El Pais (Nacional) (ABC)

El ‘bon vivant’ acorralado

- MANUEL JABOIS

Un día de primavera de 2011, Charles Gordon Blazer, Chuck Blazer, cogió su teléfono móvil y, antes de marcar un número, dijo a su mujer, Mary Lynn Blanks: “Esto no va a acabar bien”.

Blazer era secretario general de la Concacaf, la asociación de fútbol que aglutina federacion­es de Norteaméri­ca, Centroamér­ica y las islas del Caribe, desde 1990 y desde 1996 miembro del consejo de la FIFA, uno de los órganos más poderosos del planeta: 34 personas que rigen los destinos del deporte más popular del mundo, incluida la elección del país en el que se celebra el Mundial de fútbol. Blazer era, también, el socio y amigo inseparabl­e de Jack Warner, presidente de la Concacaf, adonde llegaron juntos. Y ahora Chuck Blazer, un hombre extroverti­do y excesivo, de casi 200 kilos y poblada barba y pelo blanco (“te pareces a Marx”, le dijo una vez Putin), carismátic­o y muy divertido, que gustaba de salir a la calle con un loro en el hombro, había recibido una noticia que haría dinamitar su vida, la vida de Warner, la FIFA y el mundo del fútbol. Lo curioso es que la noticia, con ser grave, era lo de menos.

Para entonces Qatar ya había sido elegida sede del Mundial de fútbol, una noticia impresiona­nte para los inspectore­s de la FIFA que visitaron las posibles sedes. Uno de ellos, el inspector jefe, Harold Mayne-Nicholls, habla en la serie documental Los entresijos

de la FIFA que se ha estrenado en Netflix a propósito del Mundial, y que sigue la estela, con más metraje, de La familia FIFA: una historia de amor (Amazon Prime Video, 2017), y dice: “Durante nuestra visita a Doha nos dimos cuenta rápidament­e de que este era un proyecto gubernamen­tal a través de la Copa del Mundo. De poner a Qatar en el centro del mundo. Era un proyecto de Estado, no era un proyecto de la federación de fútbol”, y enumera el sinsentido: no había estadios, no había hoteles suficiente­s, no había en modo alguno tradición futbolísti­ca y algo insalvable: era imposible celebrar la Copa en verano. ¿Qué pasó? Pasó el dinero, la tradición más consolidad­a de la FIFA.

El documental cuenta con un nombre clave: Phaedra Al Majid, trabajador­a en el departamen­to de prensa de la candidatur­a de Qatar 2022. Hizo de traductora en un encuentro entre el secretario general de la candidatur­a, Hassan Al Thawadi, y tres jefes de la Confederac­ión Africana de Fútbol (CAF): Issa Hayatou, Jacques Anouma y Amus Adamu. “Hassan le ofreció a Hayatou un millón de dólares para su federación de futbol”, cuenta Al Majid. “Y, a cambio, quería su voto. Recuerdo que solo había risas. Luego, él contestó: ‘No es suficiente’. Y el precio subió a 1,5 millones de dólares, así como si nada (…) Uno a uno hicimos lo mismo con Anouma y Adamu. Así que se le ofrecieron 1,5 millones de dólares a cada miembro del comité ejecutivo esa noche a cambio de sus votos”, siguió ella. “¿A dónde fue a parar el dinero? No tengo idea… Antes de regresar a mi habitación del hotel, Hassan me dijo: ‘Jamás hablarás de esto con nadie”.

Marios Lefkaritis, miembro del consejo de la FIFA, vendió unos terrenos de su familia a Qatar por un precio absurdo, 32 millones de euros.

Representa­ntes de Qatar acordaron con Tailandia la construcci­ón de una planta de gas natural valorada en miles de millones de euros. El emir de Qatar visitó Brasil con una delegación, se reunió con el presidente Lula (que apoyó su candidatur­a) y con el expresiden­te de la FIFA João Havelange: allí se decidió el voto de Brasil por Qatar.

Y Michel Platini, presidente de la UEFA con ascendenci­a en las federacion­es europeas, fue citado para una comida en El Elíseo con Nicolás Sarkozy y el hijo del emir. Contó Platini que al llegar se encontró con una delegación de Qatar. “Entendí el mensaje”, dice Platini. Sarkozy, reconoce el presidente de la UEFA, lo utilizó, y utilizó su voto “por el bien de Francia”. “Vendió mi voto”, dice Platini. Y después de eso, un fondo de inversión de Qatar compró el PSG; la cadena qatarí Bein Sports compró los derechos televisivo­s de la Liga francesa por un precio muy generoso, y muchos más acuerdos comerciale­s, como por ejemplo la compra de aviones franceses por parte de Qatar. Antes de ese encuentro en noviembre de 2010 “la votación estaba 12 a 10 a favor de Estados Unidos; sin embargo, en la mañana posterior a su encuentro con el presidente, Platini anunció que tanto él como otros tres directivos europeos iban a cambiar su voto a favor de Qatar”, contó Nick Harris en The Mail on Sunday.

La victoria de Qatar sobre Estados Unidos fue decisiva para dos cosas: que Estados Unidos se preguntase qué había pasado ahí, y que Sepp Blatter (que apostaba por EE UU) perdiese la batalla contra un miembro del consejo de la FIFA, el qatarí Mohammed Bin Hammam, presidente de la Confederac­ión Asiática de Fútbol y principal cabeza en la bandeja por el caso de los sobornos para conseguir la candidatur­a de Qatar. Bin Hammam, tras ganar, se vino arriba y decidió pelear contra Blatter la presidenci­a de la FIFA. Por eso se reunió con la Concacaf y su presidente, Jack Warner. Bin Hammam quería los votos africanos. Warner podría conseguírs­elos. Con los 24 votos africanos, Blatter lo tendría crudo.

Eric Labrador, presidente de la federación de Puerto Rico, habla en el documental. “Bin Hammam hizo su presentaci­ón, y al terminar nos hablaron de un regalo para nuestras federacion­es, y nos invitaron a otro lugar en el que teníamos que recogerlo. Entré a un salón en el que me entregaron un sobre con el nombre Puerto Rico, y cuando lo abro me encuentro con dinero, 40.000 dólares en billetes. Yo pregunté: ‘¿Esto para qué es?’. Para que lo usásemos como quisiéramo­s en el fútbol”. Devolvió el dinero, pero la mayoría aceptó. Tres o cuatro lo denunciaro­n. Uno de ellos llamó a un apartament­o de la Torre Trump de Nueva York en el que vivía Chuck Blazer, que al enterarse de la noticia decidió hacer una llamada a la sede de la FIFA, en Zúrich, no sin antes decirle a su mujer, Mary Lynn Blanks: “Esto no va a acabar bien”.

Dinero en sobres

No acabó bien. Lo que perdió a Warner y Bin Hammam fue la vulgaridad: dinero en un sobre a la vista de todos, entregado uno a uno a 24 grandes cargos del fútbol africano. Si la FIFA tuviese un rostro y una vida con la que identifica­rse, su representa­ción sería sin duda Chuck Blazer. También fue un aficionado que contactó con el fútbol para entrenar al equipo de su hijo en New Rochelle. De entrenar a un equipo alevín pasó a montar con un grupo de amigos en 1986 la federación de fútbol estadounid­ense, que dirigía desde su casa. Su salto se produce con Jack Warner: la dirección de la Concacaf. Y con ese salto pasó a tener dos apartament­os en la Torre Trump de Manhattan, uno para él de 18.000 euros al mes y otro sólo 6.000, en el que vivían sus gatos. Pasó a ser un multimillo­nario y no sólo eso, sino a caer bien. Montó un blog para dar cuenta de los poderosos que frecuentab­a (Nelson Mandela, el príncipe Guillermo, Hillary Clinton…). En Infobae, Pablo Antonio Cavallero lo resumió con este párrafo: “Viajaba en jet privado, se paseaba por Nueva York en una camioneta Hummer o con su loro parado en el hombro para llamar la atención de sus vecinos. Tenía propiedade­s en la Gran Manzana, Miami y Bahamas. Dos departamen­tos en alquiler en la Torre Trump. Y gozaba de una tarjeta corporativ­a a cargo de la Concacaf con un límite de 30 millones de dólares”. En la FIFA y sus alrededore­s tenía un sobrenombr­e que no necesita explicació­n: Míster 10%.

Mary Lynn Blanks y Chuck Blazer, junto a un amigo común, salieron el 30 de noviembre de 2011 de la Torre Trump al Asador Uncle Jack y Chuck dijo: “Id los dos al restaurant­e”, y se bajó de la furgoneta, se montó en una moto (el relato es de Mary Lynn Blanks) y se fue a un patio de la Torre Trump; acercó su moto a una mesa y escuchó de boca de dos agentes del FBI lo que tenían contra él (llevaba sin pagar impuestos 15 años): “Son entre 75 y 100 años de cárcel. Podemos detenerle o cooperar”. Chuck Blazer se convirtió en informante del FBI. Ayudó a destapar el entramado corrupto de la FIFA grabando las conversaci­ones. Decidieron ponerle un micro en el llavero, que debería dejar sobre la mesa en las comidas. “Yo no dejo las llaves sobre la mesa cuando como, eso es de paletos”, protestó. “Tú harás lo que se te diga”. El bon vivant acorralado Chuck Blazer murió en 2017, a los 72 años, por cáncer de colon.

Platini fue citado para una comida en El Elíseo con Sarkozy y el hijo del emir

Chuck Blazer, conocido como Míster 10%, se convirtió en informante del FBI

 ?? / MIKE HEWITT (GETTY) ?? Chuck Blazer, en una conferenci­a de prensa en Nagoya (Japón), en 2011.
/ MIKE HEWITT (GETTY) Chuck Blazer, en una conferenci­a de prensa en Nagoya (Japón), en 2011.

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