El Pais (Nacional) (ABC)

“Matar en nombre de Dios es el peor de los pecados”

La autora publica ‘De ninguna parte’, “novela de acción para la reflexión”

- JUAN CRUZ,

En una página de De ninguna parte, la última novela de Julia Navarro (Madrid, 67 años), coexisten estas palabras que llevan siglos conjugándo­se para referirse, a partes iguales, al amor, al odio o a la muerte: mártires, héroes, sacrificio­s, honor… El libro es el eco sangriento de los grandes atentados del siglo XXI, desde el que derribó las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, ahora hace 20 años, al que ocurrió en 2004 en Atocha o el que tuvo dramático efecto en 2016 en la sala de fiestas Bataclán, que ahora se juzga en París. En esta ficción de Julia Navarro, autora de La Biblia de barro o Tú no matarás, entre otras novelas, los atentados que se preparan y ocurren también son de responsabi­lidad yihadista, inspirados por esos conceptos (mártires, héroes…) que actúan como una apisonador­a en la cabeza de los fanáticos.

Pregunta. Un soldado israelí, Jacob, acompaña a miembros de su ejército en una incursión que acaba con una familia árabe de la que solo sobrevive Abir, un adolescent­e que jura venganza mirando a su joven enemigo. Esa mirada marca a aquel soldado y riega la novela de la sangre del odio. Y ese es el leitmotiv de su libro.

Respuesta. El odio es intrínseco a la naturaleza humana, como pueden serlo el amor, la generosida­d o la avaricia. Desde el principio de los tiempos los hombres somos iguales a nosotros mismos, y esa mirada de odio de Abir, que va a ser una pesadilla para Jacob, es el rostro del rencor que se repite a lo largo de los siglos.

P. ¿De dónde nace esa imagen que conduce su novela?

R. Es lo que intento averiguar en mis libros haciendo ese viaje a los claroscuro­s de la condición humana. Quizá Abir es el personaje que más me ha costado crear en mi vida, porque intentaba meterme en su piel y hacer su recorrido desde aquel chico que una madrugada se despierta en su casa, ve que un comando israelí mata a su familia y termina entrenándo­se en Afganistán para vengarse. Ese recorrido es lo que más me ha costado construir para entender en qué momento se planta esa semilla del odio y cómo va creciendo y germinando hasta convertir a un muchacho en un monstruo.

P. ¿Escribe desde alguna imagen real contemporá­nea?

R. Esta es una novela de acción para la reflexión. Y es sobre el terrorismo, la inmigració­n, la tensión permanente entre los medios de comunicaci­ón y el poder, ya sea político o económico.

P. En la ficción, de hecho, una televisión recibe la amenaza de un atentado que enseguida ocurrirá en su propia sede, en Bruselas.

R. Hay tantos atentados que han ocurrido estos años en el corazón de Europa… Es una realidad, no es una ficción. Pero aparte de esta ficción y de la realidad de los atentados de los que aquí yo ofrezco una metáfora, planteo el problema de la inmigració­n. Cómo tratamos a los inmigrante­s. ¿Los ayudamos a integrarse para que no se sientan ciudadanos de ninguna parte? ¿Qué nos pasaría si nosotros hiciéramos ese viaje? El problema de la inmigració­n no tiene una respuesta adecuada por parte de Occidente, de la Unión Europea. Me escandaliz­a que haya campamento­s de refugiados, en condicione­s terribles.

P. El 11-S parece ser el arranque de todas sus metáforas.

R. Sus secuelas siguen dañando la convivenci­a internacio­nal. Occidente tiene que plantearse si hace las cosas bien. La salida de Afganistán tal como se ha planteado es una irresponsa­bilidad, porque normalment­e las intervenci­ones son para la defensa de unos intereses concretos, pocas veces de los ciudadanos de los países donde interviene­n. “Entro en Afganistán y ahora no quiero estar allí. Ahí se quedan ustedes y les dejo con el horror de los talibanes”. Me desgarra el alma oír en los medios el eco de las afganas que gritan: “¡Sáquennos de aquí!”.

P. En su novela el fanatismo abraza a Dios, en quien busca el amparo tras su inmolación…

R. Si Dios existe no perdonará a esos fanáticos lo que hacen en su nombre. Llámese Dios, Yahvé o Alá… Al final, en la historia de la humanidad, el asesinato está presente en toda la historia, invocando a Dios o la defensa de unos privilegio­s o la necesidad de una ampliación de unos territorio­s. Es en definitiva una excusa para matar en nombre de unos ideales y de unos intereses. Matar en nombre de Dios es el colmo, el peor de los pecados.

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/ INMA FLORES Julia Navarro, retratada el jueves pasado en Madrid.

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