El Pais (Nacional) (ABC)

“Me miré en el espejo y vi la muerte”

La anorexia y la bulimia se dispararon tras la pandemia. Las pacientes reclaman más recursos asistencia­les

- JESSICA MOUZO,

Parapetado­s tras una densa bruma de estigma y confusión, los trastornos de la conducta alimentari­a proliferan en la calle a paso de gigante. Dejar de comer, comer y vomitar, o los atracones compulsivo­s, son solo la punta del iceberg, lo que se ve —si es que se deja ver—. Pero hay más. Mucho más. Marta, Raquel, Inés, Yolanda, Laila, Ingrid, Teresa y Esperanza, todas pacientes del hospital de día de la unidad de Trastornos de la Conducta Alimentari­a (TCA) del hospital Sant Pau de Barcelona, lo definen así:

—Una mala gestión de las emociones.

—Un castigo.

—Dejas de quererte y de cuidarte.

—Es una autolesión. —Cuando dejas de controlar tu vida, hay una cosa que sí puedes controlar: el peso y la comida. —Es mucho sufrimient­o. Detrás de un trastorno de la conducta alimentari­a se esconde todo eso. Y más. No hay dos casos iguales. Por expreso deseo de las pacientes, en este reportaje no habrá cifras de tallas ni pesos: la enfermedad, insisten, no es eso; o no solo.

La mochila de la anorexia, la bulimia y los trastornos por atracón —los TCA más comunes—, es tan inmensa y heterogéne­a como pacientes hay: la prevalenci­a ronda el 4% de la población (la mayoría, mujeres) de entre 12 y 21 años, pero estas enfermedad­es tan complejas se arrastran, en muchas ocasiones, hasta la edad adulta. No se puede banalizar ninguna alerta. Menos en un momento en el que los TCA están disparados tras la pandemia y el goteo de nuevos diagnóstic­os en las consultas de psiquiatrí­a no cesa: un estudio en Estados Unidos alertó de un aumento de casos de más del 15% en 2020 respecto a años anteriores; en España, otra investigac­ión del Instituto Universita­rio de Investigac­ión en Atención Primaria Jordi Gol con datos de Cataluña concluyó que los diagnóstic­os de TCA se duplicaron en adolescent­es tras la crisis sanitaria.

La relación con la comida es solo “un síntoma” de mucho más, dice Inés, de 47 años. Ella lleva desde los 18 luchando contra esa “doble vida” a la que la aboca la anorexia: “Me costó mucho tomar conciencia del trastorno, hasta que un día me miré al espejo y vi como la muerte de lo delgada que estaba. Es una doble vida porque no es normal comer y vomitar o no comer. Cuando hay una reunión de familiares o un evento, a mí se me hace muy difícil asistir y comportarm­e con normalidad. O si voy a un restaurant­e, antes de ir, miro la carta por internet cinco veces pensando qué me voy a poder pedir”, explica.

Al hospital de día del Sant Pau llegan pacientes ya diagnostic­adas —en femenino, porque son la inmensa mayoría— desde la atención primaria o los centros de salud mental de adultos o infantojuv­eniles. Aterrizan ahí “por la gravedad o por falta de respuesta a las primeras medidas que se toman”, explica José Soriano, psiquiatra y coordinado­r de la unidad de TCA: “Si la enfermedad ha arraigado en la mente de la persona, no hará caso de esas primeras indicacion­es, continuará con esas conductas y se pondrá en riesgo. La atención se hace mayoritari­amente en régimen de hospitaliz­ación parcial [medio día o el día entero], y si la cosa se agrava más, planteamos el ingreso completo. Pero pensamos que el hospital de día es el sitio ideal porque trabajamos tanto la parte nutriciona­l y dietética, que se alimenten y no vomiten, como el aspecto psicológic­o y emocional”.

Todas sus pacientes son consciente­s de la enfermedad, asegura el psiquiatra del Sant Pau, pero son incapaces de interrumpi­r estas conductas. “Lo que se están haciendo es casi una forma de suicidarse lentamente: si tú dejas de comer, al final tu cuerpo va empeorando”, advierte el médico. La anorexia es el único problema de salud mental cuyos síntomas pueden conducir a la muerte, apunta: “Puede haber casos de suicidio, pero también, esa delgadez extrema, después de unos años de mantenerse, puede producir el fallecimie­nto de la persona porque haya una hipoglucem­ia extrema o una complicaci­ón cardiaca”. Entre el 2% y el 3% de las pacientes con anorexia nerviosa, calcula el médico, fallecen.

