Lecciones sobre la pandemia
Más de 600 especialistas en salud pública reflexionan en la reunión anual de la Sociedad Española de Epidemiología sobre la experiencia de la covid-19
Quienes padecían el sida durante los primeros años de esa pandemia morían sin saber muy bien por qué. Lo que se llegó a conocer como el “cáncer gay” afectaba sobre todo a esta comunidad, sin que nadie lograra averiguar cómo se transmitía ni se curaba: su diagnóstico era una sentencia de muerte. Fue un tiempo de miedo, estigma y desconcierto. En la actual pandemia de covid, los científicos habían identificado el virus que la causaba antes incluso de que la enfermedad tuviera nombre. Antes de que la gran mayoría de la población hubiera oído hablar siquiera de ella. Transcurrieron unos meses de dudas, de palos de ciego y de “matar moscas a cañonazos”, en palabras de Fernando Simón, que ha sido protagonista en la respuesta a la epidemia en España. Todavía queda mucho por aprender, pero ya se sabe mucho de lo fundamental. Pese a los recelos de parte de la población por supuestos cambios de criterio en las medidas, estos realmente han sido el reflejo del avance de la ciencia en los 40 años que separan al inicio de ambas pandemias.
Simón se refirió a ello en la reunión anual de la Sociedad Española de Epidemiología, celebrado la pasada semana en León. Ha sido presencial. Después de un año y medio de teleconferencias, muchos de los especialistas volvían a verse las caras, o lo hacían por primera vez. Identificaban tras las mascarillas a colegas y periodistas con los que habían mantenido largas charlas o intercambio de pareceres en las redes sociales. Porque este ha sido precisamente uno de los aprendizajes desde que el 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud calificase la covid como una pandemia: pese a que el contacto social es lo que propaga el virus, se puede producir de forma bastante segura si se toman ciertas medidas.
Estas son algunas de las lecciones que los epidemiólogos han puesto en común en un congreso al que han asistido más de 600 especialistas y se han presentado más de 800 ponencias.
La presencialidad es segura (en determinadas circunstancias). Lo primero que Elena Vanessa Martínez, presidenta de la SEE, pidió al comité organizador del congreso es que fuera, en la medida de lo posible, presencial. “Hemos descubierto que se pueden hacer muchas cosas a distancia, pero compartir conocimiento y experiencias de un encuentro así es mucho más rico en persona”, cuenta. En un contexto de bajada de la incidencia, con la mayoría de los asistentes vacunados, se aplicó un protocolo riguroso de seguridad: aforo limitado en las aulas de las charlas, con al menos dos plazas de separación entre los asistentes, ventilación cruzada, gel de manos y, por supuesto, mascarillas. “Había un plan de contingencia por si los datos eran muy malos poder hacerlo de forma telemática, pero no ha sido necesario”, asegura Martínez. La presidenta del comité organizador, Tania Fernández Villa, argumenta que las medidas se basan en las que ya tuvieron éxito en el curso pasado en la Universidad de León, que fue mayoritariamente presencial. También lo consiguieron los colegios. Como recordó Simón, “España ha sido el único país de Europa y de los pocos del mundo” en mantener la asistencia casi al 100% sin que se dispararan los casos en las aulas.
El virus está en el aire y el mayor peligro, en interiores. Seguramente, el mayor cambio de paradigma fue conocer la forma en la que el coronavirus puede transmitirse. Al principio se creía que el contagio se producía casi exclusivamente por fomites, pequeñas gotitas de saliva que quedan en las superficies y que, si proceden de una persona infectada, pueden llevar el virus a otras si entran en contacto con las gotitas y luego se llevan la mano a las mucosidades (boca, nariz, ojos). “No se ha demostrado ni un solo contagio así”, asegura José Luis Jiménez, uno de los investigadores que insistió en su día en que el virus se podía transmitir por el aire. Hoy esto está claro. La presidenta de la SEE cree que, por esta razón, hay que insistir en mantener más precaución donde “se sabe que el virus más se transmite”: interiores donde las personas tienden a estar sin mascarillas, como son los lugares cerrados en los que se come y se bebe.
Los confinamientos domiciliarios fueron muy útiles; los cierres perimetrales, no está claro. El confinamiento de la primavera de 2020 en prácticamente todo el mundo fue una medida muy drástica, pero también útil para reducir la transmisión de un virus por entonces mucho más desconocido y que circulaba de forma descontrolada. Es la medida no farmacológica que más clara y radicalmente consigue reducir
Los expertos reclaman una Agencia de Salud Pública El riesgo de morir es cuatro veces mayor en los mayores de 65 años
los contagios, pero a la menos pragmática y la que más condiciona la vida de la sociedad y su economía. Para no tener que adoptar una decisión tan draconiana, las autoridades sanitarias fueron recurriendo a cierres perimetrales de zonas concretas. Y la utilidad de esto está menos clara.
