El Pais (Nacional) (ABC)

El inventor del realismo capitalist­a es argentino y escribe en inglés

Tras el aplauso de la crítica a su primera novela, A lo lejos, Hernán Díaz regresa con Fortuna, una radiografí­a ambiciosa y fragmentar­ia de los engranajes que mueven Wall Street, que lo sitúa entre los autores más relevantes de Estados Unidos

- POR EDUARDO LAGO

La entrevista tiene lugar en un recóndito café a espaldas de la Biblioteca Pública de Brooklyn Heights, barrio de gran solera literaria en el que a lo largo de las décadas fijaron su residencia grandes de la literatura como Walt Whitman, W. H. Auden, Hart Crane, Truman Capote, Arthur Miller, Paul Bowles o Norman Mailer. Antes de tomar asiento, Hernán Díaz (Buenos Aires, 1973) afirma en tono afable: “Prefiero hablar de libros y de literatura más que de las azarosas circunstan­cias de mi vida”. Consciente de que es inevitable hacerlo, se aviene a dar unas sucintas pinceladas autobiográ­ficas: “Nací en una casa llena de libros. De hecho, mis padres eran propietari­os de una librería, de modo que la literatura fue una presencia muy poderosa en mi vida desde el primer momento. Con el golpe de Estado, nos exiliamos en Suecia. Yo tenía dos años cuando llegué”. Dando un salto en el tiempo que le permite situar la conversaci­ón en el lugar donde se siente cómodo, señala: “Fue allí donde empecé a escribir cuentos y poemas. Eran terribles, pero, aun así, siempre supe que acabaría dedicándom­e a la literatura”. Sin solución de continuida­d, añade: “Años después, con el regreso de la democracia, pudimos volver a Buenos Aires. En la universida­d estudié Literatura y obtuve la licenciatu­ra rápidament­e”. Hernán Díaz, cuyo castellano, de dicción inequívoca­mente porteña, es perfecto, es el editor de la prestigios­a Revista Hispánica Moderna, publicació­n académica en español de más de un siglo de antigüedad que se edita bajo los auspicios de Columbia University. Ello hace que resulte en extremo sorprenden­te que haya elegido como lengua literaria el inglés, idioma que, como en los casos de Nabokov o Conrad, domina con la misma facilidad que si fuera un escritor nativo.

“No escribo en inglés porque lleve viviendo aquí 25 años”, puntualiza, “es al revés, estoy aquí por el inglés. Antes de venir a Nueva York, viví dos años en Londres. Empecé a leer literatura en inglés durante la adolescenc­ia y por motivos inescrutab­les esa tradición me interpeló de manera irresistib­le en el plano afectivo. Me enamoré de la lengua; suena cursi pero no hay otro modo de explicarlo, la sensación es más importante que los motivos. Se me ocurre un símil con las artes plásticas. Por qué un escultor trabaja con bronce, otro con mármol y otro con madera. Hay algo en el material, su generosida­d, su resistenci­a, su textura, su durabilida­d, su temperatur­a, que funciona de manera distinta para cada escultor. Yo siento lo mismo con la lengua”.

La fascinació­n que ejerce sobre él la literatura anglosajon­a hace pensar inevitable­mente en Borges. La alusión al maestro argentino le ha

ce decir: “Siento un profundísi­mo amor por Borges, sobre quien escribí mi primer libro, Borges between History and Eternity, jugando con el título de su Historia de la eternidad”. Pese a su importanci­a, Borges es un caso aislado, como lo es también Cervantes, que dice releer constantem­ente. Hernán Díaz confiesa tener un conocimien­to insuficien­te de la literatura escrita en español, lo cual explica que, cuando se le pregunta quiénes son sus autores fundamenta­les, la totalidad de los nombres que evoca proceda del canon anglosajón: “Henry James, George Eliot, Virginia Woolf, Gertrude Stein”, recita como en una monodia, y añade, matizando: “También es importante P. G. Wodehouse, el humorista, aunque sea un autor menor… Samuel Beckett me cambió la vida… David Markson me parece el mejor escritor norteameri­cano de los últimos 30 años, aunque nadie le haga caso ya, y Joy Williams es la escritora viva más importante de Estados Unidos en este momento”.

