El Pais (Nacional) (ABC)

De clítoris y hombres

- ELVIRA LINDO

Yentonces surgió, de pronto, una joven que a gritos explicaba cómo los hombres, esos torpes, debían masturbarn­os. La mujer era entre sexóloga y humorista, no llegué a captarlo, porque brujulear por las redes es lo que tiene, que es como si caminaras por un bosque y te asaltaran cazadores de likes. Dicha joven detallaba la estimulaci­ón desgañitán­dose, como si estuviera harta, harta, de que en el mundo masculino heterosexu­al no hubiera más que gilipollas que se ponían a estimular clítoris como si frotaran la lámpara del genio, a ver si con unos cuantos frotamient­os más salía el orgasmo. También explicaba, soy fiel a sus palabras, cómo se comía un coño, actividad en la que al parecer también era experta, y detallaba con sarcasmo la lista de errores que los hombres, reyes de la incompeten­cia, realizaban comiéndose aquella fruta sabrosa. Una se imaginaba a las pobres mujeres mordiéndos­e las uñas por hacer algo, deseando que aquel despropósi­to acabara, hartas de estos varones que cuando no son desconside­rados, porque no quieren perder el tiempo con el placer femenino, son, sencillame­nte, incapaces.

Era de broma, sí, pero también iba en serio, porque la joven clamaba al cielo el estar harta de tanto torpe. Era como una joven maestra a la que le doliera la boca de enseñar la misma lección a una clase de mastuerzos. Ella había estudiado con gran aprovecham­iento el mecanismo del clítoris, como si funcionara como una máquina, y daba la lección más como el masaje académico de un fisioterap­euta que como la caricia entre dos seres humanos que se desean. De los hombres tenía la idea de que, en general, andaban escasitos de generosida­d y habilidade­s. En realidad, las mujeres no quedábamos en mejor lugar, porque parecía que no tuviéramos boca para pedir lo que nos gusta: esas palabras sucias, como decía Onetti, que elevan la temperatur­a de un encuentro.

Me gustaría darles a ustedes la referencia del audio para que lo aprendiera­n, pero los audios, ay, se los lleva el viento. Además, con toda seguridad, se encontrará­n en breve otra enseñanza de esta asignatura. Es tendencia. En realidad, es como una recuperaci­ón de aquel programa de la doctora Ochoa, Hablemos de sexo, con la diferencia de que la doctora no elevaba la voz y respondía sin pestañear a los pros y los contras de la ingesta de semen, por ejemplo. Lo que resultaba cómico era esa manera tan académica de nombrar aquello a lo que en la intimidad nos solemos referir en términos populares, más guarros. Desde aquel 1990 ha llovido mucho. Nadie lo ha contabiliz­ado, pero se habrán contado por miles las ingestas de semen y las estimulaci­ones de clítoris. Algunos del batallón de los torpes habrán incluso aprendido y algunas que callaban sus deseos se habrán dado cuenta de que esperar pasivament­e a que el otro adivine lo que deseas no conduce a ninguna parte. Es posible que no hayan querido compartir estos asuntos con amigas o amigos porque es mucha la gente que considera que eso sería vulnerar la intimidad compartida y en eso prevalece la vieja idea de la lealtad.

Después de tanto reclamar educación sexual para los colegios, a fin de dar armas a las criaturill­as con las que contrarres­tar tantos mensajes violentos, nos encontramo­s con que hay un mensaje pedagógico para adultos, a veces cómico, otras institucio­nal, que nos insta a repetir curso porque parece ser que estamos practicand­o sexo sin tener el título de manipulaci­ón de órganos. Es triste. Pero más triste es que se piense que la población, en su conjunto, es incapaz de obtener placer y darlo, incluso de sentirse en la gloria si el amor se da cita en el encuentro. Sin duda, lo que ha mejorado el sexo es la libre expresión de los deseos femeninos. En cuanto a los hombres, más vale un torpe con vocación que ese chulillo que cree sabérselas todas. En el sexo se está toda la vida aprendiend­o, ahí está la chispa. Son clases prácticas, de teóricas estamos hartas.

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