“Ahora reconocemos como violencia lo que antes nos parecía normal”
A los cinco minutos de conversación con Carmen Machi se tiene ya la sensación de estar hablando con una amiga. No solo porque su rostro resulta tremendamente familiar después de años viéndola en los teatros, el cine y la televisión, sino porque en persona tiene el mismo imán que cuando se sube a un escenario o la enfoca una cámara. Lo mismo te desarma haciendo de Antígona o de prostituta que interpretando a una madre convencional, una abuela cariñosa o una ejecutiva poderosa. Y posiblemente no haya nadie en España que no recuerde a esta actriz madrileña enfundada en el personaje de Aída, que empezó encarnando en el año 2000 en la serie Siete vidas y después tuvo su propio spin-off, del que decidió despedirse en 2009 para dedicarse a otros proyectos.
Desde entonces hasta ahora, a los 59 años, ha rodado con directores como Pedro Almodóvar, Isaki Lacuesta, Álex de la Iglesia o Isabel Coixet. Ganó el Goya a la mejor actriz de reparto en 2015 por Ocho apellidos vascos. A eso se suman éxitos teatrales como el reciente Prostitución, de Andrés Lima, que protagonizó junto a Nathalie Poza y Carolina Yuste. Va a terminar 2022 habiendo estrenado la friolera de seis películas:
Amor de madre, Llenos de gracia, La voluntaria, Rainbow, Cerdita y Mañana es hoy. “Qué pesada he sido este año, ¿verdad? ¡He hecho de madre, de monja y hasta de abuela!”, dice riendo en una entrevista con EL PAÍS en plena promoción de Mañana es hoy, que se lanzará el viernes en Amazon Prime Video. Se trata de una comedia de viajes en el tiempo que protagoniza junto a Javier Gutiérrez y donde vuelve a ser dirigida por Nacho García Velilla, creador de Aída. “La verdad es que acabé exhausta el año pasado y este me lo he tomado con más calma, apenas he rodado nada”, reconoce.
Pregunta. ¡Qué loca su nueva película! Es una especie de Regreso al futuro a la española, ¿no?
Respuesta. Sííí… tiene algo de Regreso al futuro. ¡Lo que disfrutamos haciéndola! La película es interesante porque nos lleva a la España de 1991 y de pronto lo encuentras todo muy marciano. Bueno, quizá la gente de mi generación no lo veamos tan marciano porque lo hemos vivido y 30 años no son tantos a ciertas edades. Pero te puedo decir que a los actores más jóvenes del reparto les chocaban muchas cosas.
P. ¿Por ejemplo?
R. Por ejemplo, las mujeres. Mi personaje es un ama de casa de los noventa y cuando aterriza en el año 2022 se pone a trabajar, cambia y pone en cuestión muchas cosas. Es cierto que queda mucha batalla por delante, pero si te pones a mirar atrás te das cuenta de que hemos cambiado una barbaridad.
P. ¿Usted ha cambiado mucho?
R. Bueno… [ríe y mira al cielo] yo creo que no tanto. Es que las actrices somos privilegiadas. Nuestra manera de vivir ha sido más libre. A mis amigas de siempre mi vida les parecía una cosa muy loca, los viajes, las giras...
P. Pero en el mundillo artístico también hay machismo. El Me Too estalló precisamente en ese entorno.
R. Ah, claro. En eso todas hemos cambiado. Lo que antes aceptábamos fácilmente ahora es intolerable. Que te metieran mano en el metro, que te gritaran o que te pusieran en situaciones incómodas… nos parecía normal. También en los entornos familiares o cercanos, sobre todo en la infancia y la adolescencia. Aquello que veías que era raro y que callabas por miedo o porque no sabes. No es que eso haya cambiado, pero ahora somos más capaces de reconocer el abuso y decirlo.
