El Pais (Nacional) (ABC)

La vida en una tienda de campaña en Barcelona

El número de iglús de lona se dispara en el centro de la ciudad. Los indigentes los usan para protegerse del frío y el vandalismo

- A. L. CONGOSTRIN­A,

“En diciembre me compré esta tienda de campaña. Me costó 29,90 euros en el Decathlon. Fueron muchos días de recoger y recoger chatarra hasta que conseguí ahorrar todo ese dinero. Ahora, por la noche, la monto y por la mañana la recojo. Siempre llevo la casa a cuestas”, asegura el sintecho Pedro Cuevas. Tiene 60 años y vive en las calles de Barcelona desde hace cinco. Antes sobrevivía durmiendo sobre cartones pero desde diciembre ha mejorado —según sus propias palabras— “mucho” su situación y se estira cada noche en los porches del paseo de Picasso de la capital catalana en su nueva tienda. Cada día, a las 5.00, se levanta. Recoge sus bártulos dentro de un carrito que un día perteneció a Mercadona y comienza a andar buscando chatarra. “Poco, lo suficiente para ganar tres o cinco euros”, asegura.

Cuevas es una de las 1.050 personas que, según el Ayuntamien­to, cada día duermen a la intemperie en la ciudad (la Fundación Arrels, que trabaja con personas sin hogar, eleva la cifra a 1.231). El Consistori­o y las entidades que ayudan a las personas sin hogar conocen la grave situación que se concentra en la capital catalana. Además de las personas durmiendo al raso hay otras 650 que lo hacen en locales ocupados o pequeños asentamien­tos (865, según Arrels) y 2.803 en albergues y equipamien­tos (en esta última cifra no hay discrepanc­ia).

La comisionad­a de Acción Social del Ayuntamien­to de Barcelona, Sonia Fuertes, admite que pese a que han incrementa­do de 27 a 43 millones las partidas para equipamien­tos, cada vez se llenan más camas con indigentes. “Barcelona es la ciudad de Cataluña con más recursos para luchar contra el sinhogaris­mo. Además, empadronam­os a sintecho, algo que muchos municipios incumplen”, denuncia Fuertes. Sin padrón, no pueden acceder a servicios básicos y, de no tener papeles, les sirve para acreditar los tres años mínimos para demostrar arraigo y obtener un permiso de trabajo. “Estamos muy solos”, lamenta Fuertes.

Las tiendas de campaña cada vez son más visibles, sobre todo en el centro y en el parque de la Ciutadella. Algunos agentes de la Guàrdia Urbana aseguran que la directriz es “hacer un poco la vista gorda”, ya que los que viven en tiendas de campaña “no están cometiendo delitos”. Cuando la situación “se va de madre”, se desmantela­n los campamento­s, “siempre en coordinaci­ón con los servicios sociales” y, a veces, se retiran las tiendas. Uno de los últimos desalojos fue la semana pasada en uno de los muros del cementerio de Poblenou y afectó a una docena de personas y sus tiendas.

Para Pedro Cuevas la vida es sinónimo de superviven­cia. Nació hace 60 años en una barraca de la montaña de Montjuïc, sobrevivió, trabajó en la construcci­ón, estuvo preso en Perú, volvió a Barcelona y se pagó una habitación hasta que se quedó sin trabajo y volvió a la calle. “Había visto a compañeros con la tienda de campaña y me pareció una buena idea para el frío y, sobre todo, para protegerme de los borrachos que te lanzan botellas cuando ven a alguien durmiendo en el suelo”, admite. El martes Cuevas tenía visita: Walter Piccardi, otro sintecho de 60 años que aterrizó en 2010 en Barcelona procedente de Italia. Vivió más de una década en la calle. “Yo nunca tuve una tienda. Me construía cabañas con cartones pero creo que la solución de Pedro es mucho mejor”, advierte. Hace pocos meses Piccardi accedió a un piso de una ONG. “Ahora es cuando he visto la luz”, comenta. Cuevas le escucha mientras apura un café que le han regalado en un bar. “Yo solo espero poder tener una paga cuando cumpla los 65. A ver si así puedo alquilar una habitación”, se esperanza.

En el parque de la Ciutadella hay varias tiendas de campaña, una docena concentrad­a en las puertas. “Somos africanos y nadie nos da ni trabajo, ni comida, ni sitio donde dormir. Algo tenemos que hacer”, cuenta un joven guineano del campamento, donde temen dar su identidad. No tienen papeles pero están empadronad­os. “Hay que sobrevivir hasta conseguir el arraigo”, admite uno, que afirma que se ha acostumbra­do a “pasarlo mal”: él sobrevivió al incendio en una nave okupada de Badalona en 2020, con cuatro migrantes muertos y 25 heridos. “A veces viene la policía y nos echa pero al rato volvemos a acampar”, ríe otro.

Protegidos

A unos metros, en un tramo de las escaleras de la del parque, duermen en el interior de una tienda el marroquí Hicham, de 42 años, y Mahfoud un saharaui de 26. Llevan solo unos meses en la calle. “Somos peluqueros y nos conocimos en este parque. Nos caímos bien y decidimos vivir juntos”, explica Hicham. Critican que muchas veces la policía les hace plegar la tienda pero dentro de ella se sienten protegidos del frío. “No recogemos chatarra. Eso no es un trabajo”, defiende Mahfoud. El saharaui muestra orgulloso su mejor pertenenci­a: una alfombra sobre la que reza varias veces al día. “Necesitamo­s que pasen tres años, acreditar el arraigo y poder trabajar”, mantiene Hicham. Van casi a diario a la mezquita del Raval y allí se duchan y sobreviven con poco dejando pasar el tiempo. “Esta tienda nos costó 70 euros porque es de tres personas. ¿Has visto qué grande es?”, se enorgullec­e Hicham.

Ferran Busquets es el director de Arrels: “No conozco estudios sobre la proliferac­ión de tiendas de campaña en las ciudades pero es un síntoma de la cronificac­ión de algunas personas en la calle. La media que un sintecho está en la calle en Barcelona es de cuatro años y cuatro meses”, denuncia. “Esto solo se arregla con trabajo y vivienda. El 70% de las personas que viven en la calle son migrantes. Vienen a trabajar y como se les impide el acceso acaban recogiendo chatarra y esperando una regulación”, mantiene Busquets.

A las 20.00 del pasado martes, Pedro Cuevas regresó con su carrito del Mercadona y comenzó a montar su tienda junto a la persiana de un establecim­iento cerrado. Señala dentro del parque: “A mí no me gusta dormir allí dentro. Es peligroso y te pueden robar”. A las cinco de la madrugada ya estará despierto y preparado para recoger. Después irá de aquí para allá recolectan­do hierros entre contenedor­es de basura.

“Hay que sobrevivir hasta conseguir arraigo”, explica un joven migrante

“Estamos muy solos”, critica la titular de Acción Social municipal

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/ GIANLUCA BATTISTA Tienda de campaña en el Parc de la Ciutadella, el martes.
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/ G. B. Un hombre junto a sus pertenenci­as el martes en el Passeig de Picasso, cerca del Parc de la Ciutadella. Al lado, Pedro y Walter en un banco de esa misma vía.
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