El Pais (Nacional) (ABC)

Abrir las fronteras, ¿es factible?

A pesar de las reticencia­s que suscita la idea de liberaliza­r la entrada de migrantes, hay buenos motivos, datos y estudios para considerar su convenienc­ia

- POR JAIME RUBIO HANCOCK

Empecemos con una pregunta tan maniquea y demagógica que, si se presentara a las elecciones, conseguirí­a al menos 40 escaños: ¿Por qué Ferrovial puede irse a Países Bajos a pagar menos impuestos, pero hace unas semanas murieron en el Mediterrán­eo 65 personas que solo querían venir a Europa a trabajar? ¿Por qué lo tiene más fácil una empresa que una persona para irse a otro país?

Es verdad que las empresas (se supone) traen dinero y empleo, pero son muchos los economista­s y filósofos que defienden que los inmigrante­s también. De hecho, un buen puñado de ellos apuestan por una idea que ahora suena imposible: abrir las fronteras.

Es una propuesta que defienden por motivos éticos, ya que las fronteras cerradas suponen la exclusión y discrimina­ción de las personas más desfavorec­idas del planeta. Pero también por motivos económicos, ya que, en su opinión, la libertad de circulació­n de personas es beneficios­a para todo el mundo.

El clásico tuitero: “Ya estamos con el clásico izquierdis­mo biempensan­te. ¿Y dónde vas a meter a toda esa gente? ¿En tu casa?”

Entre dejarlos morir en el Mediterrán­eo y que uno adopte a todos los emigrantes que llegan a España debe de haber un punto medio. En cualquier caso, no es una idea nueva ni extremista: no se trata de eliminar las fronteras, sino de abrirlas, dejando opción a los países a establecer controles en caso necesario e incluso restriccio­nes justificad­as por motivos de seguridad o de salud.

La propuesta cuenta con partidario­s como Ludwig von Mises, economista liberal clásico, que defendía la circulació­n sin trabas del capital y de las personas. Esta libertad trae más competenci­a, más productivi­dad y, en consecuenc­ia, más riqueza para todos. “Los liberales defendemos que cada persona tiene el derecho a vivir donde quiera”, escribía en Liberalism­o (1927).

En un artículo de 1987, el filósofo canadiense Joseph Carens comparaba las restriccio­nes a la movilidad con un “privilegio feudal”, es decir, “un estatus heredado que mejora en gran medida las posibilida­des que tenemos”. No decidimos el país en el que nacemos, pero esta lotería determina en gran medida el acceso que tendremos a la sanidad, la educación o a un mercado de trabajo razonablem­ente favorable.

En esta línea ética se posiciona también Alex Sager, filósofo de la Universida­d Estatal de Portland y autor de Against Borders (Contra las fronteras; sin edición en español). Al teléfono, señala que permitir la inmigració­n es una cuestión de libertad y de igualdad de oportunida­des. También incide en la violencia injustific­ada y desproporc­ionada que se da en las fronteras.

Las principale­s objeciones a esta idea se centran en que los Estados tienen derecho a decidir las normas de inmigració­n que consideren adecuadas. Y no solo desde posiciones conservado­ras: por ejemplo, el filósofo estadounid­ense Michael Walzer, desde la izquierda, defiende que la inmigració­n puede poner en riesgo la identidad cultural de un país y que, además, puede hacer que sea más difícil proporcion­ar servicios a sus ciudadanos como la educación o la sanidad.

El clásico tuitero: “Eso, eso. Los inmigrante­s son un gasto, al contrario que las empresas”

Varios estudios recientes sugieren que no es así. Según uno del economista Michael Clemens, el PIB mundial puede crecer entre un 67% y un 147% si todos los países abren sus fronteras.

No es tan extraño: entre el 60% y el 70% de las diferencia­s en sueldo en el mundo se deben, sobre todo, a dónde vivimos, como explica Bryan Caplan, economista de la Universida­d George Mason, en su libro Open Borders: The Science and Ethics of Immigratio­n (Fronteras abiertas: la ciencia y la ética de la inmigració­n). Estas diferencia­s son aún mayores cuanto más pobre sea el país de origen. Cuando una persona sale de Nigeria o de Haití para ir a Estados Unidos, sus ingresos, de media, se multiplica­n por 10.

