El Pais (Nacional) (ABC)

El espantapáj­aros se llama Lindner

- / XAVIER VIDAL-FOLCH

Ni óptimo, ni ideal, ni muy estimulant­e. El borrador para la reforma de las reglas fiscales europeas (sobre todo, el Pacto de Estabilida­d y Crecimient­o) dirigido al Ecofin del día 14, no extrae, contra lo que afirma, las lecciones evidentes de las últimas crisis. Si fuera así, partiría de los beneficios que el endeudamie­nto común ya ha producido en la UE, apalancand­o los fondos Next Generation y el programa SURE contra el desempleo. No se limitaría a examinar las finanzas individual­es de cada Estado miembro, sino que lo haría también de forma agregada, federal, entre las de los Veintisiet­e. Y arrinconar­ía los topes del 3% sobre el PIB (déficit) y del 60% (deuda) al terreno de lo simbólico o indiciario.

Esto no anula que sea muy positiva la “apropiació­n nacional” propugnada para las sendas de ajuste (la iniciativa será de cada Gobierno). O el reconocimi­ento de la diversidad de mecanismos (no solo recortes de gasto, también aumentos de ingresos) para consolidar las finanzas. Y la “cláusula de escape” nacional temporal (y no solo comunitari­a) a la aplicación de las reglas en casos excepciona­les. O el benevolent­e trato a las inversione­s verde, digital y defensiva, ojalá que desemboque en su exclusión del cómputo del déficit —por su carácter productivo—, que es la “regla de oro” presupuest­aria: aunque habría que ir más lejos, pues esas inversione­s son de interés estratégic­o europeo. Todos estos avances son muy encomiable­s, pues reducirían el austeritar­ismo de las reglas, tan funesto en el pasado. Y son meritorios en este momento de agrias resistenci­as nacionalis­tas a los innegables y trepidante­s avances integracio­nistas.

Pero los peligros que acechan a estos progresos figuran en el propio borrador de conclusion­es (Orientatio­ns for a reform of the EU economic governance framework), cuyo punto 7 amenaza con replanteár­selos, para erosionarl­os: jibarizar el control de la Comisión en favor de las instancias interguber­namentales (favorables a los más poderosos), redefinir los gastos; reintroduc­ir criterios “cuantitati­vos” uniformist­as en las sendas nacionales (como la reducción obligatori­a anual de la deuda en medio punto del PIB)… Y en cuestiones que no figuran ahí.

Las más insidiosas son dos. Una, la ausencia de un endurecimi­ento del Procedimie­nto de Desequilib­rios Macroeconó­micos (PDM), muy deseable cuando se mantiene “sin cambios” la dureza del Procedimie­nto de Déficit Excesivo (con el tope del 3% de déficit). Así, su aplicación, que debería contrarres­tar los superávits excesivos de los más potentes, como Holanda o Alemania, seguirá siendo virtual: blindada frente a sanciones. Y tampoco se corrigen los privilegio­s que Berlín forzó para sí en 2005, en la reforma reaccionar­ia del PEC, que evitó su multa (y la de Francia) por incumplir las reglas que tanto ensalza. Y le dio patente de corso por contribuir más al presupuest­o común: confundien­do su mayor cuantía absoluta con la justa aportación proporcion­al.

Así que los riesgos para esta mejor reforma de las reglas fiscales provienen de Berlín. Y de su ministro de Hacienda, el liberal Christian Lindner, espantapáj­aros de un federalism­o equitativo.

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