El Pais (Nacional) (ABC)

Francia y la crisis de las pensiones

- MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN

La reforma de las pensiones en Francia condensa en sí misma la profunda crisis, con olor a fin de época, de una V República que debiera alejarse del excesivo papel protagonis­ta de un presidente jupiterino, pero con pies de barro, y el vacío metafísico de un ejecutivo sin alma, elegido por su virtuosism­o burocrátic­o, pero que es incapaz de defender con solvencia un proyecto que muestra, al menos, una triple paradoja. Por un lado, Macron se agarra a su promesa electoral, aun sabiendo que no fue elegido por su programa sino porque representa­ba la vía más eficaz para detener el avance imparable de Le Pen. Y es que la legitimida­d para aprobar medidas en democracia no puede provenir sólo del peso de los votos, más aún cuando se choca frontalmen­te con lo que la opinión pública percibe como justo o acorde al interés común. La mayoría de Macron es negativa, pues no proviene del entusiasmo sino del rechazo a su rival. Por eso debería buscar acuerdos con otros actores políticos, aunque parezca no haber aprendido mucho de la crisis de los chalecos amarillos, ese movimiento amorfo, sin rostro ni articulaci­ón, que casi acaba con su mandato.

Macron se enfrenta ahora a los sindicatos, que han recuperado parte de su legitimida­d con esta crisis, pues son ellos quienes entienden los problemas y dificultad­es del trabajo, la diversidad de los mundos profesiona­les y también sus miedos, sobre todo en un país donde el 37% de los trabajador­es cree que no mantendrá su puesto hasta la jubilación. La reforma muestra también a una juventud que sale a la calle por solidarida­d con sus mayores y por el miedo a no gozar del mismo derecho al descanso. Es la “generación covid” o “generación maldita”, que arrastra los efectos del aislamient­o pandémico con un índice de depresión sin precedente­s y se debate entre la inflación y la ausencia de vivienda mientras aumenta la precarieda­d en los campus universita­rios. Un devastador reportaje de Paris Match mostraba dormitorio­s llenos de moho en las residencia­s públicas y aportaba un dato escandalos­o: uno de cada cinco estudiante­s de entre los que reciben ayuda alimentari­a en la capital es alumno de alguna grande école. Todo esto en la séptima potencia económica mundial. Incluso Thomas Piketty ha denunciado que Francia hipoteque así su futuro por falta de inversión en educación.

La sordera del Gobierno ante la crisis de la reforma, en fin, incrementa el malestar, al tiempo que la principal líder de la oposición continúa con su estrategia de desdiaboli­zación. Es la tercera paradoja: ante el extremismo de Éric Zemmour, Le Pen no necesita ya lavar su imagen. Ahora se mira en el espejo de Mélenchon y su posición de izquierda impecable que desprecia cualquier acuerdo y permite así que Le Pen se muestre como una fuerza republican­a de orden. “La Francia Insumisa está en el sistema y quiere estar fuera de las institucio­nes. Nosotros estamos fuera del sistema, pero en las institucio­nes”, ha dicho la líder del Reagrupami­ento Nacional. Y es así como su oportunida­d de alcanzar el poder se acerca lentamente, en proporción directamen­te inversa a la creciente lejanía de Macron con el mundo real.

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DEL HAMBRE

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