La ruina interminable en Gaza
Cuatro meses después de la última batalla entre Israel y Hamás, las heridas de los bombardeos siguen abiertas y la reconstrucción suspendida sin ayuda exterior
“Cuando desperté estaba en el hospital”, recuerda el electricista palestino Mohamed Amir Kola, de 55 años. “Me dijeron que había permanecido más de cuatro horas bajo los escombros hasta que me localizaron. Tengo un sueño muy profundo”, trata de paliar con una mueca de humor negro la dolorosa memoria de la noche del pasado 16 de mayo, en la que quedó malherido en el pecho y una pierna y perdió a 18 familiares en el bombardeo israelí que segó 44 vidas en el barrio de Rimal, en la capital la franja de Gaza. Después señala el cráter abierto en solar que lleva el número 46 de la calle de Al Wajda, y mira hacia el cielo buscando el tercer piso, en el que habitaba su clan en tres apartamentos contiguos. “Mi esposa, de 52 años; mi padre, de 90; mi madre, de 84; mi hermano, de 63; mi hermana, de 57, mis sobrinos…”, desgrana la letanía de ausencias que documenta con un manojo de fotocopias.
Nadie les avisó con antelación del disparo de misiles guiados desde los cazas F-16. El objetivo declarado del Ejército era una red de túneles de Hamás que nunca apareció en el subsuelo. La muerte de decenas de civiles en el distrito comercial de Rimal es uno de los presuntos crímenes de guerra pendientes de ser investigados por el Tribunal Penal Internacional, con sede en La Haya, derivados la escalada bélica registrada entre el 10 y el 21 de mayo en la que perecieron 256 palestinos, entre ellos 66 niños, en cientos de bombardeos sobre Gaza, y 13 personas fallecieron en Israel tras el lanzamiento de más de 4.000 cohetes desde la Franja.
Desde entonces el electricista Kola vive de alquiler con otros familiares supervivientes. “Nos aseguran que van a empezar a reconstruir pronto el edificio”, refiere con escepticismo mientras fuma sin cesar y sorbe dedalitos de café muy cargado. En la acera, un topógrafo toma las medidas del solar. “Hay 1.500 viviendas que han sido arrasadas, 880 que han quedado inhabitables y otras 56.000 dañadas, sin contar las que aún estaban por reparar de conflictos anteriores”, detalla el ingeniero Nayib Yusuf Sarhan, viceministro de Obras Públicas y Vivienda y director de la reconstrucción de Gaza. Esta es la cuarta guerra que afronta desde que se incorporó en el departamento, en 1994. “Algunas casas hemos tenido que construirlas tres veces; en ninguna otra parte del mundo se destruyen viviendas con esta saña. Ya estamos hartos. El deterioro es interminable”, se rebela ante la hercúlea tarea que se desborda sobre su mesa.
“Egipto, Qatar y Kuwait han prometido aportar 500 millones de dólares [423 millones de euros] cada uno, pero aún no ha llegado nada para iniciar las obras más urgentes”, justifica Sarhan
la parálisis de los trabajos. “Israel, además, solo ha permitido la entrada parcial de materiales de construcción desde hace pocos días. Y necesitaremos otros 2.000 millones de dólares [1.692 millones de euros] para recuperar infraestructuras básicas”, abunda en las carencias de un territorio azotado por una tasa de desempleo del 54%, que se eleva al 70% para los menores de 25 años; que sufre apagones programados cada ocho horas, y donde el 95% del agua que fluye por los grifos no es potable.
Confía en que dentro de un año se habrán solucionado los casos de realojamiento más urgentes. “Aquí nadie va a quedarse en tiendas de campaña. La memoria de la Nakba [desastre, en árabe: la expulsión de 700.000 palestinos de sus casas tras el nacimiento de Israel en 1948] está muy viva en Gaza [con casi dos tercios de sus dos millones de habitantes reconocidos como refugiados por la ONU]”, puntualiza.
Mohamed abu Masud, de 43 años, se quiere ir de Gaza. “A Italia. A Canadá. Adonde sea. Pero con papeles, no en una barca”, proclama al tiempo que muestra los restos del negocio de instalaciones para supermercados que regentaba su familia, también en el barrio de Rimal de la capital gazatí. La mitad del edificio se desplomó mientras la fachada posterior se mantuvo milagrosamente en pie. Durante el ataque israelí, de madrugada, no había ningún empleado.
Sin paz ni prosperidad
“Esto no es seguro. Mejor hablamos en el patio”, apura mirando las grietas en los muros este mecánico que trabajó en Arabia Saudí y es padre de dos jóvenes universitarias. “Yo no creo que vaya a ver la paz y la prosperidad en Palestina, pero espero que mis hijas puedan lograrlo”, se lamenta por la ruina de la empresa de su familia causada por las bombas.
El viceministro de Obras Públicas reconoce que no hay fondos para la reconstrucción de las fábricas y comercios destruidos: “Solo se ha podido recuperar un 5% de la actividad económica dañada desde la primera guerra (2008-2009)”. En Cerámicas Rama, en la zona industrial del noreste de Gaza, no han esperado a que vengan tiempos mejores.
“Llegamos a un acuerdo de reducción del cupo anual de pedidos con los proveedores de España mientras reconstruíamos por nuestra cuenta las naves”, explica Rami Hamada, de 33 años, gerente de la empresa de materiales de construcción. “La zona de ventas ya está lista y con los almacenes vamos a empezar desde cero, con una inversión de ocho millones de dólares”, detalla en una visita bajo las nuevas estructuras metálicas, que reemplazan a las que quedaron calcinadas en el conflicto de mayo. “Ahora tendremos que viajar para renovar existencias”, muestra en su teléfono móvil una copia de la carta enviada por la factoría valenciana Pamesa para avalar su visado ante el Consulado General de España en Jerusalén. “No fue un proyectil perdido. ¿Por qué nos atacaron con cinco misiles? Aquí vendemos materiales cerámicos, no piezas para cohetes”.