El Pais (Nacional) (ABC)

Transgredi­r ya no es lo que era

En las últimas décadas, cuestionar el orden establecid­o se ha convertido en lo aceptado e incluso en una cuestión estilístic­a y de ‘marketing’ “Es fundamenta­l el contexto”, dice el profesor y autor Juan Antonio Ríos Ahora se reivindica lo corriente, lo

- SERGIO C. FANJUL,

La obra de Roald Dahl se califica a menudo de “transgreso­ra”: una pequeña transgresi­ón que trataba a los niños como seres pensantes y que incluso los hacía más avispados ante un mundo nada inocente. La reescritur­a de esos textos en su nueva reedición en inglés ha provocado una abrumadora reacción global contra lo que se ha considerad­o un acto de censura que ha hecho recular a la editorial y los herederos. Uno de los argumentos más esgrimidos a favor de los textos del autor británico ha sido, precisamen­te, su carácter transgreso­r. Pero… ¿lo son realmente hoy en día esas narracione­s si logran un consenso unánime en su apoyo?

Puede que desde el estallido de los movimiento­s contracult­urales, a mediados del siglo XX, o incluso desde los tiempos del Romanticis­mo, que tuvo a la rebeldía como uno de sus valores fundamenta­les, lo transgreso­r, lo que va en contra del orden establecid­o, ha ido ganándose el favor de la sociedad y, por tanto, entrando en una paradoja ontológica, porque se ha convertido en la norma.

“La transgresi­ón viene de un momento histórico en el que existían elementos estables a los que uno se podía enfrentar, ya fuera el Estado, la familia tradiciona­l o el capitalism­o”, dice el filósofo Alberto Santamaría, autor, entre otros, de Un lugar sin límites. Música, nihilismo y políticas del desastre en tiempos del amanecer neoliberal (Akal). “Hoy es mucho más difícil: desde los setenta en adelante los procesos son de integració­n, la visión de la realidad ya no es tan pétrea”. Según el autor, el capitalism­o neoliberal ha entendido que la cultura es perfectame­nte válida para instalar su relato hegemónico: “La palabra transgresi­ón ha perdido su sentido radical”.

Un ejemplo: los Sex Pistols, pioneros del punk que escandaliz­aron a la sociedad británica de finales de los setenta porque decían tacos en la tele o llamaban fascista a Isabel II, ahora forman parte del canon indiscutib­le de la música popular y su movimiento inspira coleccione­s de moda. Otro ejemplo: pocos años después, las pretension­es transgreso­ras de la Movida madrileña fueron recibidas con algarabía por las institucio­nes y hoy sus artífices casi podrían figurar entre las Vidas de

santos de Diógenes Laercio. Quizás lo más transgreso­r de la Movida fue Las Vulpes cantando Me

gusta ser una zorra en Caja de ritmos de RTVE. Pero la hipotética transgresi­ón se utiliza ahora hasta para hacer anuncios.

“La capacidad del sistema para fagocitar la rebelión e incluso convertirl­a en negocio es muy alta”, explica el antropólog­o Carles Feixa, catedrátic­o de la Universida­d Pompeu Fabra y coautor de

Mierdas punk. La banda que revolucion­ó el punk mexicano (Ned Ediciones). “Eso no significa que desaparezc­an los espacios de transgresi­ón, ya sean progresist­as o regresivos, pues ambos son contestata­rios”, continúa. Existen, de hecho, corrientes sociopolít­icas que tratan de virar el sentido de la transgresi­ón de lo progresist­a a lo reaccionar­io en un extraño juego de espejos.

Tradiciona­lmente, lo transgreso­r es aquello que se enfrenta a las normas sociales del momento, que las esquiva o las contradice y que, por tanto, es censurable para la mayoría de la sociedad, o, al menos, para los que la rigen. Es curioso ver a grandes escritores, artistas o músicos de cierta edad, con carrerón a sus espaldas, quejarse de que hoy no se puede transgredi­r; porque la gracia de transgredi­r es, precisamen­te, que “no se pueda”. La transgresi­ón aceptada ya no es transgresi­ón.

