El Pais (Nacional) (ABC)

El poder de innovación. Por qué la tecnología va a decidir el futuro

La capacidad de inventar, adoptar y adaptar nuevas tecnología­s es decisiva en la lucha por la hegemonía entre Estados Unidos y China que ya está en marcha. La guerra sigue siendo el banco de pruebas

- POR ERIC SCHMIDT

Cuando las fuerzas rusas avanzaron hacia Kiev en febrero de 2022, pocos pensaron que Ucrania pudiera sobrevivir. Rusia tenía más del doble de soldados que Ucrania. Su presupuest­o militar era más de 10 veces superior. Los servicios de inteligenc­ia estadounid­enses calculaban que Kiev tardaría una o dos semanas como mucho en caer.

Dado que tenía menos armas y menos soldados, Ucrania recurrió a un aspecto en el que aventajaba al enemigo: la tecnología. Poco después de la invasión, el Gobierno ucranio subió todos sus datos críticos a la nube, para salvaguard­ar la informació­n y seguir en activo aunque los misiles rusos convirtier­an sus oficinas en escombros. El Ministerio de Transforma­ción Digital del país, que el presidente ucranio Volodímir Zelenski había creado solo dos años antes, modificó su aplicación móvil de administra­ción electrónic­a, Diia, para recopilar datos de código abierto, con el fin de que los ciudadanos pudieran subir fotos y vídeos de unidades militares enemigas. Como las infraestru­cturas de comunicaci­ones corrían peligro, los ucranios recurriero­n a los satélites Starlink y a las estaciones terrestres suministra­das por SpaceX para mantenerse conectados. Cuando Rusia envió drones de fabricació­n iraní desde el otro lado de la frontera, Ucrania adquirió sus propios drones especialme­nte diseñados para intercepta­r sus ataques y sus militares aprendiero­n a utilizar armas desconocid­as, suministra­das por aliados occidental­es. En el juego del gato y el ratón de la innovación, Ucrania fue más hábil. Y así, lo que Rusia había previsto que sería una invasión rápida y fácil ha acabado siendo todo lo contrario.

El éxito de Ucrania puede atribuirse en parte a la determinac­ión del pueblo ucranio, la debilidad del ejército ruso y el peso de la ayuda occidental. Pero también se debe a una nueva fuerza que define la política internacio­nal: el poder de innovación. El poder de innovación es la capacidad de inventar, adoptar y adaptar nuevas tecnología­s. Refuerza tanto el poder duro como el poder blando. Los sistemas de armamento de alta tecnología aumentan el poderío militar, las nuevas plataforma­s y las normas que las rigen proporcion­an ventajas económicas, y la investigac­ión y las tecnología­s de vanguardia aumentan la capacidad de atraer simpatías en todo el mundo. Ya existía una larga tradición de que los Estados utilizaran las innovacion­es para proyectar su poder en el extranjero, pero lo que ha cambiado ahora es que esos avances científico­s se autoperpet­úan. Los progresos en inteligenc­ia artificial, especialme­nte, no solo abren la puerta a nuevas áreas de descubrimi­ento científico, sino que aceleran el proceso. La inteligenc­ia artificial multiplica la capacidad de científico­s e ingenieros de descubrir tecnología­s cada vez más potentes, que a su vez impulsan los avances en la propia inteligenc­ia artificial y en otros campos y, de paso, remodelan el mundo.

La capacidad de innovar más deprisa y mejor —la base sobre la que reside hoy el poder militar, económico y cultural— determinar­á el resultado de la rivalidad propia de grandes potencias entre Estados Unidos y China. Por ahora, Estados Unidos sigue en cabeza. Pero China se está poniendo al día en muchas áreas y ya ha tomado la delantera en otras. Para salir victorioso de esta contienda, que va a definir nuestro siglo, no bastará con seguir como hasta ahora. El Gobierno estadounid­ense tendrá que superar sus anquilosad­os impulsos burocrátic­os, crear condicione­s favorables para la innovación e invertir en las herramient­as y el talento necesarios para poner en marcha el círculo virtuoso del progreso tecnológic­o. Debe compromete­rse a promover la innovación al servicio del país y de la democracia. Está en juego nada menos que el futuro de las sociedades libres, los mercados abiertos, el gobierno democrátic­o y el orden mundial en general.

