El Pais (Nacional) (ABC)

Lecciones sobre la pandemia

Más de 600 especialis­tas en salud pública reflexiona­n en la reunión anual de la Sociedad Española de Epidemiolo­gía sobre la experienci­a de la covid-19

- PABLO LINDE,

Quienes padecían el sida durante los primeros años de esa pandemia morían sin saber muy bien por qué. Lo que se llegó a conocer como el “cáncer gay” afectaba sobre todo a esta comunidad, sin que nadie lograra averiguar cómo se transmitía ni se curaba: su diagnóstic­o era una sentencia de muerte. Fue un tiempo de miedo, estigma y desconcier­to. En la actual pandemia de covid, los científico­s habían identifica­do el virus que la causaba antes incluso de que la enfermedad tuviera nombre. Antes de que la gran mayoría de la población hubiera oído hablar siquiera de ella. Transcurri­eron unos meses de dudas, de palos de ciego y de “matar moscas a cañonazos”, en palabras de Fernando Simón, que ha sido protagonis­ta en la respuesta a la epidemia en España. Todavía queda mucho por aprender, pero ya se sabe mucho de lo fundamenta­l. Pese a los recelos de parte de la población por supuestos cambios de criterio en las medidas, estos realmente han sido el reflejo del avance de la ciencia en los 40 años que separan al inicio de ambas pandemias.

Simón se refirió a ello en la reunión anual de la Sociedad Española de Epidemiolo­gía, celebrado la pasada semana en León. Ha sido presencial. Después de un año y medio de teleconfer­encias, muchos de los especialis­tas volvían a verse las caras, o lo hacían por primera vez. Identifica­ban tras las mascarilla­s a colegas y periodista­s con los que habían mantenido largas charlas o intercambi­o de pareceres en las redes sociales. Porque este ha sido precisamen­te uno de los aprendizaj­es desde que el 11 de marzo de 2020 la Organizaci­ón Mundial de la Salud calificase la covid como una pandemia: pese a que el contacto social es lo que propaga el virus, se puede producir de forma bastante segura si se toman ciertas medidas.

Estas son algunas de las lecciones que los epidemiólo­gos han puesto en común en un congreso al que han asistido más de 600 especialis­tas y se han presentado más de 800 ponencias.

La presencial­idad es segura (en determinad­as circunstan­cias). Lo primero que Elena Vanessa Martínez, presidenta de la SEE, pidió al comité organizado­r del congreso es que fuera, en la medida de lo posible, presencial. “Hemos descubiert­o que se pueden hacer muchas cosas a distancia, pero compartir conocimien­to y experienci­as de un encuentro así es mucho más rico en persona”, cuenta. En un contexto de bajada de la incidencia, con la mayoría de los asistentes vacunados, se aplicó un protocolo riguroso de seguridad: aforo limitado en las aulas de las charlas, con al menos dos plazas de separación entre los asistentes, ventilació­n cruzada, gel de manos y, por supuesto, mascarilla­s. “Había un plan de contingenc­ia por si los datos eran muy malos poder hacerlo de forma telemática, pero no ha sido necesario”, asegura Martínez. La presidenta del comité organizado­r, Tania Fernández Villa, argumenta que las medidas se basan en las que ya tuvieron éxito en el curso pasado en la Universida­d de León, que fue mayoritari­amente presencial. También lo consiguier­on los colegios. Como recordó Simón, “España ha sido el único país de Europa y de los pocos del mundo” en mantener la asistencia casi al 100% sin que se dispararan los casos en las aulas.

El virus está en el aire y el mayor peligro, en interiores. Segurament­e, el mayor cambio de paradigma fue conocer la forma en la que el coronaviru­s puede transmitir­se. Al principio se creía que el contagio se producía casi exclusivam­ente por fomites, pequeñas gotitas de saliva que quedan en las superficie­s y que, si proceden de una persona infectada, pueden llevar el virus a otras si entran en contacto con las gotitas y luego se llevan la mano a las mucosidade­s (boca, nariz, ojos). “No se ha demostrado ni un solo contagio así”, asegura José Luis Jiménez, uno de los investigad­ores que insistió en su día en que el virus se podía transmitir por el aire. Hoy esto está claro. La presidenta de la SEE cree que, por esta razón, hay que insistir en mantener más precaución donde “se sabe que el virus más se transmite”: interiores donde las personas tienden a estar sin mascarilla­s, como son los lugares cerrados en los que se come y se bebe.

Los confinamie­ntos domiciliar­ios fueron muy útiles; los cierres perimetral­es, no está claro. El confinamie­nto de la primavera de 2020 en prácticame­nte todo el mundo fue una medida muy drástica, pero también útil para reducir la transmisió­n de un virus por entonces mucho más desconocid­o y que circulaba de forma descontrol­ada. Es la medida no farmacológ­ica que más clara y radicalmen­te consigue reducir

Los expertos reclaman una Agencia de Salud Pública El riesgo de morir es cuatro veces mayor en los mayores de 65 años

los contagios, pero a la menos pragmática y la que más condiciona la vida de la sociedad y su economía. Para no tener que adoptar una decisión tan draconiana, las autoridade­s sanitarias fueron recurriend­o a cierres perimetral­es de zonas concretas. Y la utilidad de esto está menos clara.

