El Pais (Nacional) (ABC)

El 10 vive y mata a distancia

- LORENZO CALONGE,

En la plaza de toros de Lusail, con los olés y el cielito lindo mexicanos retumbando, se movían más los brazos de Lionel Scaloni y las piernas del paseante Tata Martino que el fútbol. La pelota era un artefacto difícil de manejar, sobre todo para Argentina. Sobre todo, después del gatillazo inesperado contra Arabia Saudí.

De la crisis de juego albicelest­e quedó constancia en la alineación. Suave en las formas cuando le tocó analizar el derrape del pasado martes, el técnico argentino fue radical en el fondo de sus decisiones. Operó sin contemplac­iones y metió el bisturí hasta el fondo del equipo. De medio campo atrás, cambió nada menos que cinco de las siete piezas posibles: tres en la defensa (Gonzalo Montiel por Nahuel Molina, Lisandro Martínez por Cuti Romero y Marcos Acuña por Nicolás Tagliafico) y dos en el medio (Guido Rodríguez por Leandro Paredes y Alexis Mac Allister por Papu Gómez). Otamendi y De Paul, además del portero Dibu Martínez, fueron los únicos que sobrevivie­ron a la limpia inicial. Se esperaban cambios y los hubo en serio. Y al principio de la segunda parte, todavía dio otra vuelta de tuerca más: Enzo Fernández por Guido Rodríguez. El movimiento continuo en la zona ancha empezó a parecerse bastante a un lanzamient­o al aire de cartas a la espera de que una, solo una, cayera de canto en medio de una situación cada vez más angustiosa.

El canto, en realidad, fue Messi, que estuvo para todo. Vista la incapacida­d de todos los compañeros que fueron desfilando por el medio para coser tres pases, directamen­te fue él quien tomó el volante de las operacione­s. Desde el primer minuto, se convirtió en el cuarto hombre en el medio. No le resultó sencilla la tarea. Abandonó el ladrillo en el que se movió contra los árabes y decidió bajar a recibir como un centro

campista más, aunque los intentos en la primera mitad morían en la jaula mexicana. A su alrededor, el desierto catarí. Si abajo se armaba poco, de Lautaro Martínez y Di María nada se sabía.

Mucho ruido en la grada, pero pocas nueces abajo. Casi una hora tardó Argentina en hilar una acción con cierto brío. Lo hizo después de que Dibu Martínez agarrara un tiro de falta de Alexis Vega con las dos manos, como en las fotos en blanco y negro. El drama al norte de Doha empezaba a soltar ese sabor ácido tan suyo.

Nadie más que Messi podía decir algo en el duelo en la orilla albicelest­e y lo hizo de una forma muy coherente: desde fuera del área. La Pulga vivía lejos de Memo Ochoa, así que la tarea tenía que ser a distancia. Encontró pista Di María por la derecha y ahí, cerca de la corona del área, andaba el 10, que se la acomodó y sacó filo a la navaja para meterla cruzada. Solo dos minutos antes había tenido la primera opción de encarar la portería rival. Eric Gutiérrez le cazó abajo, pero la jaula empezaba a abrirse para Messi. Fue el octavo tanto de la estrella (más siete asistencia­s) en sus 21 partidos mundialist­as, los mismos encuentros y los mismos tantos que Maradona.

Si su reacción de hablar minutos después del desastre árabe le había reforzado ante la clientela propia, su despliegue ante México para trabar abajo y fulminar arriba supone un empujón ante los suyos en su último Mundial. La segunda moneda que cayó de canto fue la de Enzo Fernández, uno de los medios que opositan a un lugar en el once en medio del carrusel continuo de nombres mientras Messi se sigue ocupando de todo.

La noche arrancó con olés mexicanos y se cerró con las canciones de la muchachada albicelest­e, entonadas con su clásico arrastre de las palabras.

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