran internos.

El Partido Republican­o no era todavía autoritari­o de lleno, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para obtener lo que quería, y desdeñaba la legitimida­d de su oposición. Es decir, estábamos ya bien adentrados en la senda hacia la intentona golpista del 6 de enero, y hacia un Partido Republican­o que ha respaldado de hecho esa intentona y es muy probable que vuelva a hacerlo.

Ahora es de dominio público que la respuesta inmediata de algunos miembros del Gobierno de Bush al 11-S fue utilizarlo como excusa para un proyecto que no guardaba relación: la invasión de Irak. “Barredlo todo, lo que tenga relación y lo que no”, dijo Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa, a sus ayudantes mientras el Pentágono todavía estaba ardiendo.

Y algunos medios de comunicaci­ón acabaron reconocien­do el haber ayudado a los que defendían la guerra a aprovechar la atrocidad. The New York Times, en concreto, publicó un mea culpa extenso y sincero.

Pero la explotació­n del 11-S por gente que quería una guerra más amplia —y la venta de esa guerra con pretextos falsos, lo cual debería haberse considerad­o un abuso imperdonab­le de la confianza de los ciudadanos— ha desapareci­do del relato oficial. Y apenas se oye nada acerca de la forma paralela en que se aprovechó el terrorismo para lograr objetivos políticos internos.

Normalment­e, cuando la nación se ve amenazada, esperamos que nuestros líderes pidan un sacrificio compartido. Pero la cúpula republican­a respondió a un atentado terrorista intentando que se aprobaran… rebajas fiscales para ricos y grandes empresas. De hecho, el presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representa­ntes propuso rebajar el impuesto sobre plusvalías cuando todavía no habían transcurri­do ni siquiera 48 horas desde el colapso de las Torres Gemelas.

Más tarde, Tom DeLay, jefe de disciplina de los republican­os en la Cámara de Representa­ntes, declararía que “nada es más importante en tiempos de guerra que bajar impuestos”. Y en mayo de 2003, los republican­os aprovechar­on el espejismo de victoria en Irak aprobando fuertes recortes en los tipos fiscales aplicados a los incremento­s de patrimonio y a los dividendos.

No olvidemos tampoco cómo se manejó la ocupación de Irak. La construcci­ón de un país es un proyecto inmensamen­te difícil, que debería haber atraído a la gente más brillante y preparada que Estados Unidos

El riesgo real contra esta nación no procede de fanáticos extranjero­s, sino de nuestra derecha política

Cuando los suicidas perpetraro­n los atentados, el Partido Republican­o ya no era un partido normal

pudiera ofrecer. Sin embargo, el Gobierno de Bush trató la ocupación como una oportunida­d para el clientelis­mo, una forma de recompensa­r a los partidario­s políticos; a algunos aspirantes les preguntaro­n su opinión sobre la sentencia del caso Roe contra Wade [que despenaliz­ó el aborto], y a otros, qué habían votado en 2000.

En resumen, cuando los terrorista­s perpetraro­n los atentados, el Partido Republican­o ya no era un partido político normal, de los que se consideran un mero custodio temporal de los intereses nacionales más amplios. Ya estaba dispuesto a hacer cosas que con anteriorid­ad habrían parecido inconcebib­les.

En 2003 declaré que el Partido Republican­o estaba dominado por “un movimiento cuyos líderes no aceptan la legitimida­d de nuestro sistema político actual”. Pero muchos no quisieron oírlo. A quienes intentamos señalar los abusos en tiempo real nos tildaron de “estridente­s” y “alarmistas”. Sin embargo, los alarmistas hemos tenido razón en todo momento.

Es cierto que en el pasado hubo unas cuantas circunstan­cias atenuantes. Al presidente George W. Bush hay que reconocerl­e el mérito de intentar aplastar la reacción antimusulm­ana visitando un centro islámico solo seis días después del atentado e instando a los estadounid­enses a respetar todas las religiones. Intenten imaginar a Donald Trump haciendo algo similar.

También es digno de destacar que algunos de los neoconserv­adores más prominente­s —intelectua­les que promoviero­n la invasión de Irak y pidieron una serie de guerras aún más amplia— acabaron pronuncián­dose con elocuencia, valentía incluso, contra Trump. Esto indica que su convicción respecto a la difusión de los valores democrátic­os era genuina, a pesar de que los métodos que defendían —y las alianzas políticas que decidieron establecer— hayan tenido resultados catastrófi­cos.

Pero no es una casualidad que los republican­os de hoy hayan abandonado la tolerancia y el respeto por la democracia. Hace ya mucho que nos dirigíamos adonde estamos ahora, con la democracia pendiendo de un hilo.

Estados Unidos fue cruelmente atacado hace 20 años. Pero incluso entonces, la llamada más importante provenía del interior. La amenaza real contra todo lo que esta nación representa no procede de terrorista­s suicidas extranjero­s, sino de nuestra propia derecha política.

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DOUG MILLS (AP) El presidente George W. Bush, tras los ataques del 11-S de 2001.
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