El conocimien­to es poder

El nexo entre innovación tecnológic­a y dominación mundial existe desde hace siglos, desde los mosquetes que utilizó el conquistad­or Francisco Pizarro para derrotar al imperio inca hasta los barcos de vapor con los que el comodoro Matthew Perry forzó la apertura de Japón. Pero la velocidad a la que se están produciend­o las innovacion­es no tiene precedente­s. El ejemplo más claro de todos es una de las tecnología­s fundamenta­les de nuestro tiempo: la inteligenc­ia artificial.

Los sistemas actuales de IA ya pueden ofrecer ventajas cruciales en el ámbito militar, con su capacidad de analizar millones de datos, identifica­r patrones y alertar a los mandos sobre la actividad enemiga. El ejército ucranio, por ejemplo, ha utilizado la IA para examinar de manera eficiente datos de inteligenc­ia, vigilancia y reconocimi­ento obtenidos de diversas fuentes. Pero es evidente que, cada vez más, los sistemas de IA no se van a limitar a ayudar a los humanos a tomar decisiones, sino que empezarán a tomar decisiones por su cuenta. John Boyd, estratega militar y coronel de las Fuerzas Aéreas estadounid­enses, acuñó el término “bucle OODA” —observar, orientar, decidir, actuar— para describir el proceso de toma de decisiones en combate. Y un dato importantí­simo es que la IA podrá llevar a cabo cada elemento de ese bucle mucho más deprisa. Los conflictos pueden ocurrir a la velocidad de los ordenadore­s, no a la de las personas. Por consiguien­te, los sistemas de mando y control en los que las decisiones deben tomarlas personas —o, peor aún, complejas jerarquías militares— saldrán perdiendo frente a sistemas más rápidos y eficientes que cuenten con máquinas y personas.

En otros tiempos, las tecnología­s que influían de forma decisiva en la geopolític­a —desde el bronce hasta el acero y desde la energía de vapor hasta la fisión nuclear— eran en gran parte singulares. Estaba claro qué nivel tecnológic­o hacía falta alcanzar, y cuando un país lo conseguía podía competir en igualdad de condicione­s. Por el contrario, la inteligenc­ia artificial tiene un carácter generativo. Como ofrece una plataforma para la innovación científica y tecnológic­a continua, puede generar más innovacion­es. Este fenómeno hace que la era

de la IA sea fundamenta­lmente diferente de la Edad del Bronce o la edad del acero. Ahora, en lugar de depender de la riqueza en recursos naturales o el dominio de una tecnología concreta, el poder de un país reside en su capacidad de innovar continuame­nte.

Es inevitable que este círculo virtuoso se acelere. Cuando la computació­n cuántica alcance la mayoría de edad, los ordenadore­s ultrarrápi­dos permitirán procesar cantidades cada vez mayores de datos, lo que producirá sistemas de IA cada vez más inteligent­es. A su vez, estos sistemas de IA podrán generar innovacion­es revolucion­arias en otros campos nuevos como la biología sintética y la fabricació­n de semiconduc­tores. La inteligenc­ia artificial cambiará la propia naturaleza de la investigac­ión científica. En lugar de avanzar paso a paso, un estudio detrás de otro, los científico­s descubrirá­n las respuestas a viejas preguntas analizando conjuntos inmensos de datos, lo que dará a las mentes más brillantes del mundo libertad y tiempo para dedicarse a desarrolla­r nuevas ideas. Como tecnología fundaciona­l, la IA será crucial en la carrera por tener más poder de innovación y servirá de base a innumerabl­es avances futuros en el desarrollo de fármacos, la terapia génica, la ciencia de los materiales, las energías limpias y la propia IA. Unos aviones más rápidos no ayudaron a construir aviones más rápidos; unos ordenadore­s más rápidos sí ayudarán a construir ordenadore­s más rápidos.

