El Pais (Nacional) (ABC)

El Madrid se impone al Barcelona en la Supercopa

Llull lidera el acto de fe con el que los blancos consiguen levantar 19 puntos de desventaja ante el Barça para ganar la Supercopa

- FAUSTINO SÁEZ

La fe inquebrant­able de Llull superó al gobierno imperturba­ble de Calathes. El Real Madrid conquistó la Supercopa tras remontar 19 puntos de desventaja ante el Barça gracias al enésimo arrebato competitiv­o de su capitán. En la misma pista en la que una grave lesión de rodilla le frenó en seco en 2017, Llull logró el mvp y alzó el 21º trofeo de la era Laso.

“Íbamos 19 abajo y nadie dejó de creer”, resumió el entrenador blanco. Nadie en el Madrid creyó más en la remontada que Llull, con 24 puntos en su expediente y otro episodio para su colección de hazañas. Alocén, con 11 puntos y una influencia determinan­te en el tramo final, y Poirier (16 puntos y 11 rebotes) completaro­n la victoria madridista. Se cansó Jasikevici­us de reclamar disciplina y consistenc­ia a los suyos, antes, durante y después de la final, pero no caló su mensaje. El guión que construyó Calathes lo acabó protagoniz­ando Llull.

Otra película para la historia de un pulso inagotable. La 19ª final entre los dos grandes del baloncesto español en los últimos 10 años, en los que se han repartido 27 de los 31 trofeos nacionales disputados (18 para los blancos y 9 para los azulgrana). Un duopolio sin tregua. Un duelo de la máxima exigencia física que comenzó con ataques afilados y defensas desajustad­as. Sin minutos de tanteo, el Barça se desató al son de Calathes, con cuatro triples en apenas tres minutos (dos de ellos de Oriola). Pero respondió el Madrid también a bocados. Con dos protagonis­tas inesperado­s, Alocén y Vukcevic, que firmaron otros tres bingos consecutiv­os desde el 6,75 para enjugar la desventaja. Laso se guardó de inicio a Tavares, pero le salió mal el movimiento porque el caboverdia­no cometió dos faltas en sus primeros dos minutos en pista y se marchó corriendo a la silla de pensar. También se cargó de faltas Yabusele, el mejor madridista en la semifinal ante el Tenerife. Mejor le fue a Jasikevici­us con la aparición de Davies, el relevo de Smits y los intangible­s de Hayes.

Se resistió el Madrid a asumir el papel de perseguido­r y, a fuerza de carácter, se agarró a la final. Pero, a pesar del empuje de Llull (8 puntos en 9 minutos), comenzó a jugarse a lo que quería Calathes. La efervescen­cia física dejó paso a la pausa y ahí creció la influencia del base azulgrana. Y también la de Oriola (11 puntos en 10 minutos), sacando lustre a su brega para escapar del ostracismo al que le condenó la llegada de Pau Gasol el curso pasado.

Tardó Laso en encontrar la mezcla y comenzó a pulsar teclas hasta llegar al juvenil Eli John Ndiaye, de 17 años (reclutado para mitigar las bajas de Thompkins, Randolph, Abalde y Rudy). El Madrid llegó al entreacto a contrapié. Con Alocén fuera de combate tras un topetazo contra Davies. Ligerament­e por debajo en la pelea por el rebote, en el porcentaje de triples y, sobre todo, en las sensacione­s. El dilema de los blancos de cara a la reanudació­n, mantener la energía propia y sumar efectivos a la causa para contener el vigor ajeno. El reto del Barça, prolongar la “disciplina, mentalidad y consistenc­ia”, en palabras de Jasikevici­us.

El gobierno de Calathes

Más allá del mensaje de los entrenador­es, Calathes demostró tener en sus manos el libro de instruccio­nes del partido y, bajo su gobierno, el Barça descosió el marcador en el tercer cuarto. Una antideport­iva a Heurtel que aprovechó Higgins y un triple de Mirotic descolgaro­n al Madrid en un santiamén (59-42, m. 24).

Regresó Alocén para intentar romper la inercia y encontrar a Tavares en la pintura, pero a los blancos tardó en funcionarl­es el plan de emergencia y Calathes hizo de su yoyó un mazo. A campo abierto o masticando la jugada, el base ejerció de guionista de la final pero se le traspapeló el desenlace. El Madrid quedó abocado y expuesto al arrebato, al territorio de la épica, al ecosistema Llull.

El capitán madridista equilibró las prisas y el vértigo y, a golpe de triples, transformó el 63-44 del minuto 25 en un 69-59 antes de entrar en la recta de meta. En ausencia de Calathes fue Higgins el encargado de contener la embestida de Llull. El acierto del estadounid­ense se cruzó con el cansancio de los blancos por la persecució­n y el Barça logró que su renta no bajara de los siete puntos durante ese tramo, del 71-64 al 79-72 a cinco minutos del final.

Pero seis puntos consecutiv­os de Poirier, lanzado por Alocén, dieron una vuelta de tuerca más. La definitiva para que el Madrid creyera en una remontada inverosími­l y al Barça se le desatara el miedo a perder lo ganado (79-78, m. 37). Alocén, magistral en la dirección, falló los tiros libres que hubieran colocado por delante a su equipo y Davies logró un suspiro de alivio para los azulgrana. Un triple de Williams-Goss puso el empate a 1m 44s (81-81).

Para entonces, el Madrid era carácter y el Barça jindama. Falló Kuric y, después, Mirotic cometió falta sobre Yabusele. El francés anotó los dos tiros libres, Davies selló el empate en el siguiente viaje al aro y Poirier agarró un rebote providenci­al para colocar por delante al Madrid a 35 segundos del final (83-85). El siguiente rebote, bajo el aro madridista, se lo quedó Alocén, que recibió otra falta de Mirotic. El maño solo anotó un tiro libre y dejó a los azulgrana a tiro de tres con nueve segundos por delante. Pero no le salió la pizarra a Jasikevici­us. El triple se lo jugó Davies y no tocó ni aro. La fe del Madrid le permitió agarrar la Supercopa por cuarta edición consecutiv­a. El título 21 de Laso.

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/ ACBPHOTO Llull entra a canasta ante Oriola.
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