“Gracias a mis supercélulas, mi vida ha cambiado por completo”
El caso de Victoria Gray, curada con edición genética, muestra las posibilidades de las terapias CRISPR
Hace más de cuatro años, la estadounidense Victoria Gray recibió una llamada que le cambió la vida. Era su hematólogo, que le ofrecía entrar en un ensayo clínico con un medicamento experimental. Gray, de 37 años, tiene anemia de células falciformes, la enfermedad genética más frecuente del mundo. Cada año nacen unos 300.000 bebés con esta dolencia provocada por una mutación que hace que los glóbulos rojos no sean redondos, sino en forma de media luna. Estas células se atascan en los vasos y provocan un dolor paralizante por todo el cuerpo, daños crónicos en muchos órganos y un gran riesgo de morir de un infarto cerebral. A Gray le dieron siete años de vida al nacer.
Durante la gestación, el gen que domina la producción de hemoglobina, la proteína que transporta el oxígeno por la sangre, funciona a la perfección. Pero tras el nacimiento, ese gen se apaga y comienza a funcionar otro que producirá hemoglobina durante el resto de la vida; y es ese el que tiene la mutación que provoca la enfermedad.
En julio de 2019, Gray se convirtió en la primera paciente que recibía una nueva terapia para su enfermedad basada en la edición genética con CRISPR. Esta revolucionaria tecnología inventada en 2012 permite corregir errores en el libro de instrucciones de 3.000 millones de letras de ADN que componen el genoma de un ser humano. El nuevo tratamiento consistió en extraer células madre sanguíneas de la médula ósea de Gray, aislarlas en el laboratorio y usar las tijeras moleculares de CRISPR para cortar su genoma justo en la posición del gen BCL11A. Este es el interruptor que apaga la producción de hemoglobina fetal tras el nacimiento. Automáticamente, las células repararon el corte en el genoma uniendo sus extremos de nuevo, pero el gen había quedado inhabilitado. En este momento llegó lo más duro: matar todas las células sanguíneas enfermas de la médula ósea de la paciente con quimioterapia. Luego los médicos trasfundieron a la mujer sus células editadas. En unas semanas, una nueva generación de glóbulos rojos cargados de hemoglobina fetal sana anidó y se multiplicó por su organismo.
Casi cuatro años después, Gray siente que tiene una nueva vida por delante. “Ya no siento dolores ni me han tenido que ingresar en el hospital, cuando antes me tocaba cada pocos meses”. Por primera vez se ve capaz de cuidar de sus cuatro hijos sin ayuda y de buscar un trabajo a jornada completa.
Esta semana Gray acudió a explicar su caso en el III Congreso Internacional de Edición del Genoma Humano, celebrado en Londres. Cientos de expertos en el campo se levantaron de sus asientos y le rindieron una cerrada ovación tras su intervención. “Gracias a mis supercélulas”, explicó con la voz casi rota, “mi vida ha cambiado por completo”. Es lo más parecido a una curación que se ha visto desde que se descubrió esta enfermedad, hace 113 años.
El continente africano
Decenas de personas en varios países han participado en los ensayos clínicos con esta terapia, desarrollada por las farmacéuticas Vertex y CRISPR Therapeutics. Y hay en camino varias similares contra la anemia falciforme y la betatalasemia, otra dolencia sanguínea de origen genético que condena a recibir transfusiones de por vida. Se espera que estos fármacos se aprueben en Estados Unidos este año y que un tiempo después lleguen a Europa.
Estos tratamientos estarán entre los más caros del mundo. Su precio rondará los tres millones de dólares —2,8 millones de euros— a lo que hay que sumar el coste de varios meses de ingreso hospitalario, transfusiones, quimioterapia. Es muy dudoso que un producto así llegue donde se dan más del 90% de casos de anemia falciforme: África y la India, con al menos seis millones de enfermos, aunque otras estimaciones calculan más de 20 millones. En todo el continente africano, solo tres países tienen la infraestructura necesaria para aplicar estas nuevas terapias: Nigeria, Tanzania y Sudáfrica. También es difícil pensar cómo llegarán estos tratamientos a muchos pacientes de países desarrollados, en especial aquellos donde no hay sanidad universal. Gray, por ejemplo, teme por sus futuros nietos, que podrían heredar la enfermedad. “Yo espero que estas terapias tan caras puedan ser más asequibles para ayudar a gente como yo. Si no, ¿qué sentido tiene haberlas desarrollado?”, explica.
El médico e investigador de la Universidad de Stanford (EE UU) Matthew Porteus fue uno de los primeros en demostrar que la edición genética corrige suficientes