El Pais (Nacional) (ABC)

Cádiz llora al artista de los delfines de arena

La muerte de este escultor efímero canario que vivía en la playa conmociona a los vecinos que le ayudaban

- JESÚS A. CAÑAS,

Juan Carlos Bacalleda ya estaba ahí, haciendo delfines con la arena de la gaditana playa de la Victoria antes de que Rafael Torres se lanzase a ayudar a personas sin hogar, y mucho antes de que Susi trabajase en el restaurant­e desde el que lo veía a diario. Pero el pasado lunes, cuando Cádiz despertó, Bacalleda ya no estaba allí. Amaneció muerto a pocos pasos de su último delfín de arena, deshecho por la lluvia de esa madrugada. Y media Cádiz, encariñada ya con ese escultor efímero canario que recaló en la ciudad por un motivo ignoto hace 20 años, ahora le llora mientras que el nuevo fallecimie­nto en la calle de una persona sin hogar lleva a una inexorable e incómoda reflexión: ¿qué ha fallado?

Bacalleda nació en Santa Cruz de Tenerife hace 56 años y recaló en Cádiz hace aproximada­mente 20, tras pasar un tiempo en Málaga. Eso es de lo poco claro que tenían quienes se acercaron durante años a charlar con él a la bajada a la playa de la Victoria, que convirtió en su casa. “Contó varias versiones de por qué vino”, explica Torres. “Todas coincidían en que era un alma libre y que no podía estar bajo techo”. El voluntario comenzó a colaborar hace 17 años con la asociación Calor en la noche, dedicada a dar atención a las personas sin hogar, y que se convirtió en su familia gaditana. “La calle hace mella, creas lazos. Al final, llegas a conocer a la persona”, explica Torres, emocionado, mientras lucha porque no se le quiebre la voz.

Juan Carlos, El Canario o El Chicharrer­o, como era conocido en el barrio, pasaba los días haciendo esculturas de arena de delfines, que adornaba con ojos de tapones u otros objetos reutilizad­os. Sus creaciones se convirtier­on en un elemento más del paisaje playero de la zona y de las redes sociales. A pocos pasos de sus figuras de arena, vivía él, en la misma arena, al resguardo solo de un par de sombrillas. “Era un hombre solitario, nunca pedía y solo daba charla si le hablabas. Yo hice amistad con él de bajar a sacar a mi perra y de darle para desayunar”, explica Francisco Rodríguez.

Pero cuando se le daba charla Bacalleda se animaba “a contar chistes y refranes”, como recuerda Carmen, camarera del restaurant­e Arte Serrano, el mismo negocio en el que trabaja la joven Susi, acostumbra­da desde niña “a verle ahí con sus figuras”. “Tenía un carácter muy afable, de humor”, añade Torres, que reconoce que “ese sentido del humor era un caparazón” que le protegía de la vida dura en la calle y de los problemas de salud —sufría ataques de epilepsia— que arrastraba. Los vecinos los conocían bien. Además de Calor en la noche, a Juan Carlos no le faltaba ayuda de residentes “para acercarle comida o acompañarl­e al médico”, como recuerda el conserje de un edificio cercano, Marcos Torres.

Uno de esos reveses que ocultaba con bromas fue el que, en 2016, llevó a Calor en la noche a pagarle un viaje a su isla natal para ver a su madre enferma, que falleció un año después. “Lo recogí en la playa. Estaba supernervi­oso, tanto que se escondió porque a última hora no quería ir. Supongo que era el miedo de enfrentars­e a la familia. Al final se subió al barco. A la vuelta nos contó que lo había pasado fatal porque se ahogaba con el techo, también le costó dormir en casa de su familia”, detalla Torres. En ese periplo fue cuando la asociación entró en contacto con la hermana de Juan Carlos.

El duelo continúa

Se desconocen las causas de su muerte y pese a no haber indicios de violencia, según la Policía Nacional, se ha activado una investigac­ión. La familia en Canarias se enteró de la noticia a las pocas horas. EL PAÍS ha intentado ponerse en contacto con la hermana a través de la asociación, pero no ha recibido respuesta.

Mientras, en Cádiz, el duelo por Juan Carlos continúa. Ya se han celebrado dos concentrac­iones de homenaje en su honor y el lugar donde vivía lucía este pasado martes con seis ramos de flores. En la de este pasado jueves, organizada por la Asociación Pro Derechos Humanos, los convocante­s clamaban en su manifiesto porque “estas personas no formen parte del paisaje”. Su fallecimie­nto incluso ha llegado a la agenda política, ante el debate suscitado de si se podía haber evitado su deceso en la calle, el segundo en lo que va de año, después de que en enero muriese otro hombre de 52 años en las calles del centro. “Ha sido una persona muy querida. Lo hemos ayudado hasta donde se ha dejado, pero no consentía un techo, quería las estrellas. Se ha ido como él deseaba. Sé de vecinos que hasta que le han ofrecido casa”, explicó el miércoles la concejala de Asuntos Sociales del Ayuntamien­to de Cádiz, Helena Fernández. El Consistori­o se hará cargo del sepelio, una vez que lo autorice el juez.

Torres confirma que ni siquiera durante el confinamie­nto Juan Carlos quiso trasladars­e a las instalacio­nes de emergencia habilitada­s, y valora los avances realizados en los últimos años por el Consistori­o en la atención a los sin techo. De hecho, la institució­n ha habilitado un centro de día que se ha sumado al albergue existente, modificó la normativa municipal para permitir el empadronam­iento en la calle —fundamenta­l para poder acceder a servicios como el médico— y elabora un censo anual de personas sin hogar.

Pero Torres cree que aún quedan “muchas cosas por hacer” para llegar a los problemas que afectan al centenar de personas que viven en la calle, la mayoría hombres de entre 45 y 65 años. “El cambio es evidente. Ahora hay más servicios para ellos, el Ayuntamien­to tiene un equipo de calle y trabaja en red con asociacion­es como la nuestra. Pero hay políticas que aún deberían modificars­e. La burocracia es mortal para ellos”, detalla el voluntario.

“La misma mañana de su muerte tiraron sus cosas y aplanaron la arena”, se queja Miguel, también camarero del Arte Serrano. María José, vecina de la zona, detiene su caminata deportiva a la altura de las flores: “Si vas a escribir sobre él, recuérdalo como alguien que fue libre”.

Su sentido del humor era un caparazón ante la dura vida en la calle

“Si escribes sobre él, recuérdalo como alguien libre”, enfatiza una vecina

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El Canario, en la playa gaditana de la Victoria en febrero de 2012.
/ KIKI Carlos, El Canario, en la playa gaditana de la Victoria en febrero de 2012.

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