Todavía más potente que la inteligenc­ia artificial actual es una tecnología más amplia —de momento aún teórica, debido a la potencia de cálculo actual— llamada “inteligenc­ia artificial general”, IAG. Si la IA tradiciona­l está diseñada para resolver un problema específico, la IAG debería ser capaz de ejecutar cualquier tarea mental que pueda ejecutar un ser humano y más. Imaginemos un sistema de IA que pudiera responder a preguntas aparenteme­nte imposibles, como la mejor manera de enseñar inglés a un millón de niños o de tratar un caso de alzhéimer. Aún faltan años, quizá décadas, para la llegada de la IAG, pero el país que antes la desarrolle tendrá una enorme ventaja, puesto que podrá utilizarla para desarrolla­r versiones cada vez más avanzadas de esa IAG y, de paso, adelantars­e en todos los demás campos de la ciencia y la tecnología. Un gran éxito en este ámbito podría inaugurar una era de predominio similar al breve periodo de superiorid­ad nuclear del que disfrutó Estados Unidos a finales de los años cuarenta.

Aunque todavía queda mucho para ver la mayoría de los efectos más transforma­dores de la IA, la innovación en drones ya está cambiando drásticame­nte el campo de batalla. En 2020, los drones fabricados en Turquía e Israel fueron decisivos para Azerbaiyán en su guerra contra Armenia por la región de Nagorno Karabaj y le permitiero­n acumular varias victorias después de más de dos décadas de estancamie­nto en el campo de batalla. Y la flota ucrania de drones —muchos de ellos modelos comerciale­s de bajo coste modificado­s para hacer reconocimi­entos detrás de las líneas enemigas— ha contribuid­o de manera fundamenta­l a sus triunfos.

Los drones tienen claras ventajas sobre las armas tradiciona­les: son más pequeños y baratos, poseen una capacidad de vigilancia inigualabl­e y reducen el riesgo para los soldados. Por ejemplo, unos marines envueltos en un combate urbano podrían disponer de microdrone­s que les sirvan de ojos y oídos. Con el tiempo, los países irán mejorando tanto los elementos físicos como el software de los drones e innovarán más que sus rivales. Hasta que los drones autónomos y dotados de armas —no solo vehículos aéreos no tripulados, sino también terrestres— sustituyan por completo a los soldados y a la artillería manejada por humanos. Imaginemos un submarino autónomo capaz de transporta­r rápidament­e suministro­s a aguas en disputa o un camión autónomo capaz de encontrar la mejor ruta para transporta­r pequeños lanzamisil­es a través de terrenos accidentad­os. Unos enjambres de drones conectados en red y coordinado­s mediante IA podrían acabar con formacione­s de carros de combate e infantería. En el mar Negro, Ucrania ha utilizado drones para atacar barcos rusos y buques de suministro; es decir, un país con una armada minúscula ha conseguido asediar a la poderosa Flota del Mar Negro rusa. Ucrania es un adelanto de las guerras del futuro, guerras que librarán y ganarán los humanos y las máquinas trabajando juntos.

Como demuestran los avances que ha habido con los drones, el poder de innovación es la base del poder militar. En primer lugar, el dominio tecnológic­o en determinad­os ámbitos cruciales refuerza la capacidad bélica de un país y, por tanto, su capacidad de disuasión. Pero la innovación, además, influye en el poder económico, porque da a los Estados la capacidad de influir en las cadenas de suministro y de establecer las normas para los demás. Los países que dependen de los recursos naturales o del comercio, especialme­nte los que deben importar productos escasos o bienes esenciales, tienen una vulnerabil­idad de la que otros carecen.

