El virus de la posverdad
En una crisis global, provocada por un virus desconocido que en menos de dos meses es capaz de dar la vuelta al mundo y paralizar la economía, la gestión de la información es un elemento vital. Durante esta pandemia hemos podido comprobar la dificultad de comunicar seguridad y certeza cuando la evidencia científica es limitada y además cambiante. En un contexto de ansiedad extrema, era fácil que la pandemia evolucionara hacia una infodemia: una gran sobrecarga informativa, de contenido no siempre fiable, en medio de una gran incertidumbre y grandes incógnitas por resolver.
Alineados con la comunidad científica, los medios de comunicación tradicionales han hecho un gran esfuerzo de divulgación rigurosa y, en general, no se ha caído, como en crisis anteriores, en la exageración y el sensacionalismo. Pero esta pandemia se ha desarrollado en un ecosistema mediático completamente nuevo, en el que las redes sociales han tenido un gran protagonismo. Y la ciudadanía, ávida de noticias, se ha encontrado a menudo emparedada entre el exceso de información y la desinformación.
Se ha producido una cantidad ingente de información científica en un tiempo récord y la mayor parte se ha transmitido a través de repositorios abiertos sin una revisión por pares como la que tienen las revistas científicas. El volumen ha sido tal, que los propios científicos y sanitarios han tenido dificultades para navegar entre tanto dato. Pero lo más inquietante ha sido comprobar la dificultad de informar con rigor en tiempos de posverdad, esa nueva termita de la democracia que alimenta las fake news, es decir, la difusión de informaciones falsas expresamente diseñadas para hacerse pasar por veraces con el objetivo de provocar un engaño o un estado de confusión y obtener así un beneficio.
Un estudio publicado en agosto de 2020 en el American Journal of Tropical Medicine and Hygiene sobre la cobertura mediática durante los primeros tres meses de la pandemia identificó un total de 2.311 noticias falsas con rumores, teorías conspirativas y bulos sobre el coronavirus. Entre ellas había muchas sobre falsos tratamientos, desde una combinación de orina de camello y cal a la solución clorada de un conocido curandero catalán. Uno de esos bulos, las supuestas propiedades del metanol, se difundió masivamente, hasta el punto de que la agencia norteamericana del medicamento, la Food and Drug Administration, tuvo que salir al paso para frenar sus catastróficos efectos, que en ese momento se estimaban en 5.900 hospitalizaciones, 800 muertes y 60 casos de ceguera.
El carácter global de las redes y su extraordinaria capacidad de contagio ha alimentado la propagación de falsos remedios y teorías de la conspiración, como la difundida por el movimiento Qanon sobre una supuesta conspiración universal de pedófilos que trataría de gobernar el mundo uti
lizando el virus para controlar a la población. Pero en el caso de la covid-19, al riesgo de la desinformación se ha sumado un factor adicional demoledor: por primera vez la ciencia ha sido cuestionada desde las más altas instancias del poder, entre ellas, los presidentes de países tan importantes como EE UU o Brasil.
Precisamente por negar la evidencia, ir contracorriente o desafiar al sistema, las noticias falsas y las teorías de la conspiración tienen a veces más recorrido en las redes sociales que las noticias basadas en la evidencia científica. Cuanto más impactantes son, mayor es su capacidad de contagio y penetración. El ingeniero informático Alberto Brandolini formuló en 2014 el principio de asimetría entre la verdad y los bulos en estos términos: “La cantidad de energía necesaria para refutar un bulo malicioso es de un orden de magnitud mayor, [es decir, diez veces mayor] de la necesaria para producirlo”. Jonathan Swift lo ha expresado con una frase muy elocuente: “La falsedad sale volado y la verdad corre tras ella cojeando”. En la cultura de la posvedad, los hechos y los datos comprobables cuentan menos que los relatos y las impresiones subjetivas. Los bulos y las fake news no se alimentan de conocimiento, sino credulidad. Y en tiempos de incertidumbre, encuentran en la posvedad el aliado más eficiente.
La edad es el mayor factor de riesgo. Una de las conclusiones que quedaron claras desde los primeros casos es que las personas mayores son las más vulnerables. La edad es el factor que está más correlacionado con el riesgo de morir a causa del coronavirus, con mucha diferencia sobre los demás. Pero si se profundiza en los datos se comprueba que más que la edad, el problema parece ser la fragilidad (aunque muy frecuentemente van de la mano). Un estudio preliminar hecho en Cataluña y presentado en el congreso de la SEE apunta a que, en mayores de 65 años, el riesgo de morir es cuatro veces mayor (un 40% de los infectados) entre personas con fragilidad severa que en personas cuya salud es considerada robusta, según un índice basado en déficits registrados en la historia clínica de atención primaria.
La probabilidad de contagio está determinada por condicionantes sociales. Si el riesgo de muerte por covid está determinado por la edad, el de contagio viene mediado por unos condicionantes sociales que “no se han estudiado lo suficiente”, en opinión
Hay que seguir aprendiendo, y para eso hace falta evaluar. Los asistentes del congreso esperaban casi con morbo una mesa que se celebró el jueves. En ella estaban sentados Fernado Simón y Helena Legido, firmante junto a otros 19 científicos de una carta en la revista The Lancet que reclamaba una revisión independiente de la gestión de la pandemia en España y miembro de un panel de expertos que evaluó la respuesta internacional a la covid. Un formato algo rígido no dio pie a que confrontaran ideas. Pero Legido siguió defendiendo la necesidad de evaluar todo lo sucedido para poder tomar mejores decisiones en el futuro. “A pesar de todas las lecciones que habíamos aprendido en anteriores crisis sanitarias, el mundo no estaba preparado para afrontar esta. Y en España nos falta cultura crítica de la evaluación”, aseguró. Simón, sin querer confrontar, se defendió: “Es difícil que haya habido una revisión independiente porque todos los que conocen mejor lo que pasó han estado trabajando sin parar para hacer frente a la pandemia”.
Algunas restricciones no siempre obtienen el resultado esperado