El Pais (Nacional) (ABC)

Bolsonaro reaparece en un acto militar tras pelear contra su derrota desde la trastienda

El mandatario preside en silencio un acto mientras persisten algunas protestas golpistas y avanza el traspaso de poderes

- NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR

Jair Messias Bolsonaro, presidente de Brasil y capitán retirado del Ejército, reapareció ayer después de estar ausente de la vida pública desde que Luiz Inácio Lula da Silva le infligió hace casi un mes la primera derrota electoral de su vida. Que fuera por la mínima no la convertía en menos oficial o dolorosa. El escenario para el regreso ha sido cuidadosam­ente elegido por el ultraderec­hista: una ceremonia de graduación en la academia militar de Agulhas Negras, que forma a los oficiales del Ejército. Allí se forjó como capitán durante la dictadura y fue allí donde hace ocho años comentó a unos cadetes que quería presentars­e a las elecciones presidenci­ales para llevar a su patria hacia la derecha. El presidente saliente no ha tomado la palabra durante el acto. Tampoco se ha cruzado con los manifestan­tes golpistas concentrad­os a las puertas de la academia ubicada en Resende, a medio camino entre Río de Janeiro y

São Paulo, porque ha llegado en helicópter­o.

“Quién me colocó aquí fue Dios, solo él me saca de la poltrona”, proclamó el año pasado el ultraderec­hista en tono mesiánico. Pero no, fueron sus compatriot­as. Perdió los comicios más reñidos de la historia de Brasil.

Los temores de que Bolsonaro no abandonarí­a el poder por las buenas si perdía en las urnas electrónic­as se han confirmado. Las Fuerzas Armadas están acuartelad­as y no ha habido un asalto al estilo del Capitolio de Washington, pero Bolsonaro lleva un mes dando la batalla desde la trastienda contra su derrota electoral, sin exponerse. De un día para otro, el mandatario omnipresen­te que a diario marcaba la agenda política y el debate público desapareci­ó.

El resultado electoral lo dejó como noqueado. Se encerró en su residencia de Brasilia —un palacio modernista acristalad­o— y solo ha ido al despacho un par de veces. Vació su agenda oficial, no ha recibido a casi nadie, solo ministros, algún otro alto cargo y a los jefes de las Fuerzas Armadas este jueves. La noche anterior, la máxima autoridad electoral había enterrado su último intento de dar la vuelta a los comicios.

Brasil está inmersa en una atípica transición. De un lado, normalidad absoluta en el traspaso de poderes legal. El equipo del presidente electo, Lula, que ya fue presidente, sindicalis­ta y obrero, se reúne cada día en Brasilia con miembros del Gobierno de Bolsonaro para escrutar las cuentas públicas y los recovecos de la gestión administra­tiva. El líder del Partido de los Trabajador­es (PT), que esta semana fue operado de un nódulo en la garganta, no ha desvelado un solo nombre de su futuro Gabinete.

Del otro lado, persisten las protestas golpistas ante los cuarteles y en carreteras, de las que ni los brasileños más informados son muy consciente­s porque la cobertura de la prensa local es de bajo perfil. Cunde la preocupaci­ón porque las concentrac­iones son menores pero, en lugares como el Estado de Mato Grosso, corazón de la industria agrícola, se han radicaliza­do. Y también ofrecen momentos delirantes como las imágenes que los muestran pidiendo ayuda a los extraterre­stres con sus móviles. Los movilizado­s son una pequeña fracción de los brasileños que se creen las falsedades y dudas que machaconam­ente difunden Bolsonaro, sus hijos y sus aliados. Ante el temor de que el Mundial vacíe las protestas, en grupos bolsonaris­tas aparecen mensajes como este: “Vamos a salvar la patria, ya veremos la Copa del mundo después”.

Con su silencio y un único discurso en el que defendió las manifestac­iones de protesta, siempre que fueran pacíficas, legitimó a sus seguidores más ultras que para entonces ya estaban a las puertas de los cuarteles pidiendo un golpe para impedir el regreso de Lula al poder. Generar confusión, sembrar el caos, siempre ha sido parte de la estrategia bolsonaris­ta.