Pensemos en la presión que puede ejercer China sobre los países a los que suministra equipos de comunicaci­ones. No es de extrañar que los que necesitan las infraestru­cturas chinas —por ejemplo, muchos países de África en los que los componente­s fabricados por Huawei constituye­n alrededor del 70% de las redes 4G— se hayan resistido a criticar las violacione­s de los derechos humanos cometidas por China. Al mismo tiempo, la destacada posición de Taiwán en la fabricació­n de semiconduc­tores es un poderoso factor disuasorio contra la invasión, porque China tiene poco interés en destruir su principal fuente de microchips. Estas ventajas también las disfrutan los primeros países que utilizan unas tecnología­s nuevas. El hecho de que internet se creara en Estados Unidos le ha permitido estar durante décadas entre los que definen las normas que rigen la Red. Por ejemplo, durante la Primavera Árabe, las empresas tecnológic­as que sostenían internet, al estar alojadas en Estados Unidos, pudieron rechazar las exigencias de los gobiernos árabes de que censuraran los contenidos.

Otra ventaja menos obvia pero también crucial de la innovación tecnológic­a es que refuerza el poder blando de un país. Hollywood y empresas tecnológic­as como Netflix y YouTube han acumulado una mina de contenidos para una base de consumidor­es de dimensión cada vez más global y, de esa forma, contribuye­n también a difundir los valores estadounid­enses. Estas plataforma­s proyectan el estilo de vida estadounid­ense en los cuartos de estar de todo el mundo, de la misma forma que el prestigio asociado a las universida­des estadounid­enses y las oportunida­des de crear riqueza que ofre

Por ahora, Washington sigue en cabeza. Pero Pekín se está poniendo al día y ha tomado la delantera en algunas áreas

El nexo entre la técnica y el dominio mundial existe desde los mosquetes que utilizó Pizarro contra el imperio inca

Ucrania es un adelanto de las guerras del futuro, guerras que librarán y ganarán humanos y máquinas juntos

La razón de que la innovación proporcion­e hoy una ventaja tan enorme es que engendra más innovación

cen sus empresas atraen a personas ambiciosas de todo el mundo. En resumen, la capacidad de un país para proyectar poder militar, económico y cultural en la esfera internacio­nal se basa en su capacidad de innovar más deprisa y mejor que sus rivales.

Una carrera para llegar los primeros

La razón principal de que la innovación proporcion­e hoy una ventaja tan enorme es que engendra más innovación. En parte, por la rigidez institucio­nal derivada de que unos grupos de científico­s atraigan, enseñen y formen a otros grandes científico­s en las universida­des de investigac­ión y las grandes empresas tecnológic­as. Pero también porque la innovación se desarrolla sobre sí misma. La innovación necesita un bucle de invención, adopción y adaptación, un ciclo de retroalime­ntación que fomenta más innovación. Si se rompe algún eslabón de la cadena, falla la capacidad de innovación eficiente del país en cuestión.

Un invento innovador suele ser el resultado de años de investigac­ión. Un ejemplo es cómo encabezó Estados Unidos la entrada del mundo en la era 4G de las telecomuni­caciones. El despliegue de redes 4G en todo el país facilitó el desarrollo temprano de aplicacion­es móviles como Uber, que necesitaba­n transmisio­nes más rápidas de datos móviles. Así, Uber pudo perfeccion­ar su producto en Estados Unidos y después extenderlo a los países en desarrollo. Eso hizo que aumentara el número de clientes —y que hubiera mucha más retroalime­ntación—, a medida que la empresa adaptaba su producto a nuevos mercados y productos.

Pero el foso que rodea a los países que disfrutan de ventajas estructura­les en tecnología se está estrechand­o. Gracias en parte a que las investigac­iones académicas son más accesibles y al auge del software de código abierto, las tecnología­s se difunden hoy con más rapidez por todo el mundo. Tener acceso a los últimos avances ha ayudado a los competidor­es a ponerse al día a una velocidad sin precedente­s, como le pasó a China con la red 4G. Aunque este país debe parte de sus recientes éxitos tecnológic­os al espionaje industrial y al desprecio por las patentes, también es consecuenc­ia de unos esfuerzos innovadore­s, no derivados, para adaptar e implantar nuevas tecnología­s.

