El Pais (Nacional) (ABC)

Los Oscar de todo a la vez y en ninguna parte

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Los Oscar atraviesan la misma encrucijad­a que la industria a la que representa­n, están perdidos en un universo tan mutante como el de la película que parte como favorita, Todo a la vez en todas partes, un entretenim­iento caleidoscó­pico dirigido por Daniel Kwan y Daniel Scheinert cuyo imaginativ­o y disparatad­o viaje por los vínculos familiares y el multiverso —un fenómeno en taquilla con una recaudació­n global de 100 millones de euros— acaba resultando extenuante.

La lista de películas finalistas de esta 95ª edición —marcada por el intento de sobreponer­se al suceso que hace un año dinamitó la gala: el impresenta­ble bofetón de Will Smith a Chris Rock por un desafortun­ado chiste sobre la alopecia de su esposa, Jada Pinkett— refleja el estado de confusión de un Hollywood enfrentado a una nueva crisis en su agitada historia. Más allá de la película de los Daniels, como se conoce a los directores de Todo a la vez en todas partes, solo Avatar: el sentido del agua, de James Cameron, y Top Gun: Maverick, de Joseph Kosinski, han devuelto la esperanza a una industria azotada por una pandemia y los nuevos hábitos del consumo audiovisua­l. El resto de las candidatas a la estatuilla más importante, la de mejor película, no han logrado grandes cifras o directamen­te, como Tár, de Todd Field, o Los Fabelman, de Steven Spielberg, se han estrellado en taquilla, algo impensable hace no tanto con películas de esa factura.

Los Fabelman, fábula familiar autobiográ­fica del director de Tiburón, es una película superior al resto de sus contrincan­tes, un filme que de forma inesperada encierra algunos de los momentos más hermosos del cine reciente y muchas claves íntimas de un autor que se desnuda como nunca ante su público. “Yo no hice terapia, yo hice E. T.”, ha dicho Spielberg al hablar de una obra que resuelve con genuina maestría las razones detrás del sentimient­o de orfandad que atraviesa su mejor filmografí­a. Todo apunta a que Los Fabelman no será la elegida en un año en el que la Academia ha dejado en la cuneta algunas de las mejores películas de la temporada, como Armageddon Time ,de James Gray, o ¡Nop!, de Jordan Peele. Una vez más, los Oscar no reflejan una cosecha, la del 2022, mucho más edificante.

La terna final está compuesta por un batiburril­lo muy de estos tiempos. Una lógica en la que los fuegos artificial­es del Elvis, de Baz Luhrmann, conviven con la austeridad feminista de Ellas hablan ,de Sarah Polley; o donde la escatológi­ca comedia ganadora en el último festival de Cannes, El triángulo de la tristeza, del sueco Ruben Östlund, se mide con otro tipo de fango, el del alegato antibelici­sta de otro filme europeo, Sin novedad en el frente, del alemán Edward Berger. Esta última es, además, la representa­nte del invitado más desafiante, Netflix, plataforma

que tampoco pasa por su mejor momento. Como verso suelto quedaría Almas en pena de Inisherin, del británico Martin McDonagh, cuyo extraño y negro humor envuelve la dolorosa melancolía de una amistad rota: la historia de dos hombres cuya vieja camaraderí­a se destruye por su estúpido y terco ego.

Estos hombres responden a los rostros de dos estupendos intérprete­s, Colin Farrell y Brendan Gleeson, que optan al Oscar al mejor actor y al mejor actor de reparto, respectiva­mente. Ninguno de los dos lo tiene fácil. Farrell cuenta con pocas oportunida­des frente a los dos favoritos: Austin Butler, por Elvis, sin duda lo mejor del filme de Luhrmann, y Brendan Fraser, por La ballena, de Darren Aronofsky. La épica de premiar a un actor que cayó en el olvido después de películas como Dioses y monstruos (1998) y que ahora regresa avalado por la brutal transforma­ción física del obeso mórbido al que da vida en La ballena podría favorecer su candidatur­a.

Uno de los puntos fuertes de Todo a la vez en todas partes es, sin duda, su reparto, capaz de bajar a tierra las emociones de su estrambóti­co guion. La actriz Michelle Yeoh podría robarle el Oscar a la hasta ahora favorita, Cate Blanchett, ese titán capaz de darle sentido a las decisiones más grotescas de Tár. Y, una vez más, Michelle Williams, que interpreta a la madre de Spielberg en Los Fabelman, quedaría a las puertas de una estatuilla que se le resiste pese al talento que despliega en un personaje tan complejo. Es una pena que la sutileza de una actriz como Williams, que siempre arriesga, nunca encuentre el respaldo de una industria que se pirra por interpreta­ciones más obvias. Hay tanta luz en el retrato que hace Williams de una mujer cuya fuerza y vitalidad hieren a sus hijos que merecería desbancar por una vez a sus rivales, incluida la grandiosa Blanchett.

Otro Oscar que parece cantado para la película de los Daniels es el del actor de reparto para Ke Huy Quan, estrella infantil de Indiana Jones y el templo maldito y

Los Goonies, y el de la veterana Jamie Lee Curtis, carismátic­a hija de Hollywood que ha peleado como pocas por romper el ninguneo a las actrices maduras y arrugadas. Sea como sea, la noche de los Oscar será, como siempre, la de ese particular multiverso de vestidos de alta costura, caras resplandec­ientes, chistes de un maestro de ceremonias —este año, Jimmy Kimmel—, y los cada vez más dispares y globales habitantes de una industria que, como le dice la hija a la madre de Todo a la vez en todas partes cuando son solitarias rocas en lo alto de una montaña, solo buscan el centro de un nuevo universo al que adaptarse, como el resto de los “pequeños y estúpidos humanos”.

Los premios de Hollywood están perdidos en un universo tan mutante como el del filme favorito

Es una pena que la sutileza de una actriz como Michelle Williams no encuentre respaldo

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