“Sueño la foto y la persigo”
Está apuradísima. Una tendinitis de hombro, peaje de décadas de acarrear cámara y maleta, la tiene baldada y lamenta no estar “fina”. Viene de los carnavales de Miguelturra, en Ciudad Real, empeñada en ilustrar cómo ha cambiado el paisaje y el paisanaje desde su mítica España oculta. Estamos en su piso del barrio de Salamanca de Madrid, presidido por fotos de danzantes en la fiesta Holi de la India. Antes de invitarnos a comer, nos muestra un vídeo de Entre el cielo y la tierra, una colección de estampas de gente celebrando la vida, la muerte, la fiesta, la fe y el sexo, y una no puede evitar que le caigan lagrimones.
¿No llora al hacer las fotos?
Muchísimo. Antes, durante y después de disparar. Me meto tanto en la escena que no pasa el tiempo. A veces, me han dicho que entro en trance, que estoy poseída. Solo sé que soy muy feliz.
¿Fue una niña observadora?
Éso decían mis padres. Éramos siete hermanos. Yo era la de en medio, estaba en tierra de nadie, leyendo, dibujando. Era terca e independiente. Siempre tuve clara mi vocación artística.
Se dice enamorada de la belleza. ¿Cuál fue su primer flechazo?
De niña, me deslumbró la Alhambra. Luego, vi bailar a Antonio Gades y me enamoró el sentimiento. La belleza del ser humano es lo que más me ha impresionado. La fe, la bondad, la capacidad de entenderte sin palabras.
¿Ve la bondad por el objetivo?
Sí. En las fiestas y ritos he visto a héroes. También a cobardes. Todo está en los ojos de la gente. He visto tantos que he aprendido a leerlos. La maldad también se ve, pero la bondad me ayuda a vivir.
¿No retrata a los malos?
Los quiero lejos de mí. Pero sí los he retratado. Es una forma de castigarlos. Pocas veces pido publicar, no soy fotoperiodista, pero cuando he visto el mal he hecho lo posible por hacerlo visible para que se sepa quiénes son.
¿A estas alturas, hace lo que quiere o lo que le encargan?
Hace tiempo que escojo lo que hago, pero para poder hacerlo he tenido que trabajar muchísimo.
Es académica de Bellas Artes desde 2006, pero aún no ha leído el discurso. ¿Se hace de rogar?
Ay, qué apuro. Pido disculpas. Lo mío no es hablar, ni escribir. Soy fotógrafa porque quiero contar cosas y he suplido mis carencias con la cámara. Ha sido mi llave al mundo y mi lengua propia, y creo que se me entiende.
Algo de inglés sabrá...
Entre 40 y 100 palabras. Con eso me he entendido. Y con los ojos. En Haití me dijeron: “Eres diferente. No te damos asco. Nos tratas como a personas”. Creo que eso me abre puertas y almas.
Durante décadas, sería la única mujer en según qué sitios.
Sí, me llamaban “la chica sin dueño”. Me preguntaban lo primero a qué hombre pertenecía. Nunca usé las armas de mujer. Algún colega no lo entendía.
¿Vivió situaciones de peligro?
Alguna. En España, haciendo autoestop, tuve que salir por piernas. He aprendido a tener valor.
Usted ha visto gente muy diversa. ¿Somos todos iguales?
Estoy convencida. Nos diferencian la geografía, la religión, la economía y la política. Pero como seres humanos somos iguales, tenemos las mismas alegrías, las mismas tristezas, los mismos miedos y necesitamos lo mismo.
¿Qué necesitamos?
Aparte de tener las necesidades básicas cubiertas, vivir en paz, con dignidad y libertad.
¿Edita mucho?
Muchísimo. De 1.000 fotos, me valen, como mucho, 10.
¿Ha hecho su foto soñada?
Me encanta porque yo sueño la foto, la persigo sin ahorrar energía ni peligro ni complicidad, y la muestro en su mayor hermosura.
¿Qué le parece ver a la gente fotografiarlo todo con el móvil?
Hay ansiedad de protagonismo. No está mal, pero se está abusando. Te quita personalidad, libertad y esencia. Si tengo un admirador, estoy contenta porque soy como quiero, no como se lleva.
Yendo de fiesta en fiesta, se lo habrá pasado bomba en la vida.
Lo he intentado, escojo a mis amigos y mis reportajes, soy selectiva para no llevarme desengaños y disfrutar de lo que pasa. He asimilado que no soy la Venus de Milo, que hay que conformarse con lo que tienes y disfrutarlo.
¿Qué edad tiene por dentro? Me quedé en los taitantos, como Lina Morgan. Seré vieja el día que no tenga ilusiones. Estoy deseando curarme la tendinitis para salir y, aunque no me cure, saldré: las cosas no te esperan.