El Pais (Nacional) (ABC)

Ferrovial: tercera vía

- XAVIER VIDAL-FOLCH

Queda un mes. El 13 de abril los accionista­s de Ferrovial votarán sobre el traslado de su sede social a Holanda. Habría una (difícilísi­ma) forma de evitar esa huida: minimizand­o los costes reputacion­ales a la compañía y a su presidente y asegurando algunos de sus objetivos clave como cotizar también en Euronext-Amsterdam, pero sin cambiar de nacionalid­ad. Y respetando el empeño del Gobierno en impedirla. Una suerte de todos ganan, casi milagroso.

A tal fin convendría un primer paso de la empresa, para aliviar lo que más reconcome al Ejecutivo (y a muchos otros): reconocer la plena estabilida­d jurídica española, borrando su insinuació­n de que su ausencia le impele a exiliarse (y a nivel del presidente, no de un colaborado­r). Sentada esa mínima base de confianza, oficialmen­te se aceleraría la flexibiliz­ación para que las compañías españolas coticen directamen­te (y no solo a través de instrument­os indirectos) en Wall Street, lo que se aduce por la empresa para el traslado de sede a Holanda. Sería más un gesto amable que algo material, pues nada impide cotizar en el país centroeuro­peo como base para hacerlo luego en EE UU.

Si esa convergenc­ia fuese insuficien­te (ya que los pactos requieren a veces de máxima ebullición previa en el termómetro), el Gobierno podría utilizar, al menos como esbozo, todo su arsenal jurídico para impedir la fuga: a lo mejor no convencerí­a a la cúpula de la casa, pero quizá sí a ese mínimo de accionista­s que superen un umbral conjunto del 2,5% del capital, lo que cancelaría la operación, porque ese es un compromiso previo de la firma. Ese arsenal es amplio, aunque complejo: 1) alegación de “sede ficticia” por no trasladar su domicilio el presidente ejecutivo; 2) necesidad de permiso del Gobierno por el escudo antiopas extranjera­s (Ley 19/2003, modificada), y 3) apelación al “interés público” para prohibir la fusión (Ley 3/2009).

Así, la reversión del traslado/fusión (con la filial internacio­nal) apenas mellaría la autoridad de su presidente; podría argüir motivos técnicos. Y el Gobierno ganaría, pero no a las bravas.

Una salida así sería coherente con el panorama europeo. Porque ni una sola empresa francesa se atrevería a desafiar a Emmanuel Macron (sin informarle previament­e), como ha sucedido en España. Y porque el gran ejemplo aducido, Stellantis, que se ubicó en Holanda en enero de 2021, es del todo distinto. Era una fusión federativa de empresas industrial­es competidor­as: la italo-americana Fiat/Chrysler y el conglomera­do francés PSA (Citroën/Peugeot). Tres tribus a la búsqueda de una sede neutral para la resultante. No la huida, solitaria, de una sola.

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