Un asesinato detonó la guerra del aborto en EE UU
El doctor David Gunn murió tiroteado por la espalda en 1993 cuando llegaba a la clínica en la que trabajaba. La efeméride recuerda que el hostigamiento continúa
El médico conocía los riesgos de su labor y llevaba tres armas en el coche
A eso de las diez de la mañana del 10 de marzo de 1993, Michael David Griffin disparó tres veces por la espalda al médico David Gunn, de 47 años, cuando llegaba a la clínica en la que trabajaba en Pensacola (Florida). Una y otra vez, el asesino gritó: “¡No matarás más bebés!”. Después, se entregó a la policía. Gunn, padre de dos hijos, era el único facultativo que practicaba abortos legales en el nordeste de Florida y partes de Georgia y Alabama. Aquel día lo recibieron, como cada mañana, unos activistas. Sabía que su trabajo comportaba riesgos, por eso guardaba siempre tres armas en el coche. Hacía meses, su retrato había aparecido en uno de esos carteles de forajidos del Oeste con la leyenda de “Se busca” en una manifestación convocada en Montgomery (Alabama) por Operation Rescue, una de las más radicales organizaciones antiabortistas del país.
Griffin, fundamentalista cristiano que había visto la cara de Gunn en una fotografía en el garaje de su mentor, el supremacista blanco Paul Burt —al que luego acusaría en el juicio de haberle lavado el cerebro—, entró en la historia del terrorismo estadounidense al cometer el primer asesinato documentado de un proveedor de servicios de salud reproductiva. Su acto contribuyó a detonar las llamadas “guerras del aborto”, que ya habían registrado secuestros, asaltos o ataques a clínicas. A sus 31 años, fue condenado a cadena perpetua.
En recuerdo de Gunn, se celebra cada 10 de marzo el Día Nacional para el Reconocimiento de los Proveedores de Abortos. Es también una manera de recordar que el hostigamiento continúa a las puertas de muchas clínicas por todo el país. Esta es la primera conmemoración desde que el Tribunal Supremo derogó en junio el precedente sentado en 1973 por la sentencia Roe contra Wade, que dio protección federal a la interrupción del embarazo hasta el momento de la viabilidad del feto.
El fallo devuelve a los Estados la facultad de legislar sobre el tema. Al menos 18 han decidido prohibirlo o restringirlo severamente. Y en una docena, como Texas y Luisiana, las nuevas leyes amenazan con penas de cárcel de hasta 15 años a los médicos o enfermeras que practiquen abortos fuera de los supuestos permitidos.
En Pensacola ya no queda ningún centro de salud reproductiva en pie, después de que en 2022 cerraran el último. La clausura por orden administrativa llegó tras las denuncias por complicaciones derivadas de la intervención a dos mujeres. Julie Gallagher, abogada del centro, explicó en una declaración escrita que “son dos, y solo dos, casos entre más de 100.000 pacientes atendidos”. La clínica llevaba abierta 45 años, y entró en la historia de las guerras del aborto cuando en 1994 un tipo, al que condenaron a muerte, asesinó a un médico, John Britton, y a un voluntario que escoltaba a las pacientes.
Los noventa fueron los años del plomo de la violencia antiabortista en EE UU. “En esa escalada, tuvo que ver la frustración de los agentes más radicales del movimiento cuando se convencieron de que la vía legal no les iba a funcionar”, considera la historiadora legal Mary Ziegler, autora de varios libros sobre el tema. Los fanáticos mataron a otro médico, Barnett Slepian, en 1998, así como a dos recepcionistas y a un guarda en dos ataques separados. En 2009, George Tiller, que había sobrevivido a otro tiroteo 26 años antes, fue el cuarto y último doctor en morir asesinado. Desde 1977, “11 personas han muerto, entre pacientes, proveedores y voluntarios”, y se han registrado “42 atentados con bomba, 196 incendios intencionados, 491 agresiones y miles de incidentes”, según la National Abortion Federation.
“El asesinato de Gunn fue importante, porque sirvió para humanizar a los especialistas, demonizados por quienes querían hacerlos pasar por asesinos que no practicaban la medicina”, cuenta Ziegler. “También sirvió para sacar a la luz los vínculos de la facción más extrema del movimiento antiabortista con el supremacismo blanco y la ultraderecha”.
“El crimen sirvió para humanizar a los especialistas”, cuenta una experta