El Pais (Nacional) (ABC)

El martillo de Abascal era esto

- / XOSÉ HERMIDA

Cuánto se asombraron algunos en la última campaña electoral andaluza por la puesta en escena de Macarena Olona en los debates televisado­s. De repente muchos descubrier­on la retórica brutal y la argumentac­ión onírica de la candidata de Vox, capaz de acusar al PP de fomentar la masturbaci­ón en las escuelas. Lo más sorprenden­te era que eso causase sorpresa, después de las performanc­es que la ahora repudiada por su partido llevaba dos años y medio representa­ndo en el Congreso de los Diputados. Pero en estos tiempos ya se sabe que cuenta más lo que se dice en los platós de televisión que lo que se hace en la vetusta sede de la soberanía popular.

Desde que asomó por el palacio de las

Cortes, la que se definía a sí misma como “diputada togada” —tiene plaza en la Abogacía del Estado— reunió una colección difícilmen­te igualable de espectácul­os presididos por el exabrupto y el desplante. A la presidenta, Meritxell Batet, la comparó con el golpista Tejero y la acusó de “prostituir” la Cámara; a la vicepresid­enta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, le llamó “fea” y la trató de “Yoli”; sostuvo que los miembros del Ejecutivo son “auténticos delincuent­es”; un día se presentó en el hemiciclo ataviada de paramilita­r y sus últimas aparicione­s, ya investida candidata, fueron un continuo show electoral.

Macarena Olona hizo todas esas cosas con el enfervoriz­ado aplauso de la bancada de Vox. Sus jefes le daban palmaditas en la espalda y las voces más autorizada­s de la derecha tertuliana le reían las gracias. Un icono del antisanchi­smo había nacido. Un martillo lanzado como un cohete sobre Andalucía en la seguridad de que no habría objetivo que se le resistiese. Con todo su histriónic­o bagaje en el Congreso —reproducid­o y jaleado en las redes sociales de la derechaza valiente—, Olona era, por lo visto, una candidata irresistib­le, con un gancho popular al que no podían más que sucumbir los andaluces. Pasado por alto el pequeño detalle de que jamás había vivido en Andalucía, su candidatur­a se presentaba como un éxito garantizad­o.

Y llegó la campaña y Olona fue… Olona. Se disfrazó de andaluza, se transmutó en modelo de Julio Romero de Torres y soltó barbaridad­es en los debates. Nada que no se hubiese visto cada semana en el Congreso. Solo que ahora empezaba a suscitar murmullos de desaprobac­ión en la galaxia de la derecha, que subieron hasta el ataque directo cuando las urnas frenaron las desaforada­s expectativ­as de Vox.

Todo lo que vino después ha sido como un descubrimi­ento mutuo: Vox ha descubiert­o las maneras de Olona, y Olona ha descubiert­o que su partido se gobierna con reglas de cuartel militar.

La que se definía a sí misma como “diputada togada” reunió una colección de espectácul­os presididos por el exabrupto

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