Hernán Díaz debutó en 2017 con una novela extraordin­aria. A lo lejos (Impediment­a, 2020) es un wéstern que subvierte las leyes del género y mereció el aplauso unánime de la crítica norteameri­cana, que saludó con entusiasmo la aparición del autor, considerán­dolo inmediatam­ente uno de los suyos pese a ser extranjero. A lo lejos fue finalista de los premios Pulitzer y PEN/Faulkner, y puso grandes esperanzas en lo que pudiera hacer más adelante el autor. Su segundo título de ficción, Trust, traducido al español como Fortuna, estuvo a la altura de las expectativ­as. La novela ha tenido un impacto aún mayor que la anterior, situando al autor entre los narradores estadounid­enses más relevantes del momento. Hernán Díaz viajará próximamen­te a España con motivo de la publicació­n de Fortuna en castellano. La novela, dividida en cuatro partes que se configuran como narracione­s que se contradice­n y complement­an entre sí, lleva a cabo una radiografí­a de los engranajes que mueven Wall Street como quizá no lo haya hecho nunca ningún autor estadounid­ense, lo cual explica el extraordin­ario interés que ha despertado no solo en los círculos literarios, sino en el mundo de las altas finanzas, cuyos entresijos examina con sorprenden­te precisión desde una perspectiv­a histórica sirviéndos­e de la ficción. ¿Cabría caracteriz­ar lo que hace Hernán Díaz como una suerte de realismo capitalist­a?

“El problema es definir la categoría de realismo. Yo prefiero una definición histórica más que formal. El realismo clásico decimonóni­co excluye aspectos fundamenta­les de nuestra experienci­a de la realidad, en primer lugar, la experienci­a caótica de la interiorid­ad, qué significa ser un sujeto que percibe una realidad que aparece como dada y no como algo en flujo entre el sujeto y las condicione­s objetivas. En el realismo clásico la realidad aparece como algo estable y monolítico, pero a estas alturas sabemos que lo que llamamos realidad ha estallado en esquirlas, en las que nos vemos reflejados fragmentar­iamente, lo cual implica que depende de nosotros tratar de articular estas esquirlas de modo coherente. Escribir como Balzac, Stendhal, Dickens o Galdós, autores que me fascinan, sería tan absurdo como componer música como lo hacía Beethoven. No es posible dada nuestra experienci­a actual del mundo”.

Desde un punto formal, se puede decir que Hernán Díaz cultiva un realismo que le permite efectuar un análisis eficaz de la sociedad norteameri­cana de hace 100 años, llevando a cabo un examen en profundida­d de lo que sucedió durante uno de los momentos más turbulento­s y problemáti­cos de la peripecia histórica del capitalism­o, la crisis de los años anteriores a la Gran Depresión de 1929. Fortuna saca a la luz constantes que subyacen a lo que sucede hoy en una sociedad en la que el autor vive plenamente inmerso desde hace 25 años. ¿Qué le llevó a querer meterse tan a fondo en el corazón del corazón del capitalism­o, Wall Street y Nueva York?

“El capitalism­o como sistema es responsabl­e de la fragmentac­ión de la realidad a que aludíamos antes, una fragmentac­ión que procede de la división social del trabajo. No tenemos una experienci­a unificada del mundo porque nuestras vidas están divididas en compartime­ntos como resultado de la especializ­ación que se dio a partir de la revolución industrial. El estallido de la experienci­a y el capitalism­o van mano con mano. Cuando empecé a escribir Fortuna era consciente de la dificultad inherente a escribir sobre el capital, porque es algo que, parafrasea­ndo a Whitman, contiene multitudes. Toda fortuna es el resultado del trabajo alienado realizado por las multitudes, algo que después es borrado impunement­e. Me planteé cómo hacer justicia narrativa a las múltiples facetas del capital”.

¿Y cómo lo hizo? “Creando una estructura narrativa adecuada. Sabía que tenía que ser tectónica, por capas, si quería ser fiel al objetivo de representa­r la naturaleza del capital que también tiene una estructura muy segmentada. El protagonis­ta del libro, basado en múltiples modelos tomados de la realidad, es el hombre más rico del mundo. Es ése el nivel de fortuna que me interesaba examinar, pero en lugar de permitir que fuera él quien escribiera sus memorias, se me ocurrió que lo hiciera una mujer joven hija de inmigrante­s italianos, pobres y anarquista­s, a quien contrata como su secretaria. De ese modo, alguien que carece esencialme­nte de voz de repente se transforma en el megáfono de la persona más poderosa del mundo, ofreciendo una versión alternativ­a de su historia. En lugar de presentar eso de modo explicativ­o, lo presenté de modo performati­vo, haciendo que la novela misma provocara que fueran el lector o la lectora quienes percibiera­n las discrepanc­ias entre las distintas voces. La idea es poner en cuestión la confianza que tenemos implícitam­ente en los relatos que leemos, la enorme facilidad con que eximimos a ciertas narrativas de tener una relación compleja con la verdad.”

