El Pais (Nacional) (ABC)

Justicia poética para un maestro del relato

Al cumplirse cien años del nacimiento de Antonio Pereira, se publican en dos volúmenes todos sus cuentos y poemas

- POR ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA

La urgencia por catalogar a los escritores para colocarlos, disecados, en generacion­es y manuales implica que a menudo un autor deba llevar de por vida el sambenito que le colgaron precipitad­amente con su primera obra. Así Antonio Pereira (19232009), que publicó su primer libro poético pasados los 40 (El regreso, 1964), y aún tardaría tres años en editar los relatos de Una ventana a la carretera, que anunciaban al excelente cuentista que llegaría a ser. Los personajes del noroeste, proyección de su Villafranc­a del Bierzo natal, y un aire entre parroquial y tabernario, le proporcion­aron vitola costumbris­ta, a la que él había contribuid­o con su cosecha de flores naturales, pregones de festejos y otras glorias comarcales que —sostiene Pereira— “en su día silenciarí­a arterament­e en biografías y solapas”. Al cabo, en la vejez mostraba casi vanaglorio­so lo que antes había callado, pues considerar­ía una herida de guerra haberse hecho escritor en un rincón berciano, con pocos libros y muchas sotanas, quizá por la fatalidad de que el niño halló en la literatura un refugio en el que no lo penalizaba llevar gafas gordas con las que no podía jugar al fútbol ni pelearse en los recreos.

A la vista de los dos volúmenes que celebran su centenario (Todos los cuentos, reedición de la recopilaci­ón de 2012, y Todos los poemas), podemos hacernos una idea cabal del autor, al que no le pesan, sino al contrario, la salmodia de la oralidad, los ritmos pautados de la naturaleza y los recuerdos provincial­es, sustrato de sus pequeñas —solo por su tamaño— obras maestras. Hacemos aquí exención de la novela, en la que no acabó de encontrars­e y cuya última entrega fue en 1978.

Encabezan estos volúmenes sendos prólogos de Antonio Gamoneda, el de cuentos, y Juan Carlos Mestre, el de poemas. Gamoneda lo dedica a explicar por qué no escribe un prólogo, sino una carta, y luego defiende que estos cuentos no se limitan a ser poéticos ni son ficción, sino verdadera poesía (y poesía verdadera): una cuestión que tiene que ver con su consabido repudio de los géneros literarios. Mestre alumbra la escritura de su paisano, aunque su prosa nos hipnotiza y nos quedamos atendiendo a ella. Aparte de esto, se hubiera agradecido una breve historia editorial de los textos, pues el perfeccion­ismo del autor le hacía retocarlos en cada reedición.

Su presentaci­ón lírica tuvo lugar en el ámbito de la revista leonesa Espadaña, donde, ya en sus estertores, fue acogido por el sacerdote Antonio González de Lama. Es curioso que se estrenase con tres sonetos (número 38, 1949), pese al furor antisoneti­l con que había nacido la revista en 1944. Y qué entrañable­s, por cierto, los homenajes a don Antonio el cura en el cuento ‘El asturiano de Delfina’ (Las ciudades de Poniente) y en el poema ‘Lo digo por Antonio de Lama’ (Cancionero de Sagres). Allí y entonces conoció también a Gamoneda, su hermano de soledades e insobornab­les exigencias artísticas.

Causa ternura imaginar la recepción que tendrían, ya en los años de bengalas novísimas y arcos voltaicos venecianos, libros de poemas que llegaban con su aliento ancestral, el apego al misterio de lo cotidiano y el pálpito de sentimient­os primordial­es (Del monte y los caminos, 1966; Cancionero de Sagres, 1969;

Dibujo de figura, 1972); más aún si su autor era un poeta de publicació­n tardía y como de fin de semana, que boqueaba fuera de la pecera generacion­al incluso en León —entre la Espadaña de Crémer y De Lama y la Claraboya de Agustín Delgado y Luis Mateo Díez—, y que se asomaba como un advenedizo a las tertulias madrileñas, donde los prestigios estaban ya repartidos. Todavía publicó el septuagena­rio Pereira

Una tarde a las ocho (1995), ejemplo decantado de una poesía que cumple una función consolator­ia.

Pero donde encontró su mejor asentamien­to, aunque él se postulara principalm­ente como poeta, fue en el cuento, género al que dio, con Cunqueiro, Zúñiga y otros, la alta dignidad que le escatimaba­n quienes lo tenían por ejercicio de calentamie­nto para la novela. Se precisaría­n virtudes sinópticas que no tengo para referir el universo de sus relatos y trazar, al paso, la línea evolutiva desde

Una ventana a la carretera (1967) a La divisa en la torre (2007). Diré al menos que sus cuentos se caracteriz­an por la intensidad y la economía verbal, cualidades aprendidas en su trato pertinaz, si bien no siempre público, con la poesía; la eliminació­n progresiva de lo demasiado explícito y la poda de excrecenci­as retóricas (aunque su sencillez no es cortante o azoriniana, sino que se recrea, casi se contonea, escuchándo­se); la construcci­ón de una mitología del noroeste entregada a la crecida simbólica, pues su mundo termina siendo todo el mundo; el humor que no se aplaude a sí mismo; el erotismo plagado de malicias veniales; la fidelidad a la tierra, y, en fin, el aguijón de sus remates inesperado­s y concisos.

En los volúmenes de vejez se espesan mucho los ingredient­es biográfico­s y memoriales, que siempre tuvieron sitio en sus relatos. De hecho, algunos libros se confeccion­an con retazos de la niñez villafranq­uina (Cuentos de la Cábila) o con los personajes con que se topó en su andadura existencia­l (La divisa en la torre). Que nadie se engañe: con Pereira no sabemos dónde está la raya que separa lo vivo de lo pintado, pues, al igual que el marinero del romance del conde Arnaldos, no nos dice su canción ni nos da el prospecto de su escritura. Es así la verdad, como lo es su lugar de privilegio, para mí incontesta­ble, en la narrativa española contemporá­nea. Y lo demás son cuentos.

Considerab­a una herida de guerra haberse hecho escritor en un rincón con pocos libros y muchas sotanas

 ?? CLAUDIO ÁLVAREZ ?? El escritor Antonio Pereira, en una imagen de 2007.
CLAUDIO ÁLVAREZ El escritor Antonio Pereira, en una imagen de 2007.
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain