Xi cimenta su poder con su tercer mandato presidencial
La Asamblea Nacional china le elige por unanimidad jefe de Estado
Xi Jinping ascendió ayer a lo más alto del panteón de líderes chinos, como era de esperar: sin sobresaltos. El mandatario chino con más poder desde los tiempos de Mao Zedong fue reelegido presidente de la República Popular para un tercer mandato de cinco años con el voto unánime de los casi 3.000 delegados que conforman la Asamblea Popular Nacional, el legislativo chino, un órgano sujeto al control del Partido Comunista.
Xi, de 69 años, también se ha asegurado sin fisuras la presidencia de la Comisión Militar Central, el máximo órgano castrense. El movimiento solidifica su poder absoluto al frente de todos los aparatos del Estado, después de retener de forma inédita para un tercer mandato la secretaría general del Partido Comunista en el pasado congreso de octubre, y haber ascendido a su círculo de confianza a los principales escalones de la jerarquía.
Al no haber designado ningún sucesor aparente —tal y como se respetó desde los tiempos del presidente Deng Xiaoping hasta la llegada de Xi al poder en 2012— y después de haber aprobado en 2018 un cambio constitucional a medida para eliminar el límite máximo de dos mandatos como jefe del Estado, su reelección supone el primer paso hacia un terreno ignoto.
Algunos analistas estiman que el mandatario, cuyo pensamiento es de estudio obligado en escuelas y universidades del país, además de una guía a seguir en toda actividad política, podría perpetuarse al frente de la segunda economía del planeta, al menos hasta 2032. En una ceremonia solemne, coreografiada al milímetro para revestir de legitimidad el proceso, Xi se acercó tras su elección al centro del estrado del Gran Salón del Pueblo, en la plaza de Tiananmén, en Pekín, posó la mano izquierda sobre la Constitución de China —la misma que modificó hace cinco años la Asamblea para garantizar su permanencia— y juró con el puño derecho en alto su tercer mandato como presidente de la República Popular.
Xi se enfrenta ahora al reto de reimpulsar la economía mientras hace frente a un turbulento escenario geopolítico dominado por la creciente rivalidad con Estados Unidos. Tras perseverar durante tres años en una dura estrategia anti-pandémica, que mantuvo al país aislado y suponía confinamientos de ciudades y testeos masivos, Pekín dio en diciembre un brusco giro de timón después de una ola de protestas sociales. En diciembre, de la noche a la mañana, retiró la llamada política de covid cero, lo que abrió la puerta a un tsunami de contagios. El gigante asiático registró decenas de miles de fallecidos por coronavirus, pero desde enero, al dejar atrás la ola de infecciones, muestra índices de recuperación.
En la apertura de la sesión parlamentaria anual, el pasado domingo, Pekín fijó el objetivo de crecimiento para 2023 en el entorno del 5%; 2022 fue, en cambio, un año negro: constreñido por la política sanitaria, el PIB aumentó un 3%, la segunda tasa más baja en casi medio siglo (tras el también pandémico 2020). “Su nuevo nombramiento como presidente no es ni de lejos tan importante como el del pasado octubre como secretario general del Partido Comunista”, señala Scott Kennedy, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), un instituto de Washington.
Para este analista, el liderazgo de Xi se enfrenta en este tercer mandato a una doble crisis de confianza: por parte del sector empresarial privado en China, por un lado, y de los gobiernos occidentales, por otro. Las preocupaciones de ambos “podrían paralizar los objetivos de Xi Jinping de convertir a China en un poderoso país moderno”, asegura Kenneddy a través de correo electrónico.
En 2018 cambió la Constitución para poder seguir gobernando
Enfrenta el reto de reimpulsar la economía en un escenario complejo