Transgredir ya no es lo que era
En las últimas décadas, cuestionar el orden establecido se ha convertido en lo aceptado e incluso en una cuestión estilística y de ‘marketing’ “Es fundamental el contexto”, dice el profesor y autor Juan Antonio Ríos Ahora se reivindica lo corriente, lo
La obra de Roald Dahl se califica a menudo de “transgresora”: una pequeña transgresión que trataba a los niños como seres pensantes y que incluso los hacía más avispados ante un mundo nada inocente. La reescritura de esos textos en su nueva reedición en inglés ha provocado una abrumadora reacción global contra lo que se ha considerado un acto de censura que ha hecho recular a la editorial y los herederos. Uno de los argumentos más esgrimidos a favor de los textos del autor británico ha sido, precisamente, su carácter transgresor. Pero… ¿lo son realmente hoy en día esas narraciones si logran un consenso unánime en su apoyo?
Puede que desde el estallido de los movimientos contraculturales, a mediados del siglo XX, o incluso desde los tiempos del Romanticismo, que tuvo a la rebeldía como uno de sus valores fundamentales, lo transgresor, lo que va en contra del orden establecido, ha ido ganándose el favor de la sociedad y, por tanto, entrando en una paradoja ontológica, porque se ha convertido en la norma.
“La transgresión viene de un momento histórico en el que existían elementos estables a los que uno se podía enfrentar, ya fuera el Estado, la familia tradicional o el capitalismo”, dice el filósofo Alberto Santamaría, autor, entre otros, de Un lugar sin límites. Música, nihilismo y políticas del desastre en tiempos del amanecer neoliberal (Akal). “Hoy es mucho más difícil: desde los setenta en adelante los procesos son de integración, la visión de la realidad ya no es tan pétrea”. Según el autor, el capitalismo neoliberal ha entendido que la cultura es perfectamente válida para instalar su relato hegemónico: “La palabra transgresión ha perdido su sentido radical”.
Un ejemplo: los Sex Pistols, pioneros del punk que escandalizaron a la sociedad británica de finales de los setenta porque decían tacos en la tele o llamaban fascista a Isabel II, ahora forman parte del canon indiscutible de la música popular y su movimiento inspira colecciones de moda. Otro ejemplo: pocos años después, las pretensiones transgresoras de la Movida madrileña fueron recibidas con algarabía por las instituciones y hoy sus artífices casi podrían figurar entre las Vidas de
santos de Diógenes Laercio. Quizás lo más transgresor de la Movida fue Las Vulpes cantando Me
gusta ser una zorra en Caja de ritmos de RTVE. Pero la hipotética transgresión se utiliza ahora hasta para hacer anuncios.
“La capacidad del sistema para fagocitar la rebelión e incluso convertirla en negocio es muy alta”, explica el antropólogo Carles Feixa, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra y coautor de
Mierdas punk. La banda que revolucionó el punk mexicano (Ned Ediciones). “Eso no significa que desaparezcan los espacios de transgresión, ya sean progresistas o regresivos, pues ambos son contestatarios”, continúa. Existen, de hecho, corrientes sociopolíticas que tratan de virar el sentido de la transgresión de lo progresista a lo reaccionario en un extraño juego de espejos.
Tradicionalmente, lo transgresor es aquello que se enfrenta a las normas sociales del momento, que las esquiva o las contradice y que, por tanto, es censurable para la mayoría de la sociedad, o, al menos, para los que la rigen. Es curioso ver a grandes escritores, artistas o músicos de cierta edad, con carrerón a sus espaldas, quejarse de que hoy no se puede transgredir; porque la gracia de transgredir es, precisamente, que “no se pueda”. La transgresión aceptada ya no es transgresión.
“En la Transición la transgresión tenía un sentido muy claro: viniendo de la dictadura, servía para abrir espacios de libertad”, explica Juan Antonio Ríos, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Alicante y autor del reciente Ofendidos y censores.
La lucha por la libertad de expresión (1975-1984), publicado por Renacimiento. Durante aquella etapa, muchas veces, señala el autor, los productos culturales eran validados por su carácter transgresor, aunque la calidad intrínseca de la cosa no acompañase. Pero la transgresión vendía.
Transgredir, eso sí, no salía barato: en su libro, Ríos recuerda el caso de la actriz Susana Estrada, mito del destape, que fue procesada en 14 ocasiones por escándalo público. “Yo explico a mis alumnos el teatro del Siglo de Oro español y lo que entonces era transgresor ahora les parece un juego de niños. Es fundamental el contexto”, dice el profesor.Los transgresores, si triunfan, cambian la sociedad y, por ello, dejan de transgredir, porque en el flamante nuevo mundo lo suyo ya no es anatema, sino lo aceptado. Si no lo consiguen, acaban en el olvido, en la clandestinidad o en la cárcel, dependiendo del lugar, el tiempo y el ámbito en el que operen.
El mercado del arte
En los últimos tiempos, la transgresión, ya asimilada por el sistema, se ha convertido, más que en una postura moral, en una cuestión estilística y hasta de marketing. Una parte no desdeñable del arte contemporáneo ha querido ser transgresor, como si eso fuera un estilo más, sin riesgo o intención de influencia política. “El desarrollo del mercado del arte ha conseguido que la transgresión se haya convertido en un elemento propio: así queda diluida dentro de lo institucional. Este es uno de los problemas del arte, que la institución va muy por delante de la transgresión y esto es una paradoja histórica”, señala Santamaría.
Si las viejas transgresiones son aceptadas, hay quien busca nuevas formas en una sociedad que ya ha visto de todo. Alguna vez se ha reivindicado lo normcore, lo corriente, como la mayor rebeldía. Recientemente, se ha reivindicado como transgresión la vuelta a valores tradicionales como la familia. Yendo más allá, se han reivindicado las posturas ultraconservadoras, el racismo o la homofobia. Está en Twitter. El sueño confeso de algunos cuadros de extrema derecha es convertirse en un nuevo punk. “El objetivo del punk era meramente destructivo, pero la extrema derecha utiliza el término de un modo vacío, idealizado, y pretende reinstaurar aquello que era estable. La reivindicación de la familia tradicional, de la Iglesia o de ir a misa no puede considerarse transgresora, sino todo lo contrario: busca recuperar lo perdido”, dice Santamaría.
La rebeldía necesita su contexto. Francisco Franco era un sublevado rebelde, como Luke Skywalker, pero el segundo se enfrentó a un imperio tiránico y el primero a una república legítima. El espacio de la transgresión cambia con el tiempo y, a veces, pasa de fundarse en la reivindicación de las libertades y el respeto a todas las maneras de vivir a ser una defensa de lo reaccionario o lo inaceptable. La idea contracultural de que la rebeldía y la transgresión son virtuosas en sí mismas, que tan buenos réditos ha dado en el campo cultural, está en un brete. Importan el qué, el para qué y el contra qué.