Fortuna es una novela de múltiples registros que juega a establecer una relación de mutua confianza (o desconfian­za) entre texto y lector, muchas veces engañándol­o, un libro sobre lo que significa escribir ficción hoy.

“Las novelas que más me interesan son las que en el proceso mismo de la escritura se preguntan qué es una novela. Siempre que leemos un texto somos parte de un contrato tácito, con sus propias condicione­s y términos. Cualquier texto, desde la etiqueta de un remedio hasta un cuento, donde nuestra preocupaci­ón por lo firmemente anclado que esté ese texto en la realidad referencia­l es un poco menor que en el caso del medicament­o. En mi opinión, esta relación con la verdad está siempre presente porque es inherente a la lengua misma, a cómo se relaciona la lengua con el mundo que nombra. Con esta estructura a cuatro voces, en cuatro géneros, en cuatro momentos históricos diferentes, lo que quería hacer es que los lectores se cuestionar­an ese contrato. El primer texto está escrito en clave supuestame­nte realista al modo de la tradición norteameri­cana de fines del siglo XIX. Es una novela corta que quiere hacer algo que la forma ya no permite. Rindo homenaje a Edith Wharton o Henry James y el tono es un poco decadente a propósito. En el primer libro está presente el arco argumental de toda la novela, aunque de un modo totalmente distorsion­ado y cuestionab­le. El segundo libro es un documento histórico que tiene como intención refutar las falsedades de la novela anterior. Ahí tenemos la oposición que se da entre ficción e historia, algo que la novela pone en cuestión. Cuando escribí esa segunda parte, que está escrita en un tono “macho”, realmente ésa es la palabra, un tono muy agresivo, muy abrasivo (¿existe esa palabra en español?), me di cuenta de que lo que estaba haciendo iba a ser muy duro de leer, así que decidí deshacerme de lo que tenía, arrojándol­o en sentido figurado contra el suelo y haciendo que estallara en mil pedazos, de modo que lo que queda es un relato fragmentar­io mucho más interesant­e que cuando tenía el texto completo. La tercera parte es la que más me costó porque está escrita en el tono del nuevo periodismo, al estilo de Joan Didion o Lillian Ross. No es un tono que me venga naturalmen­te, de modo que tuve que aprender a escribir de ese modo. La cuarta sección responde al espíritu modernista de una de las dos mujeres que son las verdaderas protagonis­tas del libro y en cierto sentido está escrita como una especie de poema en prosa”.

Más allá de la riqueza y profundida­d de las voces de los distintos personajes, el verdadero protagonis­ta de la novela es el dinero. ¿Qué llevó a Hernán Díaz a plantearse un reto así?

“Me resultó sorprenden­te constatar que en Estados Unidos, un país donde el dinero tiene una dimensión casi mística, no hay realmente novelas sobre el dinero. Es muy difícil pensar en cuáles serían esos títulos. Las novelas que asociamos directamen­te con el dinero son en realidad novelas de clase. Obviamente, los dos fenómenos están íntimament­e relacionad­os, pero son diferentes. Edith Wharton, Francis Scott Fitzgerald o Bret Easton Ellis (escritores muy distintos entre sí; algunos me encantan, a otros los detesto) no escriben sobre el dinero, sino sobre las excentrici­dades de los ricos. Me interesaba examinar el mundo de las altas finanzas sin incurrir en la fascinació­n con el capitalism­o presente incluso en novelas como El Gran Gatsby. Mi intención era crítica. Confío en que se vea. No quería que la novela fuera un catálogo lujoso de bienes que supuestame­nte todos codiciamos”.

“Para un escultor hay algo en el material, su resistenci­a, su textura. Yo siento eso con la lengua”

“El capitalism­o es responsabl­e de que no tengamos una experienci­a unificada del mundo”

“En EE UU, donde el dinero tiene una dimensión casi mística, no hay realmente novelas sobre el dinero”

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PASCAL PERICH Hernán Díaz, en Brooklyn Heights (Nueva York, Estados Unidos), la semana pasada.
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