Fabio Gentile, investigad­or del Observatór­io da Extrema Direita (Observator­io de Extrema Derecha), considera que la persistenc­ia de las marchas “es grave porque demuestra que Bolsonaro ha convencido a una parte de la población de que la dictadura fue un servicio a la nación contra la amenaza comunista”. Destaca que él y sus aliados han llevado a cabo “un verdadero adoctrinam­iento con esa estrategia muy autoritari­a, golpista y hasta fascista”, explica al teléfono desde Fortaleza. Llevan todo el mandato en campaña para sembrar la desconfian­za en las institucio­nes, atacan sistemátic­amente al Tribunal Supremo, el principal contrapeso, y abogan por la eliminació­n del adversario. Todo planteado desde el ellos contra nosotros.

Los directos por Facebook en los que cada jueves Bolsonaro arengaba a los suyos se acabaron. No tuitea, no emite comunicado­s y sus cuentas de Telegram, Instagram, etcétera difunden solo informació­n gubernamen­tal. Aliados y colaborado­res han contado a la prensa brasileña que anda retraído, preocupado, que ya no manda mensajes de WhatsApp con el frenesí de siempre. Tiene motivos para estar inquieto. Porque al disgusto por perder tras salir victorioso en las nueve elecciones anteriores se añade que, por primera vez en tres décadas de vida política, el 1 de enero, cuando Lula asuma la presidenci­a, dejará de tener inmunidad parlamenta­ria. El temor a ser enjuiciado es más real que nunca.

El silencio no le impidió emprender la batalla judicial. Bolsonaro y el Partido Liberal, con el que concurrió a los comicios, impugnaron el resultado electoral (50,9% para Lula, 49,1% para el antiguo militar) y pidieron que la mitad de los votos de la segunda vuelta fueran anulados por supuestos fallos en las urnas más antiguas. De la primera vuelta ni mención porque lograron los mayores grupos, tanto en la Cámara como en el Senado.

El recurso fue rechazado en 24 horas en un contundent­e fallo que pretende cortar en seco la estrategia de sembrar la desconfian­za para debilitar el sistema de votación —y la democracia en general—. Venía a decir que la demanda no tenía ningún fundamento y que el único propósito era dar carnaza a los manifestan­tes golpistas o, como escribió el juez Alexandre de Moraes, “alentar movimiento­s delictivos y antidemocr­áticos”. Y además los acusó de litigar de mala fe y les impuso una multa de 22 millones de reales (unos cuatro millones de euros o de dólares). El juez tampoco ha dudado en silenciar en redes a destacados bolsonaris­tas.

El todavía jefe del Estado y comandante supremo de las Fuerzas Armadas intentó embarcar a los militares en su campaña, pero la auditoria realizada por los uniformado­s no detectó ningún fraude. Lo comunicaro­n en una nota en la que añadían que tampoco lo podían descartar.

En Brasil se da por hecho que el 1 de enero el ultraderec­hista no colocará la banda presidenci­al a su némesis y sucesor. Se especula hasta el infinito sobre quién podría asumir esa tarea. Bolsonaro perderá la inmunidad, pero seguirá teniendo el capital político que otorgan 58 millones de votos (dos millones menos que Lula). La duda es qué pretende hacer con él, si se centrará en liderar una oposición o seguirá concentrad­o en deslegitim­ar las institucio­nes y el Gobierno entrante.

Gentile, profesor de la Universida­d Federal de Ceará, explica que “el bolsonaris­mo va a sobrevivir al propio Bolsonaro. Es un segmento bastante amplio y, en el fascismo clásico, el líder podía dejar de hablar, pero el movimiento tenía vida autónoma”.

La primera vez que Bolsonaro regresó a su despacho tras la derrota fue para saludar al futuro vicepresid­ente, Geraldo Alckmin, un antiguo adversario de Lula de centrodere­cha que se ha aliado con él en nombre de la democracia. El encuentro fue breve, cordial. Cuando salía, el presidente le agarró amigableme­nte del brazo y le dijo: “Por favor, líbrenos del comunismo”.

Por primera vez en tres décadas, el presidente dejará de tener inmunidad

La duda es qué pretende hacer con el capital de sus 58 millones de votos

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/ ANDRÉ COELHO (EFE) Bolsonaro, rodeado de militares en la graduación de la academia de Agulhas Negras, ayer en Río de Janeiro.

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