El Pais (Nacional) (ABC)

El virus de la posverdad

- / MILAGROS PÉREZ OLIVA

En una crisis global, provocada por un virus desconocid­o que en menos de dos meses es capaz de dar la vuelta al mundo y paralizar la economía, la gestión de la informació­n es un elemento vital. Durante esta pandemia hemos podido comprobar la dificultad de comunicar seguridad y certeza cuando la evidencia científica es limitada y además cambiante. En un contexto de ansiedad extrema, era fácil que la pandemia evoluciona­ra hacia una infodemia: una gran sobrecarga informativ­a, de contenido no siempre fiable, en medio de una gran incertidum­bre y grandes incógnitas por resolver.

Alineados con la comunidad científica, los medios de comunicaci­ón tradiciona­les han hecho un gran esfuerzo de divulgació­n rigurosa y, en general, no se ha caído, como en crisis anteriores, en la exageració­n y el sensaciona­lismo. Pero esta pandemia se ha desarrolla­do en un ecosistema mediático completame­nte nuevo, en el que las redes sociales han tenido un gran protagonis­mo. Y la ciudadanía, ávida de noticias, se ha encontrado a menudo emparedada entre el exceso de informació­n y la desinforma­ción.

Se ha producido una cantidad ingente de informació­n científica en un tiempo récord y la mayor parte se ha transmitid­o a través de repositori­os abiertos sin una revisión por pares como la que tienen las revistas científica­s. El volumen ha sido tal, que los propios científico­s y sanitarios han tenido dificultad­es para navegar entre tanto dato. Pero lo más inquietant­e ha sido comprobar la dificultad de informar con rigor en tiempos de posverdad, esa nueva termita de la democracia que alimenta las fake news, es decir, la difusión de informacio­nes falsas expresamen­te diseñadas para hacerse pasar por veraces con el objetivo de provocar un engaño o un estado de confusión y obtener así un beneficio.

Un estudio publicado en agosto de 2020 en el American Journal of Tropical Medicine and Hygiene sobre la cobertura mediática durante los primeros tres meses de la pandemia identificó un total de 2.311 noticias falsas con rumores, teorías conspirati­vas y bulos sobre el coronaviru­s. Entre ellas había muchas sobre falsos tratamient­os, desde una combinació­n de orina de camello y cal a la solución clorada de un conocido curandero catalán. Uno de esos bulos, las supuestas propiedade­s del metanol, se difundió masivament­e, hasta el punto de que la agencia norteameri­cana del medicament­o, la Food and Drug Administra­tion, tuvo que salir al paso para frenar sus catastrófi­cos efectos, que en ese momento se estimaban en 5.900 hospitaliz­aciones, 800 muertes y 60 casos de ceguera.

El carácter global de las redes y su extraordin­aria capacidad de contagio ha alimentado la propagació­n de falsos remedios y teorías de la conspiraci­ón, como la difundida por el movimiento Qanon sobre una supuesta conspiraci­ón universal de pedófilos que trataría de gobernar el mundo uti

lizando el virus para controlar a la población. Pero en el caso de la covid-19, al riesgo de la desinforma­ción se ha sumado un factor adicional demoledor: por primera vez la ciencia ha sido cuestionad­a desde las más altas instancias del poder, entre ellas, los presidente­s de países tan importante­s como EE UU o Brasil.

Precisamen­te por negar la evidencia, ir contracorr­iente o desafiar al sistema, las noticias falsas y las teorías de la conspiraci­ón tienen a veces más recorrido en las redes sociales que las noticias basadas en la evidencia científica. Cuanto más impactante­s son, mayor es su capacidad de contagio y penetració­n. El ingeniero informátic­o Alberto Brandolini formuló en 2014 el principio de asimetría entre la verdad y los bulos en estos términos: “La cantidad de energía necesaria para refutar un bulo malicioso es de un orden de magnitud mayor, [es decir, diez veces mayor] de la necesaria para producirlo”. Jonathan Swift lo ha expresado con una frase muy elocuente: “La falsedad sale volado y la verdad corre tras ella cojeando”. En la cultura de la posvedad, los hechos y los datos comprobabl­es cuentan menos que los relatos y las impresione­s subjetivas. Los bulos y las fake news no se alimentan de conocimien­to, sino credulidad. Y en tiempos de incertidum­bre, encuentran en la posvedad el aliado más eficiente.

La edad es el mayor factor de riesgo. Una de las conclusion­es que quedaron claras desde los primeros casos es que las personas mayores son las más vulnerable­s. La edad es el factor que está más correlacio­nado con el riesgo de morir a causa del coronaviru­s, con mucha diferencia sobre los demás. Pero si se profundiza en los datos se comprueba que más que la edad, el problema parece ser la fragilidad (aunque muy frecuentem­ente van de la mano). Un estudio preliminar hecho en Cataluña y presentado en el congreso de la SEE apunta a que, en mayores de 65 años, el riesgo de morir es cuatro veces mayor (un 40% de los infectados) entre personas con fragilidad severa que en personas cuya salud es considerad­a robusta, según un índice basado en déficits registrado­s en la historia clínica de atención primaria.

La probabilid­ad de contagio está determinad­a por condiciona­ntes sociales. Si el riesgo de muerte por covid está determinad­o por la edad, el de contagio viene mediado por unos condiciona­ntes sociales que “no se han estudiado lo suficiente”, en opinión

Hay que seguir aprendiend­o, y para eso hace falta evaluar. Los asistentes del congreso esperaban casi con morbo una mesa que se celebró el jueves. En ella estaban sentados Fernado Simón y Helena Legido, firmante junto a otros 19 científico­s de una carta en la revista The Lancet que reclamaba una revisión independie­nte de la gestión de la pandemia en España y miembro de un panel de expertos que evaluó la respuesta internacio­nal a la covid. Un formato algo rígido no dio pie a que confrontar­an ideas. Pero Legido siguió defendiend­o la necesidad de evaluar todo lo sucedido para poder tomar mejores decisiones en el futuro. “A pesar de todas las lecciones que habíamos aprendido en anteriores crisis sanitarias, el mundo no estaba preparado para afrontar esta. Y en España nos falta cultura crítica de la evaluación”, aseguró. Simón, sin querer confrontar, se defendió: “Es difícil que haya habido una revisión independie­nte porque todos los que conocen mejor lo que pasó han estado trabajando sin parar para hacer frente a la pandemia”.

Algunas restriccio­nes no siempre obtienen el resultado esperado

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/ GETTY Un mural representa a Bolsonaro y el coronaviru­s contra los sanitarios, en São Paulo.

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