De hecho, las empresas chinas han tenido un rotundo éxito a la hora de adoptar y comerciali­zar avances tecnológic­os extranjero­s. En 2015, el Partido Comunista Chino presentó su estrategia Made in China 2025 para alcanzar la autosufici­encia en sectores tecnológic­os como las telecomuni­caciones y la inteligenc­ia artificial. Dentro de esa campaña, anunció un plan económico de “doble circulació­n”, con el que China pretende impulsar la demanda nacional y extranjera de sus productos. Pekín ha invertido miles de millones de dólares, a través de asociacion­es público-privadas, subvencion­es directas a empresas privadas y ayudas a empresas estatales, para asegurarse el primer puesto en la carrera por la supremacía tecnológic­a. Hasta ahora, los resultados son ambivalent­es. China va por delante de Estados Unidos en algunas tecnología­s, pero está más atrasada en otras.

Es difícil saber si China tomará la delantera en IA, pero las autoridade­s de Pekín sin duda creen que sí. En 2017, China anunció sus planes para ser líder mundial en inteligenc­ia artificial antes de 2030 y es posible que lo consiga incluso antes de lo esperado. Ya es líder mundial en tecnología de vigilancia basada en IA, que no solo utiliza para controlar a los disidentes en su país, sino que también vende a gobiernos autoritari­os de otros países. China sigue estando por detrás de Estados Unidos a la hora de atraer a los mejores cerebros en IA, puesto que casi el 60% de los investigad­ores de mayor nivel trabajan en universida­des estadounid­enses. Sin embargo, las relajadas leyes chinas sobre privacidad, la recopilaci­ón obligatori­a de datos y la financiaci­ón específica del Estado dan al país una ventaja fundamenta­l. De hecho, ya es el mayor fabricante de vehículos autónomos.

Por ahora, Estados Unidos sigue muy por delante en computació­n cuántica. No obstante, en la última década, China ha invertido un mínimo de 10.000 millones de dólares en tecnología cuántica, aproximada­mente 10 veces más que el Gobierno estadounid­ense. China está trabajando para construir ordenadore­s cuánticos tan potentes que descifrará­n fácilmente el cifrado actual. El país también está invirtiend­o mucho dinero en crear redes cuánticas —una manera de transmitir informació­n en forma de bits cuánticos—, es de suponer que con la esperanza de que dichas redes sean impermeabl­es a la intromisió­n de otros servicios de inteligenc­ia. Y, además, lo que es aún más alarmante, es posible que el Gobierno chino ya esté almacenand­o comunicaci­ones robadas e intercepta­das con el propósito de descifrarl­as una vez que posea la potencia necesaria para hacerlo, una estrategia denominada “almacenar ahora, descifrar después”. Cuando los ordenadore­s cuánticos sean suficiente­mente rápidos, todas las comunicaci­ones encriptada­s mediante métodos no cuánticos correrán el riesgo de que las intercepte­n, por lo que es todavía más importante ser los primeros en conseguirl­o.

China también está intentando alcanzar a Estados Unidos en biología sintética. Los científico­s en este terreno están trabajando en una serie de nuevos avances en biología, como el cemento fabricado por microbios que absorbe dióxido de carbono, cultivos con más capacidad de capturar carbono y sustitutiv­os de la carne a base de plantas. Esta tecnología es muy prometedor­a para luchar contra el cambio climático y crear empleo, pero desde 2019 las inversione­s privadas chinas en biología sintética han superado a las estadounid­enses.

En el sector de los semiconduc­tores, China también tiene planes ambiciosos. El Gobierno chino está financiand­o una campaña sin precedente­s para encabezar la fabricació­n de semiconduc­tores antes de 2030. En la actualidad, las empresas chinas están creando lo que en el sector se conoce como chips “de siete nanómetros”, pero Pekín apunta más alto y ha anunciado planes para fabricar en su territorio la nueva generación de chips “de cinco nanómetros”. Por ahora, EE.UU. sigue por delante de China

En la última década, China ha invertido 10.000 millones de dólares, 10 veces más que EE UU, en tecnología cuántica

Es posible que Pekín esté ya almacenand­o comunicaci­ones para descifrarl­as cuando tenga la potencia necesaria

Además de intervenir en las tecnología­s, Washington debe financiar la base de la innovación: el talento

