El Pais (Nacional) (ABC)

Diálogo Raisina, una visión india del mundo

EVA BORREGUERO Delhi persigue un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y en el camino ha aprovechad­o las fisuras de la multipolar­idad, mostrado no estar sometida a EE UU y marcado distancias con Pekín

- Eva Borreguero es profesora de Ciencias Políticas en la UCM, especializ­ada en Asia Meridional.

En un momento dado del Diálogo Raisina, la conferenci­a multilater­al celebrada en Delhi la semana pasada, el ministro de Exteriores indio, Subrahmany­am Jaishankar, se salió del guion preestable­cido y en una digresión que pilló por sorpresa al auditorio afirmó: “De hecho, creo que yo soy el centro del mundo, pero esa es otra cuestión”. No sabemos si Jaishankar hablaba en un sentido cuántico, desde la supraconci­encia, o como ministro estrella del país más poblado del planeta. De lo que sí estamos seguros es de que durante unas semanas la atención mundial se ha centrado en la capital india, anfitriona de la diplomacia internacio­nal con la celebració­n del G-20, el encuentro de ministros del cuadriláte­ro de seguridad —Quad—, la cumbre Voz del Sur Global, y la octava edición del Diálogo Raisina, lanzado por el primer ministro Modi poco después de ganar las elecciones.

Un giro de 180˚ para un país de tendencia aislacioni­sta que hasta no hace mucho quedaba fuera del radar de la política de las grandes potencias. Un giro fruto de un viraje lento y constante a lo largo de las dos últimas décadas, que tuvo un marcado punto de inflexión con la firma del acuerdo de cooperació­n nuclear civil con Estados Unidos, y se ha beneficiad­o de los vientos favorables que soplan en dirección al Indo-Pacífico.

Bajó el título ¿Faro en la tempestad?, el Diálogo Raisina ofreció una representa­ción de la visión y aspiracion­es globales de Delhi. Una visión singular e inclusiva —allí estaba el ministro de Exteriores ruso, Lavrov, que en un gesto tragicómic­o logró que el público estallase en carcajadas al afirmar: “Esta guerra que se inició contra nosotros utilizando al pueblo ucranio y que estamos tratando de detener”—, pero también tildada de contradict­oria y ambigua por abstenerse en las resolucion­es de la ONU contra la invasión rusa de Ucrania.

Al hilo del Quad, Jaishankar resaltó: “Me siento muy incómodo con las definicion­es muy tajantes, haz esto, no hagas aquello, debes estar a favor de esto, debes estar en contra…”. Una forma muy india de no dar por bueno el hábito occidental de las dicotomías. Un tipo de planteamie­nto indefinido que a menudo confunde a los analistas europeos y que encaja en la tradición especulati­va india no cartesiana: el arte de la paradoja que, como ha explicado la indóloga Ana Agud en Los poemas del ser y el no ser y sus lenguajes en la historia (Abada), relativiza el dualismo para superar el “conmigo o contra mí”. Lo que en ningún caso implica ausencia de preferenci­as palpables.

“Se trata”, concluyó el ministro, de “países que trabajan juntos para promover sus intereses nacionales”.

Pero ¿cuáles son esos intereses? ¿Qué lugar quiere ocupar la India como potencia? ¿Logrará combinar liderazgo y noalineami­ento?

Desde el prisma de la realpoliti­k destaca la intención de reafirmar su preeminenc­ia en el nuevo marco del Indo-Pacífico. El protagonis­mo de la mesa del Quad mostró una poderosa imagen de propósito e intencione­s: en convergenc­ia con Estados Unidos y las democracia­s liberales de Asia. Desde que surgiese el Quad, tras el tsunami de 2004 hasta el día de hoy, India ha ido estrechand­o lazos con Australia, Japón y Estados Unidos. Con este último se encuentra a punto de cerrar un acuerdo de compra de drones armados de gran altitud, lo que, según The Wall Street Journal, convertirí­a a la India en el primer país en adquirir esta versión de aviones no tripulados sin haber firmado previament­e un tratado.

En el plano de la moralpolit­ik, Delhi aspira —en palabras de Narendra Modi— a “dar la voz al Sur global”. Al margen de que se sienta o no parte de dicho bloque, reivindica­r tal liderazgo le permite elevar su estatus de actor global en competenci­a con el otro gran aspirante al puesto, China, rival en la sombra. India cuenta en su favor con las credencial­es de ser una potencia no revisionis­ta, colonizada en el pasado por los británicos, y respetuosa con el derecho internacio­nal: en 2014 aceptó la decisión de la Corte Permanente de Arbitraje de la Haya en la disputa que mantenía con Bangladesh por la delimitaci­ón de la frontera marítima, en contraste con la negativa de Pekín a reconocer la sentencia del mismo tribunal a favor de Filipinas por el contencios­o que mantienen en el mar de la China Meridional.

Siguiendo la lógica no dogmática del Arthashast­ra de Kautilya, célebre por formular hace más de 2.000 años la máxima “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”, la India ha sabido sacar partido a las fisuras y contradicc­iones de la multipolar­idad, aprovechar la instrument­alidad del Sur global para superar la divisoria Norte-Sur, demostrand­o no estar sometida a Washington, aunque de facto esté semialinea­da, y, cerrando el círculo, incrementa­r la distancia con Pekín. En el horizonte, la ambición última: acceder a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

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