Adrián Hugo Aginagalde, que coordinó una mesa de medidas no farmacológicas contra la covid, explica que muchas de ellas se aplicaron con evidencia “muy limitada” y que su evaluación tiene “enormes dificultades”. “Algunas de las restricciones que afectan a la movilidad no siempre obtienen el resultado esperado. Ha habido experiencias aparentemente de éxito y otras donde es muy difícil medir”. Un ejemplo son los confinamientos de zonas básicas de salud que aplicó la comunidad de Madrid. Se presentaron dos estudios al respecto. Uno sobre las primeras, que comenzaron en septiembre de 2020, que muestra que esta medida no tuvo impacto en la reducción de la transmisión, que ya venía de antes de aplicarlos. Otro, de los que le siguieron, con unos resultados mucho más ambiguos, en los que algunas restricciones en zonas de muy alta incidencia parecen tener algún efecto y otras sin tanta transmisión, mucho menos. Carlos Fernández, autor de uno de estos estudios, resume que la utilidad de esta medida es “muy limitada” y no son las óptimas.
Uno de los problemas, argumenta Aginagalde, es que en lugares donde se permite la movilidad laboral, cuando son zonas en las que este es precisamente el motor de los desplazamientos, hacer cierres perimetrales pierde casi toda su efectividad. Tampoco hay evidencia para afirmar, dice este experto en salud pública, que sea útil cortar el paso entre comunidades autónomas, tal y como se hizo durante meses en España.
Las mascarillas frenan el contagio, pero no se sabe cuánto. Es muy difícil cuantificar la cantidad de contagios que son capaces de frenar las mascarillas. Como en todas las intervenciones no farmacológicas, hay tantos factores que influyen en las relaciones sociales que es casi imposible aislar cada uno para saber qué papel tiene. En uno de los mayores estudios hasta la fecha (todavía preliminar), realizado con cientos de miles de personas en Bangladesh, se mostró que en poblaciones donde se aumentó el uso de cubrebocas el riesgo de contagio bajaba de un 8,6% a un 7,6%. Pero la investigación está plagada de limitaciones: no se evaluaba si el uso era correcto, no se midieron dos grupos en el que uno no llevase en absoluto cubrebocas y otro sí, solo se contaron los casos sintomáticos... Entre personas mayores la disminución del riesgo fue mayor, de un 34,7%, frente al 9,3% de la población general. Quizás porque se detectaron más casos al haber más síntomas. de Carmen Vives, catedrática de Salud Pública de la Universidad de Alicante. Es lo que los expertos llaman sindemia: personas que necesitan salir a trabajar y no pueden hacerlo desde casa, los que viven más hacinados, los que están en situaciones más vulnerables tienen mucho más riesgo que los que cuentan con mejores condiciones socioeconómicas. Otro estudio preliminar realizado también en Cataluña comprobó como a medida que las residencias de ancianos eran más ricas, el riesgo de fallecer decrecía.
Es necesario mejorar los sistemas de salud pública. Si en algo es unánime la opinión los miembros de la SEE es que hay que mejorar los sistemas de salud pública. Manuel Franco, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública (Sespas), mira desesperanzado cómo los equipos de los hospitales que tienen esta especialidad están exhaustos, “No han aumentado plantillas, no se han mejorado suficientemente las tecnologías. Hemos tenido la mayor crisis sanitaria en un siglo y no vemos que se esté invirtiendo dinero en esto. Parece increíble”, lamenta.
Miguel Hernán, catedrático de epidemiología de la Universidad de Harvard, hizo en la charla inaugural del congreso de la SEE un repaso por las carencias y las virtudes que ha tenido España durante la pandemia. Uno de los grandes déficits que señalaba es carecer de una gran agencia de salud pública, que el Gobierno se ha comprometido a poner en marcha. “Es el modelo de otros países como Alemania o Estados Unidos, una institución líder dirigida por científicos respetados y que aporte de forma independiente recomendaciones al poder político. Ellos son los decisores, pero si no siguen los consejos [de los expertos] tendrán que explicar por qué”. En opinión de Hernán, España cuenta con un gran músculo en recopilación de datos, pero es incapaz de poner en marcha un sistema que los utilice, les dé valor y los convierta en recomendaciones para políticos.