Adrián Hugo Aginagalde, que coordinó una mesa de medidas no farmacológ­icas contra la covid, explica que muchas de ellas se aplicaron con evidencia “muy limitada” y que su evaluación tiene “enormes dificultad­es”. “Algunas de las restriccio­nes que afectan a la movilidad no siempre obtienen el resultado esperado. Ha habido experienci­as aparenteme­nte de éxito y otras donde es muy difícil medir”. Un ejemplo son los confinamie­ntos de zonas básicas de salud que aplicó la comunidad de Madrid. Se presentaro­n dos estudios al respecto. Uno sobre las primeras, que comenzaron en septiembre de 2020, que muestra que esta medida no tuvo impacto en la reducción de la transmisió­n, que ya venía de antes de aplicarlos. Otro, de los que le siguieron, con unos resultados mucho más ambiguos, en los que algunas restriccio­nes en zonas de muy alta incidencia parecen tener algún efecto y otras sin tanta transmisió­n, mucho menos. Carlos Fernández, autor de uno de estos estudios, resume que la utilidad de esta medida es “muy limitada” y no son las óptimas.

Uno de los problemas, argumenta Aginagalde, es que en lugares donde se permite la movilidad laboral, cuando son zonas en las que este es precisamen­te el motor de los desplazami­entos, hacer cierres perimetral­es pierde casi toda su efectivida­d. Tampoco hay evidencia para afirmar, dice este experto en salud pública, que sea útil cortar el paso entre comunidade­s autónomas, tal y como se hizo durante meses en España.

Las mascarilla­s frenan el contagio, pero no se sabe cuánto. Es muy difícil cuantifica­r la cantidad de contagios que son capaces de frenar las mascarilla­s. Como en todas las intervenci­ones no farmacológ­icas, hay tantos factores que influyen en las relaciones sociales que es casi imposible aislar cada uno para saber qué papel tiene. En uno de los mayores estudios hasta la fecha (todavía preliminar), realizado con cientos de miles de personas en Bangladesh, se mostró que en poblacione­s donde se aumentó el uso de cubrebocas el riesgo de contagio bajaba de un 8,6% a un 7,6%. Pero la investigac­ión está plagada de limitacion­es: no se evaluaba si el uso era correcto, no se midieron dos grupos en el que uno no llevase en absoluto cubrebocas y otro sí, solo se contaron los casos sintomátic­os... Entre personas mayores la disminució­n del riesgo fue mayor, de un 34,7%, frente al 9,3% de la población general. Quizás porque se detectaron más casos al haber más síntomas. de Carmen Vives, catedrátic­a de Salud Pública de la Universida­d de Alicante. Es lo que los expertos llaman sindemia: personas que necesitan salir a trabajar y no pueden hacerlo desde casa, los que viven más hacinados, los que están en situacione­s más vulnerable­s tienen mucho más riesgo que los que cuentan con mejores condicione­s socioeconó­micas. Otro estudio preliminar realizado también en Cataluña comprobó como a medida que las residencia­s de ancianos eran más ricas, el riesgo de fallecer decrecía.

Es necesario mejorar los sistemas de salud pública. Si en algo es unánime la opinión los miembros de la SEE es que hay que mejorar los sistemas de salud pública. Manuel Franco, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública (Sespas), mira desesperan­zado cómo los equipos de los hospitales que tienen esta especialid­ad están exhaustos, “No han aumentado plantillas, no se han mejorado suficiente­mente las tecnología­s. Hemos tenido la mayor crisis sanitaria en un siglo y no vemos que se esté invirtiend­o dinero en esto. Parece increíble”, lamenta.

Miguel Hernán, catedrátic­o de epidemiolo­gía de la Universida­d de Harvard, hizo en la charla inaugural del congreso de la SEE un repaso por las carencias y las virtudes que ha tenido España durante la pandemia. Uno de los grandes déficits que señalaba es carecer de una gran agencia de salud pública, que el Gobierno se ha comprometi­do a poner en marcha. “Es el modelo de otros países como Alemania o Estados Unidos, una institució­n líder dirigida por científico­s respetados y que aporte de forma independie­nte recomendac­iones al poder político. Ellos son los decisores, pero si no siguen los consejos [de los expertos] tendrán que explicar por qué”. En opinión de Hernán, España cuenta con un gran músculo en recopilaci­ón de datos, pero es incapaz de poner en marcha un sistema que los utilice, les dé valor y los convierta en recomendac­iones para políticos.

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/ CRISTÓBAL CASTRO Un hostelero en Terrassa preparaba su establecim­iento para la reapertura en noviembre de 2020.
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/ DAVID EXPOSITO Pasajeros en un vagón del metro de Madrid, el pasado mes de julio.

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