P. ¿Ha vivido o visto alguna situación de abuso en el trabajo?
R. No. Lo he visto más en entornos cercanos. Lo que sí he visto y vivido personalmente es un cambio en las relaciones laborales. A mí que un director me gritara me parecía normal. Es decir, lo que entonces se admitía como “vehemencia verbal” ahora sabemos reconocerlo como violencia. Ahí es donde han temblado los cimientos. Ahora, también tengo que decir que hay que saber distinguir bien las cosas porque no tiene por qué haber segundas intenciones cuando un director te toca para colocarte aquí o allá. Es un terreno extraño, la verdad.
P. Y si la Carmen Machi de los noventa diera un salto a 2022, ¿a quién vería?
R. Pues a sí misma… [carcajada] pero más mayor. En serio, es
La actriz ha estrenado en 2022 seis filmes; el último, ‘Mañana es hoy’
“Qué pesada he sido este año. He hecho de madre, de monja y de abuela”
“Encasillarse en papeles como Aída puede ser hasta una bendición”
que yo creo que no he cambiado tanto.
P. ¿Le sorprendería su fama?
R. Es que yo en los noventa estaba trabajando en el Teatro de la Abadía con José Luis Gómez, hacía tiempo que vivía muy bien de mi trabajo. Mi objetivo no eran ni el cine ni la televisión ni la fama, sino el teatro. Por eso creo que a la fama no le daría más importancia de la que tiene.
P. ¿Qué importancia tiene?
R. Bueno, quizá aquella Carmen Machi del pasado sí se pasmaría al ver lo que pasa cuando vas por la calle siendo famosa. Durante un tiempo eso me importó bastante porque me afectó. Pero ahora procuro no hacer demasiado caso.
P. ¿Se refiere a cuando interpretaba el personaje de Aída en televisión? ¿Temía encasillarse?
R. ¡Qué va! Eso del encasillamiento es una cosa muy abstracta. Mira, antes de Aída yo ya había hecho todo tipo de personajes en el teatro. Y durante Aída actué en Roberto Zucco, con Lluís Pasqual; La tortuga de Darwin de Juan Mayorga; Platonov, de Chéjov… No tenía que demostrar nada a nadie ni a mí misma. Por otra parte, encasillarse en papeles como Aída puede ser una bendición para un actor. La serie era tremendamente popular, aunque lo comercial no tiene que ser barato ni malo. Y los guiones eran extraordinarios. Con todo respeto, cuando me envían guiones de comedia me echo a temblar: es muy difícil hacer algo similar a aquello.
P. Su carrera en el teatro es muy distinta. Ha hecho comedia, aunque también mucha tragedia.
R. Mi mundo en el teatro no tiene nada que ver con el audiovisual. Siempre he trabajado con directores que no son nada comerciales. Lo que me interesa en el teatro es la palabra. Me emociona dar vida a buenos personajes que posiblemente ya han hecho otras actrices en el pasado. Eso no pasa en el cine.
P. ¿Cree que se puede cambiar el mundo desde un escenario?
R. ¡Cómo no voy a creerlo! Te voy a contar una anécdota de cuando estrenamos Prostitución en el Teatro Español de Madrid. Aquella obra desataba tremendas discusiones porque no tomaba partido por el abolicionismo ni por la legalización, simplemente daba voz a prostitutas de todo tipo. Almudena Grandes, que era abolicionista radical, moderaba los coloquios que se hacían después de las funciones, y cuando le tocó el de Prostitución nos contó que tras ver la función estuvo un rato poniendo en cuestión sus propios argumentos. Eso sí, le duró lo que tardó en llegar a casa.
P. ¿Y el cine y la televisión?
R. También, claro. Lo que pasa es que el teatro tiene una magia que lo hace quizá más poderoso. Es alucinante el poder que tienes cuando te subes al escenario. ¿Cómo no vas a cambiar el mundo desde ahí arriba? La prueba de ello es que lo siguen censurando. El poder siempre ha tenido miedo al teatro. Los griegos ya lo sabían y a Lorca lo mataron, pero no hace falta irse tan lejos: a Paco Bezerra le acaban de censurar la Comunidad de Madrid y Vox su obra sobre Santa Teresa. Lo alucinante es que la he leído y no entiendo por qué.