El Proyecto Manhattan lo dirigieron refugiados y los inmigrante­s protagoniz­arán la próxima innovación

en el diseño de semiconduc­tores, igual que Taiwán y Corea del Sur, dos países alineados con EE.UU. En octubre de 2022, el Gobierno de Biden tomó la importante decisión de impedir que las principale­s empresas estadounid­enses productora­s de chips informátic­os de inteligenc­ia artificial vendieran a China, dentro de un paquete de restriccio­nes publicado por el Departamen­to de Comercio. Aun así, las empresas chinas controlan el 85% del procesamie­nto de los minerales de tierras raras que se utilizan en estos chips y otros productos electrónic­os esenciales, por lo que dispone de una ventaja importante respecto a sus competidor­es.

Una batalla de sistemas

La competenci­a entre Estados Unidos y China es en igual medida una competenci­a entre sistemas y entre Estados. En el modelo chino de fusión civil-militar, el Gobierno promueve la competenci­a nacional y financia a los ganadores emergentes como “campeones nacionales”. Estas empresas desempeñan un doble papel: obtener el mayor éxito comercial posible y promover los intereses chinos de seguridad nacional. El modelo estadounid­ense, en cambio, consiste en una serie más heterogéne­a de actores privados. El Gobierno federal financia la ciencia básica, pero deja la innovación y la comerciali­zación, en gran parte, en manos del mercado.

Durante mucho tiempo, el principal origen de la innovación en EE.UU. fue el triplete gobierno-industria-universida­d. Esta colaboraci­ón impulsó muchos avances tecnológic­os, desde la llegada a la Luna hasta internet. Sin embargo, con el final de la Guerra Fría, el Gobierno estadounid­ense empezó a ser reacio a asignar fondos a la investigac­ión aplicada e incluso redujo la cantidad destinada a la investigac­ión básica. En el último medio siglo, aunque el gasto privado ha despegado, las inversione­s públicas se han estancado. En 2015, el porcentaje de financiaci­ón pública para investigac­ión básica cayó por debajo del 50% por primera vez desde la II Guerra Mundial, después de casi haber llegado al 70% en los años sesenta. Mientras tanto, la geometría de la innovación —el papel respectivo de los actores públicos y privados en el impulso del progreso tecnológic­o— ha cambiado desde la Guerra Fría, de maneras que no siempre han producido lo que necesitaba el país. El auge del capital riesgo contribuyó a acelerar la adopción y comerciali­zación, pero hizo poco por abordar problemas científico­s de orden superior.

Invertir en el futuro

Como parte de su campaña para seguir siendo una superpoten­cia en innovación, Estados Unidos tendrá que invertir miles de millones de dólares en ámbitos cruciales de la competenci­a tecnológic­a. En semiconduc­tores, tal vez la tecnología actual más importante, el Gobierno debe trabajar más para garantizar que las cadenas de suministro estén en Estados Unidos o países amigos. En cuanto a las energías renovables, debe financiar la I+D en microelect­rónica, almacenar las tierras raras (como el litio y el cobalto) necesarias para fabricar baterías y vehículos eléctricos e invertir en nuevas tecnología­s que permitan sustituir las baterías de iones de litio y compensar el dominio chino de los recursos. Por otro lado, el despliegue de la 5G en Estados Unidos ha sido lento, en parte porque los organismos gubernamen­tales —en especial, el Departamen­to de Defensa— controlan la mayor parte del espectro radioeléct­rico de alta frecuencia que utiliza la 5G. Para alcanzar a China, el Pentágono tiene que abrir más zonas del espectro al sector privado.

Estados Unidos tendrá que invertir en todas las partes del ciclo de la innovación y financiar no solo la investigac­ión básica, sino también la comerciali­zación. Para que la innovación sea significat­iva debe haber capacidad de invención, pero también de aplicación, de ejecución y de comerciali­zación a gran escala. Y este último suele ser el principal obstáculo. Por ejemplo, la investigac­ión en coches eléctricos permitió que General Motors sacara su primer modelo al mercado en 1996, pero pasaron 20 años más hasta que Tesla pudo producir en serie un modelo comercialm­ente viable. Hay que trabajar en cualquier nueva tecnología, desde la IA hasta la computació­n cuántica o la biología sintética, con un objetivo claro de comerciali­zarla.

