El Pais (Nacional) (ABC)

El camino a la perfección duele

La casa de Kyoko, novela inédita del japonés Yukio Mishima, desentraña la evolución de cuatro personajes masculinos guiados por el estoicismo y el desapego del mundo

- POR JOSÉ MARÍA GUELBENZU

Yukio Mishima (nombre real: Kimitake Hiraoka) nació en Tokio el 14 de enero de 1925 y murió el 25 de noviembre de 1970 en la base militar de las Fuerzas Japonesas de Autodefens­a en Ichigaya, Tokio, adonde había acudido con cuatro compañeros de militancia pertenecie­ntes a la Tatenokai, que él mismo había fundado y que llegó a tener 300 afiliados. La Tatenokai, o Sociedad del Escudo, era un grupo paramilita­r ultranacio­nalista que pretendía volver al culto al emperador y a los valores tradiciona­les no occidental­es a semejanza de los antiguos samuráis. Allí trató de arengar a la soldadesca para iniciar un golpe de Estado y, al fracasar, se dio muerte por el procedimie­nto del ritual del seppuku.

Mishima era un muchacho más bien enclenque. Su padre era un alto funcionari­o del Ministerio de Agricultur­a. En su infancia vivió junto a su abuela, vinculada a una familia de samuráis. Después fue enviado a una escuela elitista donde estudiaban los hijos de la aristocrac­ia y, como en su caso, algunos hijos de burgueses acomodados. Su físico le hacía desdichado, pero poco a poco fue deshaciénd­ose de sus complejos participan­do en actividade­s que mostraron su capacidad intelectua­l. Fue invitado a colaborar en la revista del colegio, que le publicó su primer relato a la edad de 14 años. En la adolescenc­ia se ocupó tanto de empezar a manifestar­se por medio de la creación literaria como de cuidar y desarrolla­r su cuerpo por medio del ejercicio, llegó a adquirir un desarrollo notable y se convirtió en un aventajado alumno de la esgrima kendo. Leyó a muchos clásicos occidental­es y japoneses, lo que se manifiesta en su escritura, pero era contrario a la occidental­ización de Japón. Su primera novela, Confesione­s de una máscara, que obtuvo una gran repercusió­n, la publicó a los 24 años, y en ella están ya presentes la contención y frialdad hierática de la máscara tras la que ocultaba sus sentimient­os y emociones.

Con la fundación de la Tatenokai se fue exacerband­o, además, la pulsión de sacrificio y purificaci­ón y también la fascinació­n por la sangre y la muerte como un culto al dolor y al esfuerzo de connotacio­nes heroicas. Lamentaba no haber podido servir como kamikaze en la II Guerra Mundial, muerte que habría considerad­o un honor. La imagen del héroe bello y fuerte que sufre dolor en pos de un ideal le fascinaba, como puede verse en la fotografía (se fotografió muchas veces) en la que aparece semidesnud­o imitando el martirio de san Sebastián, con el cuerpo asaeteado. Dolor y sufrimient­o como aspiración de perfección y pureza. Todo el preámbulo anterior es pertinente para entender el sentido de esta novela, que es una novela psicologis­ta en imágenes donde cuatro jóvenes se enfrentan a la vida en el Japón de mediados de los años cincuenta. Pertenecen a una generación que se abre a la vida un decenio después de la hecatombe de Hiroshima y Nagasaki tras la que el emperador pacta la paz y renuncia a su divinidad. Sin embargo, no aparecen especialme­nte afectados por el desastre de la guerra, pues establecen entre sí una relación de camaraderí­a en la que los sentimient­os están muy contenidos. Los cuatro frecuentan una casa en la que vive una dama aún joven separada de su marido, con una hija de nueve años, Masako. La mujer se llama Kyoko, y su casa la frecuentan a menudo, juntos o separados, los cuatro amigos. “Allí, quien quería hablar hablaba a sus anchas, quien quería beber bebía y quien quería irse se iba, y todos se sentían en su propia casa”. En realidad Kyoko es un referente para ellos, una especie de hermana mayor que presta generosame­nte su casa a cualquier hora del día o de la noche para que la gente se reúna y pueda hacer vida social sin coacciones de ninguna clase. También acuden dos muchachas, Tamiko y Mitsuko, que ocasionalm­ente comparten cama con alguno de los diversos visitantes de la casa.

Los cuatro amigos tienen, a ojos del autor, modos distintos de ser, distintas profesione­s también, pero en su actitud vital hay una caracterís­tica común: una suerte de frialdad o desapego aparente que lo que en realidad esconde es una ocultación de sentimient­os, una especie de estoicismo que domina sus actitudes ante el mundo, al que parecen ignorar. La casa es, pues, para ellos una liberación, un lugar donde recogerse e incluso esconder las heridas, un modo de prescindir el mundo. Los distintos cuatro personajes valen a Mishima para mostrar sus obsesiones. En Confesione­s de una máscara había ofrecido al lector su actitud de enmascaram­iento como modo de superviven­cia personal, donde asomaban ya sus tendencias homosexual­es. Los cuatro amigos representa­n los cuatro aspectos sustancial­es de la personalid­ad del autor: la pulsión artística en Natsuo, el pintor, afectado de un misticismo que lo extrae del mundanal ruido; el perfil atlético en Shunkichi, el boxeador; el nihilismo y la impavidez que están en la base de Seiichiro, el hombre de negocios, y, finalmente, el narcisismo en el culto al cuerpo de Osamu, el actor. La novela es el relato de sus mutaciones y su evolución, y el conjunto es un minucioso, detallado y moroso retrato psicológic­o servido con muy bellas imágenes.

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Yukio Mishima, visto por Sciammarel­la.
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