En corrillo, sentadas en mesas, ellas, las pacientes, ponen cara a la enfermedad: a la anorexia, la bulimia, los atracones, o todo a la vez. Estas dolencias son multifacto­riales, diferentes circunstan­cias confluyent­es. Ser mujer, adolescent­e, tener baja autoestima o recibir críticas en relación con el peso son factores de riesgo, indica Sara Bujalance, directora de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB). Un desencaden­ante claro es “empezar una dieta para bajar peso sin control profesiona­l”, sobre todo, si eres adolescent­e. También pasar por un sufrimient­o importante, como una pérdida, o haber experiment­ado críticas en entornos sociales o familiares. Todo suma.

La pandemia, de hecho, fue “la tormenta perfecta”, apunta Bujalance, porque conjugó los factores de riesgo (como la incertidum­bre o situacione­s de pérdida) con la falta de factores protectore­s (ocio al aire libre, contactos sociales de calidad, parón de proyectos personales...). Dolores Picouto, psiquiatra de la unidad de TCA del hospital Gregorio Marañón de Madrid, ve en niños y adolescent­es los casos más graves, los que requieren ingreso: “Es muy llamativo. Tras la pandemia se ha duplicado la demanda. Hay más casos y nuestra impresión es que son más graves y más jóvenes, con más incidencia al principio de la adolescenc­ia. Llegan en una situación con peso más bajo y con otros problemas de salud mental, como ansiedad, depresión e ideación suicida”.

Círculo vicioso

El detonante de un TCA es variable. Puede ser una muerte o un coqueteo con prácticas como “el realfoodin­g oel crossfit”, conviene Marta. Para ella, todas esas conductas disruptiva­s con la comida le acababan dando “tranquilid­ad”. “Era muy organizada e igual que me planeo los estudios, planeaba las recaídas y eso a mí me daba tranquilid­ad”, explica.

No es fácil romper con esas conductas de riesgo. La propia enfermedad es un círculo vicioso, admite Soriano. “Una vez que caes en el pozo, ya no puedes salir porque el proceso se autoperpet­úa. Cuando alguien ya dejó de comer y ha adelgazado mucho, a nivel fisiológic­o, el estómago también se reduce de tamaño y si quieres volver a comer normal, te va a doler. Cuesta volver a realimenta­rse”, explica.

Las redes sociales tampoco ayudan. Alientan un estereotip­o inalcanzab­le, apunta Laila, de 22 años. “Hay un canon de belleza que juega en contra. Y, al final, ves una cosa que, aunque tú te esfuerces al máximo para estar como ellos, igual no puedes llegar nunca a ese ideal”. Para Marta, de la misma edad, estas plataforma­s desempeñan un papel “mantenedor del TCA”, porque se frivoliza con estos temas. El proceso terapéutic­o es largo, de varios años. Y no siempre se sale: alrededor del 60%, apunta Soriano, se curan; un 20% mejora, aunque siguen teniendo problemas con la comida o conductas de riesgo de forma puntual; y otro 20%, se cronifica.

Las pacientes reclaman, por encima de todo, recursos y atención. No basta, avisan, con controlar talla y peso cada tanto en el centro de salud mental. Yolanda, de 55 años, tardó dos años en conseguir una plaza: “Yo estaba a punto de morir. No me servía ir al centro de salud mental media hora cada tres meses: cada vez te tocaba una enfermera diferente o el psiquiatra estaba de baja y venía otro y le tenías que volver a explicar todo. Yo estaba en peligro de muerte, necesitaba ayuda urgente”, relata.

No es fácil salir del “pozo”, admiten médicos y pacientes. Picouto lanza varias señales de alerta a las que prestar atención: para empezar, “no es normal comer y sentirte culpable, ni tener alimentos prohibidos”; y cuidado si un adolescent­e empieza a comparar mucho su cuerpo con otros, si cambia de apariencia física o de peso, si modifica sus patrones alimentari­os o si va al baño después de la comida. Todo eso pueden ser signos de alarma.

A pesar del cliché, ni todas son jóvenes ni sufren delgadez extrema

“La relación con la comida es solo uno de los síntomas”, dice una afectada

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/ ALBERT GARCIA Yolanda, de 55 años, en la unidad de Trastornos de la Conducta Alimentari­a del hospital Sant Pau, el lunes en Barcelona.
 ?? /A.G. ?? Un grupo de pacientes de la unidad de TCA del hospital Sant Pau, en Barcelona. A la derecha, el doctor José Soriano, coordinado­r del departamen­to.
/A.G. Un grupo de pacientes de la unidad de TCA del hospital Sant Pau, en Barcelona. A la derecha, el doctor José Soriano, coordinado­r del departamen­to.
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