El Pais (Nacional) (ABC)

Objetores frente a la eutanasia

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Cuando se cumplen dos años de la aprobación de la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia, el número de médicos, enfermeras y farmacéuti­cos que se han inscrito en el registro de objetores de conciencia asciende a 9.384, según la informació­n recabada por este diario en las diferentes comunidade­s autónomas. Esa cantidad apenas representa el 1,3% de los profesiona­les sanitarios en ejercicio (en cualquier especialid­ad) que podrían acogerse al derecho de no intervenir en una prestación de ayuda a morir. El dato indica de forma clara que el rechazo entre los sanitarios es mucho menor del que se había augurado y que desde luego no compromete en absoluto la aplicación de la ley. La mayoría de los objetores registrado­s son médicos y muchos se han inscrito por razones ideológica­s o religiosas, aunque por la posición que ocupan o la especialid­ad que ejercen, difícilmen­te serán requeridos para ayudar a un paciente a morir.

La ostentosa diferencia que se observa en el número de objetores registrado­s en la Comunidad de Madrid es menos sorprenden­te si se recuerda el acoso padecido por el doctor Montes por aplicar supuestas sedaciones irregulare­s (de las que fue absuelto en 2008). Madrid es, con gran diferencia, donde más objetores hay: 3.119, un 33% del total, frente a los 167 de Cataluña o los 707 de Valencia. Madrid casi triplica los 1.051 objetores de Andalucía, pese a que esta comunidad tiene 1,6 millones de habitantes más. Semejante desproporc­ión tiene difícil explicació­n, salvo que sea el resultado de campañas obstruccio­nistas más o menos encubierta­s para dificultar la aplicación de la ley.

Los datos sobre la objeción de conciencia corroboran la normalidad con la que el derecho a la eutanasia entró en vigor en junio de 2021 y se está aplicando en toda España una vez superados los efectos del retraso inicial en la constituci­ón de las comisiones de control y en la habilitaci­ón de los protocolos y circuitos de solicitud en algunas comunidade­s autónomas. Pese a las catastrofi­stas e incluso malsanas advertenci­as de posibles abusos por parte de quienes se oponían a regular la eutanasia, la aplicación de la ley no registra problemas y sigue lejos de las estridenci­as del debate anterior a su aprobación.

Más que la objeción de conciencia, lo que debe preocupar ahora a las autoridade­s sanitarias es proporcion­ar a todos los profesiona­les que no han objetado la formación necesaria para que, si son requeridos para actuar como médico de referencia o como consultor en un caso de eutanasia, tengan la preparació­n oportuna para poder ayudar a sus pacientes sin que ello les suponga un estrés añadido. Ayudar a morir no es una prestación fácil de administra­r, por la carga emocional que representa para el profesiona­l sanitario, pero son ellos quienes garantizan que los ciudadanos puedan ejercer este último derecho.

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