La libertad de movimiento­s beneficiar­ía también a los ciudadanos que se quedan en sus países, porque los emigrados envían parte de sus ganancias a sus familias. Además, a menudo regresan, trayendo consigo conocimien­to y experienci­a. Como deberíamos saber en España, que durante gran parte del siglo XX fue país de emigrantes.

El clásico tuitero: “Ya, pero este crecimient­o global sería a costa de los países desarrolla­dos”

Hay datos que ponen en cuestión estos temores. Por ejemplo, y según un estudio de la organizaci­ón GiveWell, la inmigració­n o no afectaría o sería parcialmen­te beneficios­a para los países que la reciben.

En conversaci­ón por Zoom, Caplan es aún más optimista y añade que “cualquier incremento de la producción es beneficios­o para la economía en su conjunto”, y pone el ejemplo de internet, que no solo benefició a los fabricante­s de routers y ordenadore­s. Aunque admite que puede haber personas que se vean afectadas, mantener las fronteras cerradas sería comparable a renunciar a la electricid­ad porque perjudica a los fabricante­s de velas. Lo mismo opina sobre otros temores, incluyendo la preocupaci­ón por la delincuenc­ia, que considera exagerados: los beneficios superan con creces los riesgos.

El clásico tuitero: “Y si es tan beneficios­o, ¿por qué no están todos los países abriendo ya sus fronteras? Hacer estudios es muy fácil, pero a la hora de la verdad…”

Hay muchos motivos, incluyendo el obvio: no todo el mundo está de acuerdo con estos estudios, o priman otras cuestiones frente a la ética o la economía. Además, abrir las fronteras no es, de momento, una medida popular que ayude a ganar elecciones.

Sara Riva, antropólog­a del CSIC, apunta a la importanci­a de cambiar un discurso público que se centra en el control, el orden y la seguridad, a veces haciendo compatible­s mensajes contradict­orios, como que “los inmigrante­s son muy vagos, pero al mismo tiempo te vienen a robar el trabajo”. Alex Sager añade que los discursos sobre la inmigració­n a menudo maquillan ideas racistas que explican, por ejemplo, la diferencia de trato que se dio a los refugiados sirios en comparació­n con los ucranios.

También es difícil abrir las fronteras de forma unilateral. Como apunta por correo electrónic­o el filósofo Juan Carlos Velasco, autor de El azar de las fronteras, “lo óptimo es que se hiciera de manera concertada al menos por parte de uno de los grandes bloques socioeconó­micos del planeta, y la Unión Europea es uno de ellos”.

El clásico tuitero: “Esto es solo una provocació­n, ¿no? Es imposible hacer algo así”

Caplan explica en su libro que la objeción más razonable es el principio de precaución: por muy bien que estuvieran fundamenta­dos todos estos estudios, siempre cabe la posibilida­d de que un cambio radical termine con un resultado desastroso. En este sentido, Velasco recuerda que las opciones no son solo mantener el sistema actual o abrirlo del todo, sino que hay alternativ­as, como “flexibiliz­ar las formas de migración regular”.

A pesar de todo, Caplan es optimista: “Si pudiera, apretaría el botón para abrir las fronteras ahora mismo. Los riesgos son pequeños y merece la pena enfrentars­e a ellos”. El economista pone el ejemplo de la Unión Europea, que a los europeos de 1945 les habría parecido una idea loquísima y mucho menos probable que una tercera guerra mundial.

“Lo óptimo sería hacerlo de forma concertada por uno de los grandes bloques. Y la UE es uno de ellos”. J. Carlos Velasco, filósofo

Este artículo es una versión ampliada de uno de los envíos de ‘Filosofía inútil’, ‘newsletter’ semanal sobre filosofía y dilemas éticos.

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CECILIA FABIANO (LA PRESSE) Una manifestac­ión en contra de las políticas migratoria­s de Giorgia Meloni, en Roma, Italia, el pasado 1 de marzo.

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