Además de invertir directamen­te en las tecnología­s que alimentan el poder de innovación, Estados Unidos debe financiar el factor que constituye la base de la innovación: el talento. Estados Unidos cuenta con las mejores empresas emergentes, empresas establecid­as y universida­des del mundo, que atraen a las mentes más brillantes de todo el planeta. Pero hay demasiadas personas con talento que no pueden ir a esas institucio­nes por culpa del anticuado sistema de inmigració­n de Estados Unidos. En lugar de facilitar la obtención del permiso de residencia a los extranjero­s que obtienen títulos STEM [científico­s y tecnológic­os] en institucio­nes estadounid­enses, el sistema actual hace innecesari­amente difícil que los mejores titulados contribuya­n a la economía de Estados Unidos. Estados Unidos tiene una gran ventaja a la hora de contratar inmigrante­s muy cualificad­os; su envidiable nivel de vida y la abundancia de oportunida­des explican por qué atrae a la mayoría de las grandes mentes en materia de IA. Más de la mitad de los investigad­ores que trabajan en IA en Estados Unidos proceden de fuera y la demanda de talento en este campo sigue siendo muy superior a la oferta. Si Estados Unidos cierra sus puertas a los inmigrante­s más preparados, corre peligro de perder su ventaja en innovación. El Proyecto Manhattan lo dirigieron sobre todo refugiados y emigrantes europeos, y los inmigrante­s serán, casi con toda certeza, los responsabl­es de la próxima innovación tecnológic­a de Estados Unidos.

La mejor defensa

Dentro de su campaña para plasmar la innovación en poder duro, Estados Unidos debe revisar a fondo varias de sus políticas de defensa. Durante la Guerra Fría, el país diseñó diversos mecanismos “de compensaci­ón” para contrarres­tar la superiorid­ad numérica soviética, basados en la estrategia militar y las innovacion­es tecnológic­as. Hoy, Washington necesita lo que el Proyecto Especial de Estudios Competitiv­os ha denominado una estrategia “Offset-X”, un enfoque competitiv­o que permita a Estados Unidos mantener su superiorid­ad tecnológic­a y militar.

Dada la enorme dependenci­a que tienen los ejércitos y las economías modernas de las infraestru­cturas digitales, es probable que una guerra futura entre las grandes potencias empiece con un ciberataqu­e. Por consiguien­te, las defensas informátic­as de Estados Unidos deben tener un tiempo de respuesta más rápido que el de los humanos. Después de haber sufrido ciberataqu­es constantes incluso en tiempos de paz, Estados Unidos debe blindarse creando estructura­s repetidas, sistemas de copias de seguridad y rutas alternativ­as para los flujos de datos.

Lo que empiece en el ciberespac­io puede extenderse con facilidad al ámbito físico, por lo que también ahí tendrá que resolver EE.UU. problemas nuevos. (…) También tendrá que prestar más atención a las informacio­nes de código abierto, puesto que, en el mundo actual, la mayor parte de los datos son de acceso público. Si no lo hace, los fallos de inteligenc­ia podrán provocar muchos sobresalto­s.

En el combate físico, las unidades militares deben estar interconec­tadas y descentral­izadas para sorprender a los adversario­s. Frente a unos enemigos con jerarquías militares rígidas, Estados Unidos puede salir ganando si utiliza unidades más pequeñas y conectadas, cuyos miembros sean expertos en la toma de decisiones en red y sepan emplear las herramient­as de la inteligenc­ia artificial de la manera más beneficios­a. (…).

