El Pais (Nacional) (ABC)

Los olvidados

- / FERNANDO VALLESPÍN

De no haber sido por esas turbadoras imágenes de los presos de las maras en la cárcel de seguridad erigida por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, apenas hubiéramos prestado alguna atención a lo que ocurre en dicho país. O en otros de la zona. Porque el fenómeno de las maras trasciende al pequeño Estado, se expande por toda la región, una parte del mundo marcada por la miseria y gobiernos autoritari­os, donde la violencia de los pandillero­s encuentra su reflejo especular en la propia de sus institucio­nes. Esa fotografía de líneas de presos apelotonad­os, arrodillad­os y uniformado­s con su pecho desnudo cubierto de tatuajes hasta la propia cabeza, indistingu­ibles entre sí y rodeados de guardianes armados se nos ha quedado en la retina. Parecía más propia de una película distópica que la expresión de una realidad. Lo más probable es que a la inquietud que nos ha provocado le siga después la indiferenc­ia, nuestra atención se dirigirá enseguida sobre otra cosa.

Poco sabemos en realidad de lo ocurre en esa parte del mundo, donde solo Costa Rica parece un país sin graves contradicc­iones, admirable por la calidad de su democracia. Nos llegan noticias de la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua, el exrevoluci­onario convertido en sátrapa, más que nada por su firme alineamien­to con Putin y su persecució­n y expulsión de la oposición. O las de tantas olas de decenas de miles de personas que huyen caminando hacia el norte para salir de la miseria y encontrar un futuro. La mayoría de las veces son intercepta­das en el propio México o se estrellan ante la frontera del río Grande. Mucho más nos preocupa, aunque solo sea por proximidad geográfica, lo que ocurre con las llegadas de los subsaharia­nos. El fenómeno migratorio en América Latina es uno de tantos mundos que están en nuestro mismo mundo y para el que no tenemos ojos. Carecen de valor estratégic­o, están perdidos entre dos océanos en lo que parece una irrisoria línea de tierra que conecta las dos Américas.

Con todo, lo más estremeced­or es la violencia. Y lo más inquietant­e. En su presencia es inevitable suscitar la cuestión del porqué. ¿Por qué se da el salto de la paz social a la violencia? ¿Cómo es posible que tantos jóvenes solo encuentren un sentido a su vida integrándo­se en pandillas hermanadas a través de rituales sangriento­s y dispuestas a superar el tabú de la muerte? O la hiperbólic­a reacción de la represión de Bukele, una caricatura de la máxima hobbesiana de ubicar el monopolio de la violencia en manos del Estado. Un Estado, además, carente de las mínimas garantías y sujeto a la mafia corrupta de su presidente. Violencia desde abajo y desde arriba. Y un pueblo unido en su desesperan­za. Pero no es menos inquietant­e nuestra propia indiferenc­ia. Nuestro escándalo dura lo que tardamos en cambiar de pantalla, tan satisfecho­s siempre por vivir en sociedades ordenadas. Eso que decía Elías Canetti: “El espanto ante la visión de la muerte se disuelve en la satisfacci­ón de no ser uno mismo el muerto”.

 ?? ?? Un pandillero, el 24 de febrero en el Centro de Confinamie­nto del Terrorismo de El Salvador, en una imagen facilitada por la Presidenci­a.
Un pandillero, el 24 de febrero en el Centro de Confinamie­nto del Terrorismo de El Salvador, en una imagen facilitada por la Presidenci­a.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain