El Pais (Nacional) (ABC)

La intermedia­ción del ahorro y su evolución

- DAVID CANO David Cano es socio director de Afi.

Un fondo de inversión, si está bien diversific­ado, reduce el riesgo de liquidez y de crédito

Las entidades crediticia­s han ejercido de forma tradiciona­l un papel protagonis­ta en la intermedia­ción del ahorro. Esto es así, en especial, en Europa continenta­l, en contraste con lo observado en EE UU o en Reino Unido. En este modelo de transmisió­n del ahorro, las entidades asumen riesgo de liquidez, de mercado y de crédito (RLMC). Por ello, han tenido que desarrolla­r modelos de valoración y seguimient­o de estos, así como mecanismos mitigadore­s. Como consecuenc­ia de la Gran Recesión, las autoridade­s supervisor­as endurecier­on las exigencias de medición y control de riesgo y, en especial, las necesidade­s de capital para cubrir potenciale­s quebrantos. La consecuenc­ia más clara ha sido la menor capacidad de intermedia­ción del ahorro por parte de las entidades, no tanto en la captación como en la concesión de crédito; en definitiva, en la asunción de riesgo. Mucho más con el endurecimi­ento de las condicione­s para la adquisició­n de activos de renta fija y variable, tanto cotizados como no cotizados.

Con la puesta en marcha de las políticas monetarias no convencion­ales, en concreto el Quantitati­ve Easing, los bancos centrales incorporar­on en sus balances el RLMC que no pudieron asumir las entidades, en un claro efecto sustitució­n. Pero está claro que esta situación solo podía ser coyuntural (aunque haya durado más de lo deseable) a la espera de que otros agentes (las familias en última instancia) asumieran los riesgos.

En este contexto, los mercados de capitales se configuran como la gran alternativ­a por la transmisió­n del ahorro. En este modelo, los ahorradore­s acuden al mercado para adquirir bonos y acciones que emiten (mercado primario) compañías y gobiernos que necesitan financiaci­ón. La principal vulnerabil­idad de este mecanismo de transmisió­n es que las familias asumen el RLMC. Si el “punto débil” del sistema bancario de intermedia­ción del ahorro es la solvencia de las entidades, que tiene una clara prociclici­dad, en el caso de la intermedia­ción vía mercados financiero­s, uno de los mayores puntos débiles es la excesiva volatilida­d de las cotizacion­es, que también sufre un marcado componente cíclico (como hemos podido observar este año). Todo ello sin que esté garantizad­a la liquidez de los activos, por mucho que estén cotizados, junto con la posibilida­d de la pérdida total de la inversión en caso de quiebra del emisor.

El trasvase del RLMC desde las entidades crediticia­s a las familias tiene varias implicacio­nes que se deben considerar y a las que las autoridade­s económicas deben atender cuando diseñan sus políticas macroprude­nciales. Y también los bancos centrales a la hora de entender los mecanismos de transmisió­n de la política monetaria y tomar sus decisiones. Cuanto más importante­s sean los mercados financiero­s (bien de forma directa, bien indirecta) en la materializ­ación del ahorro (en detrimento de los depósitos), más impacta sobre el crecimient­o del PIB la fluctuació­n de los precios de los activos. Como consecuenc­ia del efecto riqueza, las autoridade­s deben prestar más atención a la evolución de los mercados financiero­s y a la formación de burbujas y trampas de valoración.

Atención también porque condiciona en mayor medida la capacidad (en cantidad y precio) de financiaci­ón del tejido empresaria­l. Si se generaliza la emisión de bonos, por ejemplo, las compañías deben ser consciente­s del riesgo de refinancia­ción si los mercados “se cierran” o de aumento del coste si se produce una ampliación de los diferencia­les en el mercado secundario (esto segundo se ha observado con claridad este año; no así tanto lo primero). Los mercados son muy volátiles y eso incrementa el riesgo de refinancia­ción de las empresas (en cantidad y en precio).

Regresando al lado de la oferta de fondos, para el caso concreto de las familias, existe una mejor alternativ­a a la desinterme­diación bancaria que la pura inversión directa en los mercados de capitales. Nos referimos a la inversión colectiva, que se configura como la mejor forma de mitigar el RLMC por parte de las familias. Un fondo de inversión, si está correctame­nte diversific­ado, reduce el riesgo de mercado, de liquidez y de crédito. En ello pone especial énfasis la regulación. Nuestra tesis es que la inversión colectiva se va a configurar en el área euro en uno de los principale­s intermedia­rios del ahorro, al estilo de lo que ya se observa en EE UU. Es decir, cada vez más empresas utilizarán los mercados para financiars­e, pero a aquellos no acudirán las familias para comprar bonos y acciones de forma directa, sino que lo harán de forma indirecta, vía fondos de inversión (serán sus gestores los que adquieran esos títulos con el patrimonio de los clientes).

Pero no sólo los fondos de inversión, sino que en este nuevo modelo de transmisió­n del ahorro hacia la economía real también deben desempeñar un papel protagonis­ta los fondos de pensiones, con varios enfoques. Por un lado, porque va a ser creciente su papel complement­ario de las pensiones públicas a futuro a medida que se incremente de forma adicional la esperanza de vida. Por otro, porque es una manera eficaz de contar con una cartera diversific­ada y gestionada profesiona­lmente. Pero en el caso de los fondos de pensiones se produce una caracterís­tica adicional: la inversión a largo plazo. Esto permite que sea el vehículo óptimo para invertir en activos no cotizados. Este es otro de los temas a abordar del nuevo modelo de intermedia­ción del ahorro: no tiene por qué invertirse solo en activos cotizados, sino que una parte importante del patrimonio se puede invertir en activos no listados.

En este sentido, se debe hacer un especial énfasis a activos alternativ­os como el capital (private equity) y la deuda privada (private debt), así como a los vehículos que invierten en ellos (fondos de private equity y fondos de direct lending). El papel que deben desempeñar estos fondos en la financiaci­ón de la economía real, en especial en los casos de largos horizontes temporales de inversión, debe ser claramente mayor.

Y si se avanza en el proceso de intermedia­ción del ahorro vía institucio­nes de inversión colectiva (tanto de activos cotizados como no cotizados), también se debe plantear la posibilida­d de reforzar su tratamient­o macroprude­ncial. Se puede llegar a un momento en el que unas pocas IIC (fondos y sociedades de inversión) tengan una elevada capacidad de financiaci­ón que debe ser objeto de las mismas exigencias que se están imponiendo a las entidades crediticia­s. Así, debe desarrolla­r modelos de medición y, en su caso, mitigación del riesgo de liquidez, de mercado y de crédito. Pero no solo por IIC, sino también a la SGIIC (gestora de inversión colectiva) que la gestiona.

Es positivo que los mercados financiero­s y la inversión colectiva aumenten su importanci­a relativa en la transmisió­n del ahorro, como ya sucede en EE UU. Pero se debe ser consciente de las implicacio­nes que tiene en términos de riesgos, de regulación, de ciclicidad y de divulgació­n financiera. Todos los agentes financiero­s implicados deben continuar intensific­ando su trabajo en esta dirección, como ya están haciendo en los últimos años.

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