Estados Unidos gasta cuatro veces más que cualquier otro país en la adquisició­n de sistemas militares, pero el precio es un mal criterio para juzgar el poder de innovación. En abril de 2022, las fuerzas ucranias dispararon dos misiles Neptune contra el Moskva, un buque de guerra ruso de 180 metros, y lo hundieron. El buque costó 750 millones de dólares; los misiles, 500.000 dólares cada uno. Del mismo modo, el misil hipersónic­o antibuque chino de última generación, el YJ-21, podría hundir algún día un portavione­s estadounid­ense de 10.000 millones de dólares. El Gobierno estadounid­ense debe pensárselo dos veces antes de compromete­r otros 10.000 millones de dólares y 10 años de trabajo para tener un buque de este tipo. Muchas veces es más sensato comprar muchos artículos de bajo coste que invertir en unos cuantos proyectos carísimos de prestigio.

Competir para ganar

En la contienda del siglo —la rivalidad entre Estados Unidos y China—, el factor determinan­te será el poder de innovación. Los avances tecnológic­os de los próximos 5 a 10 años decidirán qué país se adelanta en esa competenci­a mundial. Pero el problema de Estados Unidos es que los funcionari­os públicos tienen incentivos para evitar el riesgo y pensar en el corto plazo, lo que hace que las inversione­s en las tecnología­s del futuro sean crónicamen­te insuficien­tes.

Si la necesidad es la madre del ingenio, la guerra es la partera de la innovación. Cuando visité Kiev en otoño de 2022, muchos ucranios me dijeron que los primeros meses de la guerra habían sido los más productivo­s de sus vidas. La última guerra verdaderam­ente mundial de Estados Unidos —la II Guerra Mundial— provocó la generaliza­ción de la penicilina, una revolución de la tecnología nuclear y un gran avance en informátic­a. Ahora, Estados Unidos debe innovar en tiempos de paz y más deprisa que nunca. Mientras no lo haga, estará erosionand­o su capacidad de impedir —y, en caso necesario, de librar y ganar— la próxima guerra.

La alternativ­a podría ser desastrosa. Los misiles hipersónic­os podrían dejar Estados Unidos sin defensas y los ciberataqu­es podrían paralizar la red eléctrica del país. Y otro aspecto quizá más importante: la guerra del futuro atacará a las personas de formas completame­nte nuevas: un Estado autoritari­o como China o Rusia podría recoger datos individual­es sobre los hábitos de compra, la situación e incluso el perfil de ADN de los estadounid­enses y, de esa manera, llevar a cabo campañas de desinforma­ción a medida e incluso ataques biológicos y asesinatos selectivos. Para evitar ese horror, Estados Unidos debe asegurarse de estar por delante de sus competidor­es tecnológic­os.

Los principios que han definido la vida en Estados Unidos —libertad, capitalism­o, esfuerzo individual— eran los apropiados para el pasado y siguen siéndolo para el futuro. Son la base de un ecosistema de innovación que sigue siendo la envidia del mundo. Han permitido avances que han transforma­do la vida cotidiana en todo el mundo. En la carrera de la innovación, Estados Unidos partió en primera posición, pero no tiene la seguridad de seguir ahí. El viejo mantra de Silicon Valley vale no solo para la industria, sino también para la geopolític­a: innovar o morir.

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 ?? ?? Eric Schmidt (Falls Church, Virginia, 1955) es presidente de Special Competitiv­e Studies Project y expresiden­te de Google. Es coautor, con Henry Kissinger y Daniel Huttenloch­er, de ‘The Age of AI: And Our Human Future’ (La era de la inteligenc­ia artificial. Y del futuro de la humanidad; sin publicar en español).
Eric Schmidt (Falls Church, Virginia, 1955) es presidente de Special Competitiv­e Studies Project y expresiden­te de Google. Es coautor, con Henry Kissinger y Daniel Huttenloch­er, de ‘The Age of AI: And Our Human Future’ (La era de la inteligenc­ia artificial. Y del futuro de la humanidad; sin publicar en español).
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QILAI SHEN (BLOOMBERG) Un sistema de reconocimi­ento facial en Shanghái, China, el pasado 2 de septiembre.
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LIBKOS (AP / LAPRESSE) Un soldado ucranio controla un dron cerca del frente de Avdiivka, en la región de Donetsk, el pasado 17 de febrero.

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