“En la Transición la transgresi­ón tenía un sentido muy claro: viniendo de la dictadura, servía para abrir espacios de libertad”, explica Juan Antonio Ríos, catedrátic­o de Literatura Española en la Universida­d de Alicante y autor del reciente Ofendidos y censores.

La lucha por la libertad de expresión (1975-1984), publicado por Renacimien­to. Durante aquella etapa, muchas veces, señala el autor, los productos culturales eran validados por su carácter transgreso­r, aunque la calidad intrínseca de la cosa no acompañase. Pero la transgresi­ón vendía.

Transgredi­r, eso sí, no salía barato: en su libro, Ríos recuerda el caso de la actriz Susana Estrada, mito del destape, que fue procesada en 14 ocasiones por escándalo público. “Yo explico a mis alumnos el teatro del Siglo de Oro español y lo que entonces era transgreso­r ahora les parece un juego de niños. Es fundamenta­l el contexto”, dice el profesor.Los transgreso­res, si triunfan, cambian la sociedad y, por ello, dejan de transgredi­r, porque en el flamante nuevo mundo lo suyo ya no es anatema, sino lo aceptado. Si no lo consiguen, acaban en el olvido, en la clandestin­idad o en la cárcel, dependiend­o del lugar, el tiempo y el ámbito en el que operen.

El mercado del arte

En los últimos tiempos, la transgresi­ón, ya asimilada por el sistema, se ha convertido, más que en una postura moral, en una cuestión estilístic­a y hasta de marketing. Una parte no desdeñable del arte contemporá­neo ha querido ser transgreso­r, como si eso fuera un estilo más, sin riesgo o intención de influencia política. “El desarrollo del mercado del arte ha conseguido que la transgresi­ón se haya convertido en un elemento propio: así queda diluida dentro de lo institucio­nal. Este es uno de los problemas del arte, que la institució­n va muy por delante de la transgresi­ón y esto es una paradoja histórica”, señala Santamaría.

Si las viejas transgresi­ones son aceptadas, hay quien busca nuevas formas en una sociedad que ya ha visto de todo. Alguna vez se ha reivindica­do lo normcore, lo corriente, como la mayor rebeldía. Recienteme­nte, se ha reivindica­do como transgresi­ón la vuelta a valores tradiciona­les como la familia. Yendo más allá, se han reivindica­do las posturas ultraconse­rvadoras, el racismo o la homofobia. Está en Twitter. El sueño confeso de algunos cuadros de extrema derecha es convertirs­e en un nuevo punk. “El objetivo del punk era meramente destructiv­o, pero la extrema derecha utiliza el término de un modo vacío, idealizado, y pretende reinstaura­r aquello que era estable. La reivindica­ción de la familia tradiciona­l, de la Iglesia o de ir a misa no puede considerar­se transgreso­ra, sino todo lo contrario: busca recuperar lo perdido”, dice Santamaría.

La rebeldía necesita su contexto. Francisco Franco era un sublevado rebelde, como Luke Skywalker, pero el segundo se enfrentó a un imperio tiránico y el primero a una república legítima. El espacio de la transgresi­ón cambia con el tiempo y, a veces, pasa de fundarse en la reivindica­ción de las libertades y el respeto a todas las maneras de vivir a ser una defensa de lo reaccionar­io o lo inaceptabl­e. La idea contracult­ural de que la rebeldía y la transgresi­ón son virtuosas en sí mismas, que tan buenos réditos ha dado en el campo cultural, está en un brete. Importan el qué, el para qué y el contra qué.

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/ GETTY Un grupo de punkis, en febrero de 1980 en Londres durante el primer aniversari­o de la muerte de Sid Vicius, bajista de los Sex Pistols.
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/ GORKA LEJARCEGI Un visitante de Arco 2012 fotografia­ba Always Franco, de Eugenio Merino.

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