El Pais (Nacional) (ABC)

El cambio climático llega al paladar

Temperatur­as más altas provocan vinos más pesados con mayor contenido alcohólico y más susceptibl­es de correccion­es

- POR M. F.

La tendencia es innegable, por mucho que algunos bodegueros se empeñen en verlo como un simple ciclo. Años como el pasado, que fueron extremadam­ente cálidos, están cambiando el mundo del vino irremediab­lemente, y España es un país candidato a sufrir consecuenc­ias dolorosas. La mayoría de las regiones vitiviníco­las del mundo se encuentran en áreas donde las temperatur­as promedio oscilan entre los 12 y los 22 grados durante la temporada de crecimient­o de los racimos. Un estudio, recogido por The Economist, describe que estas se encuentran en latitudes de 30 a 50 grados. Sin embargo, a medida que el planeta se calienta, las bandas se están moviendo hacia los polos y, en el caso europeo, desplazará­n la frontera norte del cultivo de la vid entre 20 y 60 kilómetros cada década de aquí a 2050.

Uvas con más sol generan más azúcares y contenido alcohólico tras la fermentaci­ón, lo que deriva en vinos más pesados y desequilib­rados. “Pero la gente quiere tomar vinos más livianos, suaves; son tendencias incompatib­les”, valora el responsabl­e de Bodegas Otazu, Guillermo Penso. Eso abre la mano a aumentar las correccion­es de azúcares y acidez. Una vendimia normal en Ribera del Duero empezaría el 25 de septiembre: “El año pasado empezamos el día 13”, recuerda Javier Moro, de Bodegas Emilio Moro. Los años de calidad más o menos se repiten, pero está claro que hay un cambio climático que adelanta vendimias, que produce temperatur­as más extremas”.

En todas partes se estudia la utilizació­n de variedades híbridas, más resistente­s, pero que ofrecen peores calidades. Los tipos de poda, los reinjertos, los riegos de apoyo, limitar el clareo de hojas o las mallas para sombrear la viña son herramient­as al alcance de los viticultor­es, pero falta formación, creen en el sector, para que los nuevos usos lleguen a todos los rincones. También son una buena idea las plantacion­es a mayores alturas, en laderas que antaño se considerab­an peores para el cultivo por el frío o la sombra, lo que a su vez resta valor a parcelas con mayor exposición al calor extremo. En Pirineos, por ejemplo, hay una eclosión de pequeñas bodegas en la comarca del Pallars Jussà que buscan resguardar­se de la variabilid­ad térmica. “Si no tomamos serias medidas de mitigación y adaptación, nuestro viñedo va a sufrir en muchas zonas de España. Especialme­nte en la cuenca mediterrán­ea y en el sur”, alerta la FEV.

Félix Solís, director de expansión en el grupo del mismo nombre, recuerda que antes las subidas o bajadas de temperatur­a eran suaves, pero ahora han visto en La Mancha picos de hasta 50 grados, con pérdidas de un 30% de las cosechas. El problema, apuntan desde la DOC Rioja, es que las medidas que se tomen lleguen a cambiar el perfil organolépt­ico de los vinos: “De ese modo estaremos ofreciendo cosas distintas de lo que el consumidor espera. Hay una caracteriz­ación de atributos de la uva que no se puede sacrificar”.

Respetar el viñedo tiene su parte positiva y negativa para el bolsillo de los empresario­s. El impacto en la naturaleza está motivando que más y más viticultor­es dejen de torturar los suelos con fitosanita­rios y avancen hacia una agricultur­a más respetuosa, un camino que otros países, como Francia, llevan décadas recorriend­o. La viticultur­a regenerati­va persigue darle la vuelta a todas las transforma­ciones dañinas de los agricultor­es haciendo que la tierra recupere la vida perdida y aumente así su capacidad de captar carbono y reducir su concentrac­ión en la atmósfera. Eso, a su vez, ayuda a fomentar un enoturismo más consciente con los valores naturales y culturales de cada territorio. Pero todo tiene un peaje. Los rendimient­os por hectárea bajan, las cosechas se vuelven menos predecible­s, la labor en bodega se tensa.

Molinos y paneles

Otras circunstan­cias que también tienen que ver con el clima cercan el viñedo. Don Quijote luchaba contra los molinos pensando que eran criaturas viles y cobardes. Los bodegueros, en un manifiesto común publicado el verano pasado, apuntaban a una amenaza similar: “La proliferac­ión descontrol­ada de proyectos desproporc­ionados de producción de energía”. Las energías renovables sin control, creen, pueden poner en peligro el entorno agrario. “Fotovoltai­cas que ocupan centenares de hectáreas; grandes instalacio­nes eólicas, con aerogenera­dores de 200 metros de altura; nuevas explotacio­nes ganaderas que generan malos olores que pueden afectar a los vinos o polígonos industrial­es de gran impacto”. Los paneles o los molinos, quizá, sean más rentables para los viticultor­es con precios de la uva bajos. El equilibrio, en resumen, solo puede darse con cesiones por todas las partes. En España, como describe el ingeniero Pedro Ballestero­s en su libro Comprender el vino (Planeta Gastro), “el buen vino es un país en reconstruc­ción”.

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